La defensa de la vida es la gran causa moral de nuestra época. Si logramos revertir la normalización social y cultural del aborto y la destrucción del fruto de la concepción en todas sus formas, será señal de que empezamos a mirar humildemente a la realidad y respetarla, será señal de que confiamos en la razón para descubrir lo valioso existente digno de respeto, será señal de que volvemos a ser capaces de ilusionarnos con hacer el bien, será señal de que volvemos a orientar nuestra sociedad en clave humanista. La reversión del aborto es síntoma y manifestación de que la humanidad vuelve a anclar su conciencia en lo mejor de la tradición humanista occidental. Por eso es tan importante el debate que se vive en España en estas semanas a propósito del «proyecto de ley de protección del concebido».
Quienes vivimos hoy y aquí tenemos una inmensa responsabilidad pues estamos en condiciones de coadyuvar a que este debate se decante a favor de la vida, la mujer y la maternidad. Abstenerse de aportar nuestro granito de arena a la construcción de la montaña de la vida por comodidad, pereza, apatía o desesperanza sería una traición irresponsable a la causa de la vida y la dignidad humana. Y si uno está en la primera línea del frente de batalla por razones personales o profesionales, dejar de aportar sería -en estos momentos- de una especial gravedad.
Todos podemos hablar bien de la vida y la maternidad; todos podemos acercarnos con cariño y preocupación solidaria a la embarazada en situación difícil; todos podemos ejercer nuestro derecho a opinar y votar a favor de la vida; todos podemos echar una mano a las ONGs que trabajan por la vida y la mujer; todos podemos ser agentes defensores de la vida en nuestro entorno. Pensar que esta responsabilidad es solo de «los otros» es una irresponsabilidad cobarde.
Tú, ¿qué estás haciendo y qué dejas de hacer? Conviene reflexionar sobre estas preguntas, contestarlas y sacar conclusiones operativas en clave de responsabilidad.