La adolescencia, entre la libertad y la norma

por | Mar 29, 2012 | Artículos, Noticias | 3 Comentarios

Al llegar la adolescencia, los padres cambiamos la forma de tratar a los hijos, la manera de dirigirnos a ellos, incluso, el modo de mirarlos. Si durante la infancia, al llegar la noche y cuando los pequeños ya están dormidos, el matrimonio podía disfrutar de un tiempo para estar solos, al llegar la adolescencia los hijos se apuntan ver una película con los padres y desean ser co-protagonistas de la elección; si ven un partido de fútbol les gusta aprovechar la ocasión para convertirse en comentaristas improvisados; si llega un descanso, y se hace un zapeo, te piden que te detengas en un canal determinado… Es más, en medio de una conversación, te miran y añaden: “papá, en esto te equivocas” y esgrimen una serie de argumentos a los que sólo puedes añadir: “hijo, tienes razón”…

Estas modificaciones de la conducta empiezan a producirse al finalizar la infancia y se manifiestan tanto en los hijos como en los padres. De hecho, parece que llega una etapa en la que los intereses, los deseos o las aspiraciones de padres e hijos no se comparten o, más bien, fluctúan entre el continuo enfrentamiento o el constante replanteamiento. No son pocas las veces que estas situaciones han generado conflictos en la convivencia familiar difíciles de resolver.

El adolescente

Es el niño que quiere ser tratado como un hombre. Es la pequeña princesa en busca de la corona perdida. Es un manojo de emociones, sentimientos y aspiraciones con infinitas posibilidades de realización… Tiene motivación para aquello que quiere. Elige sus actividades, sus amistades y su ocio. Quiere ser útil, al tiempo que respetado. Se descubre en la mirada del sexo opuesto. La motivación para el estudio depende de su capacidad para soñar, de su realismo y de aquella expectativa de futuro a la que anhele aspirar…

Los padres

Al mismo tiempo los padres estamos preocupados, si no agobiados, por sus progresos académicos y su porvenir. Queremos exigirles más pero, a veces, no sabemos cómo hacerlo. No pocas veces dudamos sobre la forma de educar la libertad. Procuramos que se abran al mundo con y a través de sus amistades, pero tememos las probables influencias negativas del entorno. Nos inquietan sus formas de vestir pero, en ciertos momentos, no sabemos si debemos intervenir con el consiguiente riesgo de un enfrentamiento, enfado o rabieta doméstica. Deseamos motivar a nuestros hijos pero no estamos seguros si la forma que empleamos en cada momento es la más adecuada. Desconocemos si lo que “hacemos” con ellos funcionará o será contraproducente.

El conflicto

Ante situaciones de desacuerdo con los hijos podemos actuar con dos estilos distintos y no complementarios. Por un lado está la posibilidad de establecer una norma de conducta o comportamiento negociado, pactado, en el que exista un compromiso por ambas partes. En estos supuestos se precisa perseverancia, constancia y responsabilidad. Pero la negociación y el acuerdo es un arte que requiere tiempo y diálogo. La doctora en psicología Paz Franco Módenes, profesora de la UCA, sugiere en sus conferencias que la adolescencia es el periodo en el que los hijos ponen a prueba la capacidad negociadora de los padres.

No obstante, existe otro estilo de afrontamiento de los conflictos entre los padres y los hijos, tal vez el más habitual en muchas familias españolas. Se trata de la vía que ofrece la tolerancia. Al no saber cómo afrontar cada uno de los problemas dejamos que sea el hijo quien decida. Bajo la premisa de que vivimos en una sociedad democrática, se permite que sea el propio adolescente quien vaya tomando sus decisiones, se marque su propio camino y adopte sus propias opciones. Además, desde esta perspectiva se infiere que cada circunstancia es distinta a las demás, por ello es mejor no fijar de antemano una serie de normas. El estilo tolerante implica la ausencia de reglas o de principios previamente acordados. Se podría decir que la actitud de los padres es de asentimiento permisivo de lo que el adolescente decida libremente.

La decisión

Llegados a este punto, se puede percibir que el “problema” de la adolescencia no está en el propio adolescente, sino el estilo adoptado por los padres durante este periodo educativo. Todos los adultos hemos pasado por ella, unos con más éxito, otros de forma inconsciente, otros, quizá de forma traumática dejando una profunda y dolorosa huella y otros, tal vez, no se sabe si todavía viven en una adolescencia perpetua…

La toma de decisiones y la forma de asumirlas es la clave para que este periodo madurativo sea educativo, formativo y productivo en la vida de los hijos. El ser humano, varón y mujer, se caracteriza por la acción, quien vive actúa, hace, decide. Incluso, se puede afirmar, que “el no hacer” ya implica en sí mimo “hacer algo”. En el primer supuesto, el padre negociador de la norma pactada opta por un proceso lento, trabajoso, duro en el que replantea a sus hijos aquellas reglas del hogar que hasta ahora no había habido problemas para asumirlas. En este caso, se ofrece al hijo la posibilidad de decidir sobre su cumplimiento y asumir las consecuencias positivas o negativas de pacto establecido.

Una encuesta real demuestra la importancia de la maternidad en Europa.El otro estilo de afrontamiento del conflicto es el del padre tolerante. Desde esta forma de ver el mundo, se opta por no hacer nada y dejar que sean los propios acontecimientos los que moldeen la personalidad del hijo. Podríamos hablar de una abdicación o claudicación de la paternidad. Se pretende que el hijo aprenda, en carne propia y sin referente previo, lo que es la vida y resuelva sus problemas diarios con la ayuda de influencias externas al hogar. En lugar de los padres, la norma y la regla la establecerán terceros: las amistades, el colegio, grupos sociales en los que participe, los empleadores si deja de estudiar… El conflicto en el hogar no existirá porque se elude, se evita, se ignora.

La conclusión

En el primer caso, el padre negociador, supone una implicación constante de la familia y del entorno familiar. Acompañar al hijo durante este periodo de madurez física, psíquica, neurológica, social, afectiva, sentimental… conlleva tiempo, dedicación, esfuerzo, reflexión y formación. En muchas ocasiones, para sobrellevar esta tarea los padres precisan de la ayuda de terceros. No lo dudo, el mejor apoyo vendrá siempre del centro educativo que se haya elegido para escolarizar a los hijos. La escuela nos ofrece multitud de posibilidades: tutorías, diversos cursos de formación y apoyo a la familia, la orientación familiar o, si se precisa, la intervención mediante profesionales cualificados.

En el segundo caso, y la experiencia lo recuerda de forma reiterada, quedará el reproche verbal del hijo. ¿Cuántos adolescentes habrán recitado a sus padres una perorata de esta guisa?: “Papá, mamá, siempre habéis ido a vuestra bola, a vuestros planes. No os interesaba dónde iba o con quién estaba. Sólo os preocupabais para que no diera la lata. Me he cansado de estar aquí y, aunque sé que os sentará mal, me voy de casa a vivir con quienes están a mi lado…”

Reflexión

Mi amigo Ricardo Piñero, filósofo, profesor de la USAL y padre de un adolescente, cree que lo que más puede ayudar a nuestros hijos adolescentes es un clima de alegría en el hogar, la seguridad de la confianza mutua, la asunción con generosidad y esfuerzo todas las responsabilidades compartidas. Todo ello al tiempo que se les brinda una altura y grandeza de miras, así como expectativas de futuro que les motiven a ser constantes y perseverantes en los estudios y sus compromisos.

Además, en la adolescencia, los padres disponemos de una herramienta que podemos utilizar: la asertividad. Ser asertivos es tener la capacidad y habilidad para saber decir en tiempo y forma aquello de lo que uno está convencido. Una negación al hijo en el momento apropiado es abrir, al mismo tiempo, infinitas posibilidades de realización,  es ayudar al hijo a explorar nuevas vías acción. Un NO siempre lleva consigo muchos SÍES, infinitos síes.

En definitiva, los padres pueden enseñar a decidir, pero a fin de cuentas, el que aprende a tomar decisiones es el hijo, no podemos aprender por él. Para lograr este proceso educativo, una actitud tolerante o pasiva por parte de los padres no es suficiente. Enseñar a decidir a nuestros hijos es informar con verdad y honestidad sobre las consecuencias de cada uno de los actos. Es formar, dar forma, corregir aunque duela. Es prohibir con cariño y firmeza. Es dar muchas posibilidades de acción, abrir puertas, generar perspectivas múltiples. Todo ello, fomentará en los hijos unos mecanismos de decisión fuertes y arraigados, una personalidad segura de sí, una capacidad para asumir la frustración ante los fracasos y la alegría de compartir los éxitos alcanzados.

 

José Javier Rodríguez

Con perspectiva de Familia

Foro Familia