A nuestra sociedad cada vez le cuesta más ser consecuente con la evidencia científica de que el embrión humano es uno de nosotros con todas las consecuencias. Recientemente, el Tribunal de la Unión Europea ha dictado una sentencia en la que constata como hecho científico e indubitable que el embrión es un ser humano dotado de la misma dignidad que el resto de los seres humanos y extrae las consecuencias lógicas de tal afirmación a efectos de la patentabilidad de las investigaciones y experimentaciones con embriones. Sin embargo, a la vez vemos como afloran a los medios de comunicación noticias sobre prácticas médicas que suponen la eliminación sistemática de ciertos embriones con una u otra finalidad, presentándose tales prácticas como positivas y dignas de aplauso.
Esto es lo que sucede por ejemplo, con las noticias sobre los llamados “bebés medicamento”, es decir, esos niños que llegan a nacer tras un complejo proceso de diagnóstico y selección genética de otros muchos embriones producidos in vitro que son destruidos por no resultar compatibles con la finalidad terapéutica que se persigue.
Todo proceso de selección de un embrión con determinadas características supone necesariamente la destrucción de todos aquellos que no reúnen tales características. Aunque la finalidad última sea muy positiva (obtener células para el transplante a otro niño preexistente), dado que el fin no justifica los medios no es razonable bendecir y apoyar esa producción y destrucción de embriones, como no resultaría razonable destruir vidas humanas adultas como medio para lograr la curación de otras personas.