Una relación de pareja se torna vacía y sin aliciente cuando nos centramos exclusivamente en lo negativo del otro. Cuando en cada momento le decimos que así no se hacen las cosas o que tiene que esforzarse más en cambiar aquello donde al parecer se equivoca. Esto sucede en la mayoría de las ocasiones. Mientras que nos dedicamos sin parar en esta misma línea a ver lo negativo del otro, estamos olvidando que la persona que tenemos delante es mucho más que sus errores, y que también tiene muchas otras cosas positivas que pasan inadvertidas muchas veces. Perpetuando esta conducta dentro de la pareja se inicia una escalada simétrica en donde se nos presenta la imagen de un ring en el que uno constantemente parece estar retando al otro.
Esa pareja se olvida que un día se prometieron la aceptación incondicional, ésa donde, por medio del compromiso asumido en el matrimonio, asumían toda clase de condicionantes haciendo mención a “en lo bueno y en lo malo”. Ahí está el riesgo que asumimos cuando se decide formalizar la unión, pues de esa manera queremos a esa persona tal cual es y no a otra. Sin embargo en la terapia de pareja se suele argumentar: “es que él ha cambiado», o «es que ella no es la misma”. Pues bien, a no ser que haya una enfermedad mental o ciertas patologías que influyan sobre el comportamiento, el temperamento o nuestra tendencia a comportarnos de una forma determinada será siempre la misma. Por lo cual ¿por qué no dejar ser uno mismo?, ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que haga las cosas de otra manera? O cosas por el estilo, ¿por qué proyectamos nuestras dificultades continuamente en el otro?
Y es que es cierto que me gustaría que mi mujer o mi marido en esta cosa o en la otra actuara más como me gusta a mí, pero de esa manera se le niega la posibilidad de ser quien quiere ser. Negando esa aceptación incondicional de nuevo. Todo esto esta muy relacionado con las propias exigencias de cada uno, así como en las expectativas propias, buscando la perfección deseada.
Si que es cierto que esto suele pasar en muchos matrimonios pero cuando pasa se puede hablar y, por supuesto, perdonar.
El asumir que el matrimonio lleva la aceptación incondicional del otro, lo pude captar en el transcurso de una película donde la protagonista le decía al chico “sé que te voy a fallar, que a veces te voy a hacer daño, tanto que algunas veces te va a doler mucho y se que tú también lo harás, pero te quiero”. A esto me refiero cuando intentamos aceptar al otro, cuando le permitimos ser como es, y de esa manera también a nosotros mismos nos lo permitimos. Por eso intentemos buscar mejor aquello donde el otro se sienta a gusto por cómo es, valorando sus cualidades positivas y no recalcando continuamente sus fallos o lo que tendría que cambiar.
Lo que sí tengo claro es que este artículo me remite una vez más a lo primordial: que para un matrimonio hay que prepararse en un tiempo de noviazgo. Aquel que nos permita madurar personalmente y como pareja, aquel que me ayude a ser más yo y a ti a ser más tú y a reconocernos mutuamente en el nosotros.
Mª del Carmen González Rivas
Centro de atención Psicológica y Familiar Vínculos
www.psicovinculos.es
mcarmengr@psicovinculos.es