En la actualidad se oye mucho hablar sobre el déficit de atención, que puede cursar con hiperactividad o sin ella. Suele ser más molesto para el contexto que rodea a estos niños cuando cursa con hiperactividad (TDAH). Comienza a manifestarse en la etapa escolar, alrededor de los 5 años cuando el niño inicia su escolaridad en un sistema reglado. Es ahí donde comienzan sus principales dificultades pues éste les exige tener una mayor atención y control sostenido de los impulsos en muchas actividades. Por lo cual entendemos por trastorno de hiperactividad con déficit de atención aquel que impide al niño su desarrollo normal, debido a la incapacidad para centrar su atención, su inquietud constante e impulsividad. Su prevalencia es mayor entre los chicos que las chicas.
Un niño/a con hiperactividad toma decisiones demasiado pronto, antes de obtener o revisar la información, por ello se comprende que fracasen más en el colegio.
Pero además, los niños/as con TDAH desencadenan más situaciones de tensión en la familia, pues son considerados una carga para ella ya que se les señalan como los únicos responsables de esa situación en el sistema familiar. Sin embargo, se olvida muchas veces comentar lo que ya muchos terapeutas de familia empezaron a considerar a nivel terapéutico, que “uno no enferma solo, sino que vive en relación”, y en función de cómo sea ese sistema de relaciones tenderá a una dirección que le conducirá a etiquetarle en la patología o a otra muy distinta en donde todos los miembros de ese sistema, en este caso la familia, cogerán la responsabilidad que les toca como parte del problema en el cual todos participan.
Por ese motivo, para poder ayudar a estos niños la intervención ya no será meramente personal, sino que pasa a ser también una intervención familiar. Las principales preocupaciones de los padres son el comportamiento rebelde o desafiante de sus hijos, sus dificultades para cumplir órdenes; sin embargo más les debería preocupar a los padres sus dificultades con el ejercicio de su propia autoridad con respecto a sus hijos, así como procurar crear un sistema abierto de relaciones que les permitan su propio desarrollo y crecimiento que les acompañe pero que no les ahogue o asfixie y al mismo tiempo ayudar a los hijos a responsabilizarse de su propio comportamiento.
Por otro lado, sí es cierto que el contexto social también influye a estos niños para que se vean envueltos en las dificultades de atención así como déficit de control de sus impulsos ya que una gran mayoría de éstos están expuestos a una multitud de estímulos entre ellos muchas actividades extraescolares, la exposición a las nuevas tecnologías, añadiéndole que veces no cuentan con figuras de referencia estables que les sirvan de apoyo y guía, así como la ausencia de hábitos o rutinas.
En definitiva ante esta serie de dificultades por las que pueden pasar los niños limitarnos a ponerles una etiqueta diagnostica les hace a ellos únicamente responsables cuando todos los miembros de la unidad familiar están participando de ese problema. Colocarles a ellos exclusivamente esa responsabilidad en forma de “etiqueta diagnóstica” hará más difícil su ayuda, y en este sentido le será más difícil quitársela de su vida.
Por todo esto podemos considerar una serie de orientaciones prácticas que pueden resultar útiles para el mayor beneficio no solo de estos niños sino de toda la comunidad familiar:
- Identificar las potencialidades y debilidades del niño/a, creándose unas expectativas realistas sobre él/ella.
- Favorecer su autonomía personal: no haciendo lo que pueda hacer por sí mismo/a, dejarles que asuman las consecuencias de sus actos comprender sus errores.
- Insistir en que haya normas y límites claros que tienen que ser respetados (siempre acomodándolos a su edad y desarrollo).
- Darle un lugar apropiado para el estudio, buena alimentación y pautas de sueño, que le ayuden a fomentar la capacidad del niño para concentrarse en lo que está haciendo, y reduciendo en todo lo posible influencias perturbadores en su entorno.
- Si hay que introducir cambios en su comportamiento tienen que ir dirigidos u orientados al cambio de esa conducta concreta. Por lo tanto nunca exigir desde un principio el cambio de actitudes: “es que tienes que ser”. Frente a ellos es mejor: “tienes que hacer o tienes que comportarte”.
– Reforzar sus esfuerzos y progresos frente a una fijación extrema de que todo lo hace mal, le ayudara a sentirse valorado.
– Y ante todo fomentar, un clima de seguridad y comunicación, en donde se favorezca la expresión emocional del niño/a, así como el diálogo con ellos.
Mª del Carmen González Rivas.
Psicóloga y terapeuta de familia.
Centro de tención psicológica y familiar Vínculos en Badajoz.