Si una sociedad y sus leyes no se organizan alrededor del supuesto indiscutible de que todo ser humano es una realidad valiosa y digna de protección, la diferencia entre una sociedad civilizada y una banda de ladrones empieza a diluirse pues también en las bandas de ladrones se respetan determinados principios de colaboración entre los miembros y existen ciertos códigos éticos a respetar para que la banda sea eficaz.
La diferencia con una sociedad civilizada está en que, en la banda de ladrones, los principios que se respetan son cambiantes y sólo responden al interés material de los integrantes de la banda.
Lo que distingue a una sociedad civilizada de una banda de ladrones es que en la sociedad civilizada, se respetan determinados principios irrenunciables y previos al acuerdo social, al margen de interés particular o egoísta de unos u otros miembros de la sociedad.
Cuando en una determinada organización social, alguien se arroga el derecho de definir arbitrariamente quiénes tienen derechos o no, esa organización social deja de merecer el nombre de sociedad civilizada y pasa a deslizarse hacia el terreno de las bandas organizadas.
La legitimidad de las leyes no viene solo de que se aprueben por los procedimientos formales previstos en la Constitución sino también del hecho de que su contenido respete ese principio previo e irrenunciable que es la dignidad de todo ser humano.
Cuando se debate en un parlamento o en el seno de un Gobierno sobre cómo regular el aborto, si no se tiene en cuenta el criterio expuesto, lo que se alumbre será siempre injusto y arbitrario.