Esta semana hemos sabido que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha aclarado en una sentencia que la mujer embarazada puede perder también su empleo en un proceso de despido colectivo.
Sin entrar a valorar las razones que han llevado a los magistrados a elaborar la sentencia en esos términos, debería hacernos reflexionar sobre lo siguiente:
Europa está inmersa en un invierno demográfico. Los índices de natalidad de algunos países europeos, entre los que se encuentra España, son los más bajos de todo el mundo y ya están muy lejos del relevo generacional. Europa envejece y muy pronto lo hará de manera irreversible.
Algunos países se han dado cuenta y están intentando solucionarlo, pero como lo hacen siempre, con dinero. Pongamos el ejemplo de Suecia. El índice de hijos por mujer fue de 1,78 en 2017. En 2010 era 1,98, cuando tocó un máximo de 17 años. Y sin el creciente número de bebés con madres inmigrantes (y en especial, musulmanas), cercano al 30% del total, estaría en torno a 1,65 hijos por mujer. Y ello pese a las enormes ayudas económicas que se dan allí a la maternidad.
La solución sueca ha pasado por ser la ideal para paliar el problema, y se ha estudiado para ser el modelo a seguir en otros países. Pero ahora vemos que no, que subvencionar hijos no funciona y no resuelve el problema. Los matrimonios y las parejas no quieren tener hijos por eso precisamente, porque no quieren, porque les viene mal, porque les cambia su estilo de vida, porque, en definitiva, les complica la existencia. Y este sentimiento claramente egoísta no se puede contrarrestar con dinero. Hacen falta soluciones de más calado; soluciones que vayan dirigidas a lo más íntimo de la persona.
El primer paso debería ser hacer atractiva la maternidad y poner en valor a la mujer-madre por encima de otras consideraciones cortoplacistas, huecas y engañosas para la felicidad de la mujer. La ofensiva mundial de Ideología de Género que nos asola hace muy difícil esta solución, pero más difícil será si no se intenta.
Por eso decimos que esta sentencia es inoportuna. Lo es porque envía el mensaje contrario a la sociedad en general y a la mujer en particular: tu maternidad nos importa solo en determinados supuestos.
No obstante, hay una puerta a la esperanza. La sentencia del TJUE insta a las naciones a legislar explícitamente que no se pueda despedir a una embazada durante el embarazo y el periodo de lactancia. Dejan mucho margen y al final dependerá de la legislación específica de cada país. Esperemos que los gobernantes se den cuenta del problema que tienen entre manos. De otra manera el invierno será muy frío. Mucho más que ahora.