Pobre de solemnidad, quiso Dios que el pequeño sirviera en la casa de un hombre bueno, Jacob y, más tarde, de su hijo José… Allí vivió Tarsicio feliz con José, Myriam y el Niño, en un hogar luminoso y alegre. De la mano de Tarsicio, aunque en clave de ficción, recorreremos los momentos más destacados de la historia más grande jamás vivida y contada. “Antes que nada he de decirles que Tarsicio, quien les escribe, si no analfabeto tampoco es ningún sabio; ni versado siquiera en la Torá judía como todos los niños de mi tiempo en estas tierras. Tengo solo en mi haber que cuanto sé, se lo debo a mi Madre Myriam y a José, mi padre y señor. Me lo enseñaron primero en Nazaret y luego aquí en Belén, siempre con el ejemplo de una vida de trabajo intenso que era oración. Más y mejor si cabe, cuando todo lo que hacían, trabajaban, estudiaban de leyes mosaicas o me enseñaban, lo hacían en presencia del Niño Dios nacido. Sea como fuere, si de carrerilla sabía poco, de Amor —y perdonen la inmodestia— más que muchos sabios escribas o fariseos. Ninguno tuvo para ello mejor escuela. Valga sin embargo lo dicho, por si en mi relato de los acontecimientos vividos hubiera algún error cronológico. De estos les pido disculpas; más que disculpas, si me faltase Amor. Sería imperdonable cuando Dios quiso que fuera testigo de excepción. Privilegiado”. Es un libro que engancha donde hay sensibilidad. Es una historia para contemplarla, una historia sencilla, humilde, pero que llena de verdad los corazones esperanzados. Es una historia que hace bien leerla, que ayuda, que inspira, que relata, aun entre líneas, la manifestación más grande de la misericordia de Dios con el hombre.