Hace 43 años, el 22 de enero de 1.973, la Corte Suprema de los EEUU resolvió, en el caso Roe contra Wade, que el ser que una mujer embarazada lleva en su vientre no es un ser humano y por tanto carece de derechos.
Era el principio de una época en la que la sociedad occidental empezaba a modificar su pensamiento hacia un relativismo en el que muchas actuaciones, hasta entonces inaceptables, podían ser consentidas y hasta llegar a ser admitidas y aprobadas por una gran parte de las personas.
Estamos viendo estos días, con la incorporación de nuevos grupos al mundo político español, la puesta en marcha de alguna de sus propuestas electorales.
Asuntos como la eutanasia -que ya se está introduciendo en las diferentes cámaras legislativas-, la broma de las cabalgatas en Navidad burlándose de las creencias e ilusiones de la mayoría, la disminución de presupuesto para la escuela concertada (Murcia, Madrid) actuando en contra de la libertad de las familias para educar a sus hijos de acuerdo a sus convicciones, y un sin fin de iniciativas incomprensibles.
Incomprensibles muchas de ellas pues, viniendo de partidos que pretendiendo defender y proteger a los más débiles proponen en sus programas el mantenimiento del aborto y la eutanasia.
Y todo esto sin tener un partido político comprometido con la defensa de la vida desde su concepción hasta la muerta natural, ni con la libertad de los padres para que puedan ejercer el irrenunciable derecho a cumplir su deber de educar a sus hijos según sus propias convicciones.
Ante esta situación y para arreglar esto, ha llegado nuestro momento: el de las personas, el de la sociedad civil, actuando cada uno en su entorno familiar, social y laboral con generosidad. Somos nosotros los que debemos empezar a reconducir la conciencia de una sociedad que, con un relativismo profundo, se ha dejado llevar y aceptar situaciones y aspectos de la vida en contra de la verdad de las cosas.