La tarea de ser padres implica, entre otras cosas, adaptarse al ritmo o desarrollo evolutivo de los hijos. Y decía Mafalda que esto no era nada fácil, ni para los padres ni para los hijos, pues “padres e hijos reciben el mismo título pero ninguno de ellos ha asistido a un curso para ejercer su profesión”. Así, de esta manera, no sólo el trabajo es para los padres sino también para los hijos.
En realidad todos somos y hemos sido hijos; da igual la familia en la que nos haya tocado vivir, nadie nos dijo cómo teníamos que ejercer nuestra profesión de hijos y nuestros padres nos han ido marcando una serie de pautas, que nos han gustado más o menos según el caso. La cosa se complica cuando como hijos, somos padres.
En demasiadas ocasiones, en terapia de pareja se ve cómo a las dificultades propias de una relación se les suman las de las familias de origen. Siempre que surge una nueva pareja se suele insistir mucho en que es necesario y fundamental que ésta cree su propia comunidad, su propia familia.
Y es que, en palabras de una terapeuta de familia, “las crisis de pareja tienen que ver muchas veces con no haber podido resolver los cónyuges sus dificultades en sus propias familias extensas y repetir patrones disfuncionales en ellas” (Pérez- Díaz Flor, 1994).
Las relaciones con la familia extensa (suegros, cuñados, etc.) sí que deben ser cuidadas y bien gestionadas. Ayudarse en esto mutuamente facilita un buen trato con los suyos y revierte en más felicidad para su relación. Es fundamental saber que son amores muy distintos y perfectamente compatibles. Y por eso mismo ambos amores merecen reconocerse y recibir un buen trato.
Artículo escrito por Mª del Carmen González Rivas, Psicóloga. Centro de atención Psicológica y Familiar Vínculos.