Una sociedad democrática se sustenta sobre la libertad responsable de los ciudadanos y, por lo tanto, sobre las virtudes de éstos. Con leyes, tribunales y controles administrativos no basta para garantizar el mínimo ético que hace humana a una sociedad si ésta no se apoya en el compromiso de la mayoría de sus ciudadanos con el bien y la verdad.
Mucho tiene que ver con lo que está pasando en España la defensa de una educación relativista y sin valores durante décadas por parte de muchos; la permanente ridiculización de valores básicos como el respeto a la vida, a la familia y a la dignidad de la persona por parte de tantos; la exaltación irresponsable del lujo, el placer, el dinero y la autosatisfacción como los únicos valores importantes en la vida; la burla sistemática de la religión en nuestra vida pública; y tantos otros fenómenos similares que han caracterizado la cultura dominante, la política, muchas escuelas y medios de comunicación durante décadas.
Aparte de buenas leyes y concienzudos tribunales, España necesita familias fuertes que eduquen a ciudadanos responsables, medios de comunicación que no exalten permanentemente lo más cutre de la conducta humana, políticos que respeten las fuentes de valores éticos en las personas y una verdadera revolución cultural que haga de las virtudes personales y cívicas algo digno de aprecio y respeto.