No, no es porque alguien tiene que pagar las pensiones –aunque también es un problema–. El motivo por el que la sociedad en su conjunto debería cuidar más y mejor de las familias es mucho más profundo y, si no lo solucionamos cuanto antes, estamos abocados a un futuro cuanto menos desalentador. Trataré de explicarlo.
Si al final del día hiciéramos un recuento de las palabras que más se han escuchado en nuestra sociedad, dibujaríamos una muy lamentable imagen de lo que nos rodea. Las noticias en los medios saltan de escándalo en escándalo, se viola sistemáticamente la ley, se comenten delitos económicos de tal magnitud que no somos capaces de imaginar el volumen de euros defraudado… Y sí, claro que la justicia funciona, pero da la impresión de que el sistema acaba por ensalzar al defraudador que ‘se fue de rositas’, al que se hizo rico con lo ajeno, al que ha triunfado sin aportar nada al conjunto. La mentira toma carta de naturaleza en un mundo en el que el bueno es tomado por tonto y el justo, por ingenuo, en el que el egoísmo le ha ganado la partida al bien común.
Ahí está, precisamente, la labor imprescindible, insustituible, de las familias para la sociedad: el ‘bien común’, una noción que solo se aprende en el seno del hogar, una lección que los padres trasladan a sus hijos, una réplica en miniatura de lo que debería ocurrir tras los muros de cada casa. Esa es la gran aportación de la familia a la sociedad: la educación en valores que garantiza que el bien común será la meta compartida por todos.
El concepto de bien común no se aprende con lecciones de economía ni con el intrincado desarrollo del funcionamiento de los presupuestos generales del Estado. Como todo lo importante en la vida, el bien común se aprende en los detalles más sencillos de lo cotidiano. Porque ‘bien común’ es que un niño rellene con agua los vasos de todos sus hermanos cuando se sientan a la mesa, ‘bien común’ es que los que mañana formarán parte de la sociedad adulta hayan aprendido el valor del esfuerzo con el ejemplo repetido de sus padres, ‘bien común’ es saber que no se miente porque la mentira hace daño y rompe la confianza del hogar, ‘bien común’ es el que crece en cada casa cuando se cuida del más débil, del que en ese momento más lo necesita.
Cada familia –y no hace falta pensar en una idealizada e inexistente– es el núcleo perfecto y primigenio para que la persona aprenda a ser persona con lo más grande que puede hacer: pensar en los demás. Esa capacidad de entrega solo se puede interiorizar en el seno de un hogar por la sencilla razón de que allí todo se hace por amor porque por amor se recibe. Y una vez interiorizado, se traslada de manera automática al conjunto de la sociedad. Esas lecciones domésticas quedan impresas en el ADN de cada uno y desde allí se trasladan al resto de la comunidad.
No seamos cortoplacistas: la importancia de cuidar a la familia no radica solamente en el peligro del suicidio demográfico, en la pirámide invertida o en el inminente colapso del Estado del bienestar. Eso, que es real y está a la vuelta de la esquina, es lo de menos. Lo verdaderamente importante es que para tener una sociedad sana necesitamos unos buenos ciudadanos y los buenos ciudadanos solo crecen en las familias. Así que, cuidemos de las familias, démosles la oportunidad de nacer, crecer y multiplicarse, de tener tiempo y recursos para educar a los suyos, de elegir cómo desean hacerlo, porque con eso nos garantizamos el bien de todos. Y sin eso, sencillamente, no habrá bien.
Dra. María Solano Altaba
Directora de la revista Hacer Familia
Profesora de la Universidad CEU San Pablo