La pasada semana asistimos al estreno de un anuncio de unos grandes almacenes en el que se introducía una pareja homosexual como clientes potenciales de la campaña comercial.
Conviene analizar el porqué no es correcto este tipo anuncios para que no nos pase desapercibida la carga ideológica que contienen.
En primer lugar, con dichos anuncios se eleva a público lo que es de ámbito privado. La condición sexual de cada uno es eso precisamente, privada. La sexualidad no es una ciencia exacta y nadie puede imponernos una determina visión de cómo debe ser, y mucho menos imponerla. Una cosa es la proposición honrada de lo que a nuestro juicio es una sana antropología y otra, muy distinta, es la imposición de unas conductas que no tienen nada de inocentes y mucho menos inocuas. Y utilizamos el verbo imponer porque se trata en esencia de eso: o te gusta o te callas.
En segundo lugar, resulta lamentable cómo cualquier cosa, y en este caso se trata de la condición sexual, es usada como reclamo comercial para llamar a un colectivo minoritario a que consuman, no importando si con ello ejercemos una manipulación en lo más íntimo de la persona y violentamos, de paso, a los que “o no les gusta o se tienen que callar”.
Y en tercer lugar, este tipo de anuncios fuerzan a aquellos que puedan sentirse identificados con el grupo en cuestión a aceptar que su condición sexual es objeto de mercancía, relegando a la persona a la categoría de cosa y menospreciando su dignidad. Y también aquí, o les gusta o se callan.
Por tanto existe en las personas de buena fe, no contaminadas por ideologías agresivas propias de países ricos y sociedades aburridas, la obligación de alzar la voz contra este tipo de comportamientos comerciales y no conformarse, callando, con este estado de cosas.
Si nos han de amordazar, que lo hagan, pero no vayamos sumisamente a ello y proporcionemos la mordaza.