Habitualmente se nos pretende trasmitir la idea de que la defensa del aborto o la del llamado ‘matrimonio homosexual’ son fenómenos inevitables de nuestra época, y sería absurdo seguir oponiéndose o pretender mantener abiertos unos debates que presuntamente la historia habría ya cerrado definitivamente. Esta es una inmensa falacia que pretende demagógicamente una parte de la sociedad -la defensora de los valores humanos- renuncie a defender sus ideas e ideales.
Las noticias que llegan de todo el mundo demuestran cómo los debates alrededor de la vida, el matrimonio y la familia tienen carácter universal en nuestra época y en unos países y lugares se dan pasos hacia soluciones muy poco humanistas pero a la vez en otros lugares se dan pasos hacia la conservación y refuerzo de la mejor tradición humanista. Esta misma semana, el Parlamento Europeo ha vuelto a rechazar el llamado informe Estrela que pretendía imponer en toda Europa los planteamientos ideológicos de género en materia de derecho a la vida y en un país de larga tradición democrática como es Australia; el Tribunal Constitucional ha rechazado la supresión del matrimonio para equipararlo a las uniones de personas del mismo sexo.
Estos debates sobre cuestiones fundamentales siguen y seguirán abiertos en nuestros días y, si alguien renuncia a mantener sus propuestas e ideas y a defenderlas en público una y otra vez ese será el que pierda el debate. Por eso, es muy importante ganemos o perdamos una batalla concreta que el debate de fondo siga vivo como va a suceder en nuestro país en materia de aborto.
Lo peor que nos puede pasar es que nos acostumbremos a lo peor y que renunciemos a combatirlo como si fuese ya inevitable. La historia humana, tanto la personal como la colectiva, no está escrita; la escribimos nosotros todos los días con nuestros actos, con nuestras palabras y nuestras omisiones. Esta es nuestra responsabilidad.