Tras descalabros recientes como el referéndum irlandés sobre el matrimonio o la frustración del proyecto de reforma de la ley del aborto en España, entre otros, y a la vista de las legislaciones y de la cultura dominante en esta materia, ¿se puede hablar de un tono vital positivo en el movimiento pro-familia en Europa, después de las cosas que estamos viendo?
Sin duda. Una parte relevante de la sociedad europea está dispuesta a defender las grandes verdades sobre el hombre, propias de la cultura del humanismo cristiano, en una época en que es evidente que lo políticamente correcto y la clase política dirigente se están adscribiendo cada vez más al secularismo de género. Tenemos dos fenómenos: por una parte el secularismo de género avanza (y aún va a avanzar más, porque las causas traen sus consecuencias) y por otra se está produciendo una reacción muy notable de mucha gente muy normal que está dispuesta a defender qué es de verdad el matrimonio, qué es el hombre y la mujer, a defender la vida porque el aborto no puede ser solución para ningún problema. Estas señales que están surgiendo de la base social son muy esperanzadoras, precisamente porque no se apoyan en las estructuras del poder político, sino que crecen espontáneamente desde abajo, por puro amor a la verdad. Y eso da claramente esperanza de futuro a este movimiento en Europa.
El movimiento pro-familia ha ido cambiando a lo largo del tiempo en Europa en función de las circunstancias históricas. Ha habido una época en que ha sido muy frecuente, especialmente en países como España, Francia e Italia, la incidencia de la movilización en la calle. ¿Esto seguirá teniendo un papel relevante en el futuro? ¿Hay otras dimensiones que quizás no se han cuidado tanto, y que habrán de ser abordadas a partir de ahora?
Yo creo que vamos a seguir viendo movilizaciones en la calle, porque en una sociedad democrática como la nuestra, cualquiera que quiera hacerse notar tiene que usar los derechos que otorgan las constituciones (los derechos de reunión y manifestación, por ejemplo) pero eso no es lo más importante. Esa gente que sale a la calle es porque está haciendo familia en su casa y porque está intentando educar a sus hijos en los buenos valores humanistas propios de nuestra tradición cultural. Y se toma en serio eso que vive y quiere transmitir a sus hijos, y por eso también lo expresa circunstancialmente en función de determinados debates sociales o legislativos, con esas movilizaciones en la calle. Pero lo más importante es que hay gente que se arraiga en sus convicciones, que no se deja arrastrar por la mentalidad dominante y que desde ahí trata de influir en la sociedad. Por ejemplo en el Foro de la Familia, de vez en cuando, promovemos grandes manifestaciones, pero la labor fundamental es una tarea de formación continua, de dar claves intelectuales y morales a la gente para arraigarse en sus convicciones y no dejarse arrastrar. Estamos asistiendo a un momento de gran debate cultural. Toda una civilización está muriendo, la civilización de la modernidad racionalista que ha llegado a concebir al hombre como un mero producto cultural, frente a quienes creemos que el hombre “consiste en algo”, tiene una “naturaleza”, y por tanto conviene que viva de acuerdo con ella. Es importante formular conceptualmente todo esto de forma atractiva y moderna, para poder incidir también en el debate social y político. Yo creo que se está dando este renacer de mucha gente. Por ejemplo, creo que hay una primavera en la Iglesia católica que está convirtiendo en activistas sociales sonrientes, y en protagonistas de una nueva revolución cultural, a lo mejor de la sociedad europea. Y esto es un signo de esperanza patente.
¿Cómo romper el muro de cerrazón de un sector importante de la cultura, de los medios y de la política sobre la familia? Porque tengo la impresión de que existen dos mundos: uno que tú acabas de describir, que nace del 68 y tiene un poder de proyección y plasmación social imponente, y otro que podríamos llamar “resistente”, que puede tener la tentación de encastillarse tras la muralla sin que haya contacto. Tú llevas muchos años intentando tender un puente de diálogo… ¿no parece que es como clamar en el desierto?
En este momento están en la cúspide del poder, tanto político como cultural, en los países de la UE y EEUU, los hijos de la revolución del 68 (libertaria y anti-humanista en el fondo) pero también es verdad que hay mucha gente que está reaccionando frente a eso. Y yo tengo una experiencia cualitativamente significativa: cuando doy charlas a gente joven en la universidad o en los institutos sobre la familia, veo una rebelión contra la cultura familiar de sus padres. Chicos que han vivido la ruptura matrimonial de sus padres, con el sufrimiento asociado a eso, dicen que quieren hacer una cosa distinta con su vida. Muchas veces no saben qué, porque nadie se lo ha explicado, pero cuando les muestras otra manera de vivir la acogen con gran ilusión y sin prejuicios. Creo que eso es lo que hay que explotar: el estilo de vida de ese laicismo de género que ha llevado a la promiscuidad sexual, al miedo a la vida, al individualismo mercantilista, está generando mucha tristeza y muchas vidas frustradas. Ese fracaso de la cultura hoy dominante, en la vida de muchas personas, es un inmenso aliado nuestro si somos capaces de ofrecer otra forma de vivir. Las fronteras entre lo institucional, lo político y lo privado no sólo no son firmes, sino que no existen; es una especie de pared transparente. Con nuestro estilo de vida, proponiendo nuestras razones en libertad y ratificándolas con la sonrisa de una vida feliz, podemos romper el cerco. Yo creo que la verdad sobre el hombre tiene una fuerza de atracción potentísima, porque como ya decía Aristóteles, los hombres queremos ser felices, y por tanto la gente feliz nos atrae profundamente. Si podemos mostrar que con nuestra forma de vivir una sexualidad responsable, la gozada que es el matrimonio, o cómo se pueden tener hijos con esperanza, nos hace más felices, eso atraerá a mucha gente, en una época en que muchos sienten su vida muy vacía.
Todo lo que dices nos lleva a la palabra “testimonio”, que se puede declinar de muchas formas: desde el debate cultural hasta los ámbitos cotidianos de vecindad, trabajo y ocio. Los que no tienen la dicha de vivir una experiencia plena de familia, sí tienen nostalgia de esa plenitud, y por tanto habría que descartar cualquier forma de trinchera y buscar activamente el encuentro con ellos…
Totalmente de acuerdo. No se trata de alzar ninguna trinchera y tampoco de ningún proselitismo extraño. En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco dice algo decisivo cuando habla de la responsabilidad social: no se trata tanto de conseguir objetivos inmediatos cuanto de poner en marcha dinámicas abiertas en la historia, para que otros que no sabes quiénes son, recojan en su día el fruto. Se trata de eso: nada de trincheras, vamos a dar testimonio de lo que somos, aprovechemos que estamos en una sociedad pluralista y libre donde cada uno puede narrar su forma de vida a los demás, confiados en que muchos acogerán esa propuesta y descubrirán que con ella pueden ser más felices. No tengo ninguna sensación subjetiva de trinchera ni de aislamiento. Cuando levantamos la bandera de la familia acuden miles de personas, cada una de su padre y de su madre, pero unidas a la hora de reconocer y defender cosas buenas.