Hay libros que, en una apretada síntesis, consiguen ponernos al día sobre el estado de una determinada cuestión. Nueva izquierda y cristianismo, de Francisco José Contreras y Diego Poole (Encuentro, 2011) es uno de esos libros. Pero cuando por añadidura la cuestión tratada implica asuntos tan decisivos y trascendentales como si puede existir una ética sin Dios o el destino de la civilización europea, entonces está justificado hablar de una lectura imprescindible. Quizás lo menos elogiable del libro sea su título, que elude sugerir cualquier ánimo polémico, e incluso valdría para una obra de signo totalmente distinto, que pretendiera vendernos alguna suerte de conciliación más o menos retórica entre el cristianismo y la izquierda. No es el caso, desde luego; pero es que además, el texto de Contreras y Poole va más allá del mero análisis político, y se adentra sin remilgos en reflexiones filosóficas de gran calado, con las únicas limitaciones propias de espacio.
Según los autores, tras el fracaso del comunismo, la izquierda ha tendido a dejar en segundo plano el discurso socialista clásico, centrándose más en cuestiones morales y culturales, como el aborto, la ideología de género, los «nuevos modelos de familia» y la hostilidad hacia el cristianismo. Esta última es en realidad la que confiere unidad a todo lo demás. Las ideologías emancipatorias popularizadas a partir del mayo del 68 se caracterizan por su colisión frontal con la moral cristiana, a la que oponen un relativismo hedonista que se pretende enemigo de todos los dogmas. Pero el relativismo es una actitud contradictoria. Si la verdad no existe, entonces esta misma afirmación no puede ser calificada de verdadera. Por ello, el relativismo en realidad encubre la defensa de unos dogmas bien determinados, que en resumen se pueden definir como de tipo ateo y materialista. Y el materialismo, al contrario de lo que pregona el cientifismo, nos conduce al irracionalismo, puesto que es incapaz de explicar la inteligibilidad de la naturaleza. Es más, desde el materialismo es imposible fundamentar la dignidad del ser humano, al quedar reducido a un trozo de materia. De ahí que hoy en día, en aparente paradoja, sea el cristianismo el último baluarte del racionalismo y de la defensa de unos derechos humanos universales erigidos sobre una base firme, independiente de las veleidades políticas. La prueba de que las críticas al materialismo y al relativismo no son producto de mentes mojigatas se halla en los síntomas de decadencia europea: Baja natalidad, disolución de los vínculos familiares, desarme moral ante el avance del islamismo… A fin de revertir este proceso, es necesaria una alianza activa entre los cristianos y aquellos intelectuales agnósticos que, pese a carecer de fe religiosa, son conscientes del papel fundamental del cristianismo en las raíces de nuestra cultural humanista y liberal, seriamente dañada por el relativismo posmoderno y el multiculturalismo. Es preciso superar la falsa neutralidad del Estado y permitir que los cristianos puedan participar como tales en los debates públicos, con el mismo derecho de convencer a los demás y sumar mayorías democráticas, que el que tienen los ateos y materialistas. Con esta nota de esperanza y al mismo tiempo de advertencia concluye el libro, citando a Ratzinger: «[U]n mundo sin Dios no tiene futuro».
Por supuesto, este resumen no le hace justicia. Para mí, los capítulos más fascinantes son aquellos en los cuales se argumenta la imposibilidad de fundamentar una ética sin Dios, pretensión que nos recuerda a ciertos manuales de autoayuda del estilo de «aprenda inglés sin esfuerzo», o «pierda peso sin dejar de comer». La ética sin Dios no pasa de ser una declaración de buenos deseos, incapaz de justificar unas determinadas normas y no otras. En el mejor de los casos, los apologistas de una moral totalmente secularizada no hacen más que reproducir por inercia ciertos principios cristianos, pero sin ser conscientes de su origen. Y suelen quedar en ridículo frente a pensadores más lúcidos y consecuentes, como Peter Singer, que defiende el aborto, la eutanasia y hasta el infanticidio partiendo de la explícita negación del carácter sagrado de la vida humana.
Aunque comparto plenamente el diagnóstico de Contreras y Poole, albergo una duda, que me lleva de nuevo a discutir el título. ¿Realmente esta izquierda es tan nueva? Es cierto que la caída del muro de Berlín ha desprestigiado las ideas económicas socialistas todavía más de lo que ya lo estaban antes. Pero desde tiranos como Hugo Chávez hasta figuras de la intelectualidad como Chomsky o Sampedro, el discurso anticapitalista sigue manteniendo gran número de adeptos, multiplicados por la actual crisis económica. Y al mismo tiempo, las ideas de ingeniería social, de crítica de la familia «tradicional», de adoctrinamiento en la ideología de género, etc, tienen muy poco de novedosas. A lo largo de las páginas de Nueva izquierda y cristianismo, se cita varias veces a G. K. Chesterton, el escritor católico que desde principios del siglo XX ya detectó estas tendencias. Las mentecateces del feminismo radical, la cristianofobia, el odio a la Iglesia y a la familia como últimos reductos contra todo totalitarismo, ya estaban ahí casi desde el principio. No deberíamos dejarnos engañar por cierta apariencia moralista del comunismo estalinista, que probablemente obedecía a razones coyunturales. No exageremos el contraste entre una izquierda «clásica», obrerista, y la izquierda sentayochista, partidaria de la promiscuidad sexual y la píldora abortiva. Las ideas sobre el «amor libre» no las inventaron los hippies, en realidad son antiquísimas, y ya estaba plenamente de moda, en ambientes minoritarios, hacia 1900. Obedecen exactamente a la misma lógica de quienes quisieran abolir la propiedad privada, abolir la familia y abolir la religión. El comportamiento de las milicianas frentepopulistas en nuestra guerra civil recuerda mucho a las concepciones sexuales que defienden los actuales manuales de Educación para la Ciudadanía. Sin duda, sus compañeros eran mucho más machistas de lo que los actuales cánones progres aprobarían, pero ¿hay algo más machista que defender el aborto libre? Como bien señala Francisco José Contreras: «El tipo de sexualidad (trivializada, de consumo rápido, desvinculada del amor, el compromiso y la reproducción) impuesta por el sesentayochismo parece diseñada a la medida de las necesidades y caprichos masculinos.» (Pág. 47.) En este sentido ¿tan distinto es el anarquista o comunista del 36 del progre de hoy? Ambos creían que en el condón (usado ya por los más «avanzados») y el aborto residía el secreto de la liberación sexual. Sobre todo la del varón, que elude así cualquier tipo de responsabilidad embarazosa, valga el juego de palabras.
En realidad, de la lectura de este libro emerge con claridad la esencia profunda de la izquierda, que no es otra que la arrogancia prometeica de querer emancipar al ser humano de toda norma humana e incluso divina, lo cual no conduce a otra cosa que la peor esclavitud imaginable. Como escribió Chesterton, en un pasaje que resume con premonición inigualable el contenido del libro aquí reseñado: «Los que comienzan combatiendo a la Iglesia en nombre de la libertad y la Humanidad, acaban por lanzar de sí, con tal de poder seguir combatiendo a la Iglesia, la misma libertad y la Humanidad misma.» (Chesterton, Ortodoxia, en Obras completas, Plaza y Janés, 1961, vol. I, pág. 674.)