Cualquier reforma educativa, que quiera tener un carácter duradero en el tiempo, y conseguir objetivos estables de calidad perennes, debe apostar sin miedo por la libertad y la desadministracivizacion del sistema educativo.
Sólo con libertad de creación de centros escolares, libertad real de los padres para elegir el centro que deseen, autonomía pedagógica real de cada centro, y transparencia informativa sobre los resultados académicos y los rendimientos de cada centro y profesor, habrá verdaderos incentivos para la competencia entre centros y la búsqueda de la excelencia.
Sin esta apuesta por la libertad, la organización del sistema educativo dependerá, como hasta ahora, de lo que decida el gobernante de turno y por lo tanto, lo que ahora haga Wert lo podrá deshacer el siguiente Gobierno cuando le apetezca.
Si no se aprovecha el momento actual, para una reforma que introduzca la libertad, se habrá perdido una ocasión histórica y el anteproyecto hecho público por el Gobierno es profundamente escaso y limitado a ese respecto.