Anunciada estos días una reforma educativa por el ministro de Educación, procede recordar que no puede haber un sistema educativo que apueste de verdad por la calidad si no se inspira en criterios de libertad, transparencia, competencia y autonomía.
Más allá de las cuestiones funcionales y administrativas, la escuela española, para avanzar hacia objetivos claros de mejora, necesita que los centros educativos gocen de autonomía y sean transparentes respecto a los resultados obtenidos; que los padres puedan elegir con libertad el centro escolar que mejor se adapte a sus criterios sobre la educación que deben recibir sus hijos; que haya centros con proyectos pedagógicos e idearios distintos que puedan competir entre sí en la captación de alumnos; que los profesores estén convenientemente motivados a través del diseño de una carrera profesional motivadora y que haya auténtica libertad para crear centros educativos.
Además, es imprescindible que desaparezca de la legislación la carga ideológica de pedagogías fracasadas que han conducido al actual índice escandaloso de fracaso escolar. Las escuelas y los profesores deben poder apostar por criterios de esfuerzo, exigencia y autoridad para que la escuela sea de verdad un sitio dónde unos enseñan, por que están capacitados para ello, y a otros se les exige que aprendan y se les mide el resultado de su esfuerzo y aprendizaje.
Si la reforma educativa que anuncia el Gobierno incorpora los anteriores principios podremos ver en poco tiempo un cambio a mejor frente a la tendencia de las últimas décadas hacia menos calidad y más fracaso escolar.