Las organizaciones abortistas están -una vez más- manipulando el drama y el dolor de una mujer concreta para intentar presionar a un país para que legalice el aborto. Esta vez es El Salvador y la víctima es conocida como Beatríz: no conocemos con exactitud el diagnóstico médico de la situación de esta mujer, pero sabemos que está rodeada de activistas proaborto que hablan por ella e intentan manipular su historia para impactar en la opinión pública local e internacional a favor del aborto. Es una estrategia de comunicación que se repite una vez y otra -desde hace décadas-, tanto en Europa -en Irlanda acaba de desarrollarse un campaña similar- como en los países de otros continentes que mantienen leyes protectoras de la vida: se busca un caso duro, de drama personal para, explotando la sensibilidad y emotividad general para evitar un debate racional, proponer legalizar el aborto presentando a los defensores de la vida como carcas, oscurantistas, inhumanos y opuestos a la vida de la embarazada.
Algunos criterios que merece la pena tener en cuenta en este debate son los siguientes:
a) Acabar directamente con la vida del no nacido no es aceptable éticamente nunca, sea cual sea la finalidad subjetivamente perseguida. Aunque debe aclararse que, si de verdad se diese el supuesto de tener que elegir entre una vida y otra, ésta conducta nunca ha sido sancionable penalmente en ningún país civilizado, pues concurriría lo que en la tradición jurídica española se llama eximente de estado de necesidad. Este es un caso concreto en el que se ve con claridad cómo la moral es más exigente que el Derecho.
b) El derecho a la vida del niño aún por nacer no disminuye porque padezca enfermedades o discapacidades, por graves que éstas sean. En el caso de actualidad se dice que el niño padece anencefalia; de ser así, ese niño tiene el mismo derecho a no ser eliminado que cualquiera de nosotros, aunque su esperanza de vida tras el nacimiento sea mínima.
c) Si de verdad el lupus y demás circunstancias médicas de la madre aconsejan tratamientos agresivos para su curación, es legítimo y ético aplicar estos tratamientos aunque su efecto indirecto pueda ser la muerte del niño. Es éticamente aceptable curar a la madre aunque tal tratamiento pueda eventualmente afectar a la vida del hijo; pero no es éticamente aceptable eliminar al niño para, eventualmente, salvar a la madre.
En el caso de la Beatríz salvadoreña, convendría que los activistas proaborto dejen de manipular su historia y dolor al servicio de una causa ideológica y que los médicos apliquen los tratamientos aconsejables para curar su enfermedad con pleno respeto al derecho a la vida de la madre y el hijo.
Y a los españoles que pretenden aprovechar la historia de Beatriz para influir en el debate sobre la legislación del aborto en España, cabe pedirles un poco de respeto a esta mujer y que no manipulen su historia y su vida para sus causas políticas.