En un análisis publicado en Family Studies, Nicholas Zill –un psicólogo norteamericano especializado en temas familiares– explica que en la literatura sobre los factores que influyen en el éxito educativo frecuentemente se concede un papel preponderante al nivel económico de las familias. Aunque efectivamente el nivel de renta parece un indicador relevante, el énfasis en esta explicación eclipsa muchas veces otras perspectivas. En concreto, Zill se fija en la estabilidad matrimonial.
Para ello, se sirve de un estudio longitudinal (conocido comoECLS-K) que siguió a más de 9.000 estadounidenses desde primero de infantil hasta el octavo curso de primaria. Zill selecciona a los niños cuyos padres estuvieron casados al menos hasta que sus hijos terminaron infantil, y los divide en tres grupos según las circunstancias familiares posteriores: matrimonios estables, parejas divorciadas en las que el cónyuge a cargo del hijo (casi siempre la madre) volvió a casarse después, y por último divorcio y hogar monoparental. Para eliminar del análisis la influencia del factor económico, el autor escoge niños y niñas con un nivel de renta similar en el momento inicial de seguimiento.
Durante los años de educación infantil, no se aprecia una diferencia estadísticamente relevante entre los tres grupos en cuanto al comportamiento en el aula. Pero una vez empiezan a producirse los divorcios, la cosa cambia. Para cuando los niños están en quinto de primaria, los que pertenecen a los dos últimos grupos obtienen peores evaluaciones de sus profesores que aquellos cuyos padres siguen casados. La diferencia sigue siendo grande incluso teniendo en cuenta la renta familiar, el nivel de educación de los padres, o la etnia y el sexo de los niños. De igual manera, los hijos de matrimonios intactos son los que menos sentimientos de tristeza, introversión o preocupación muestran a esa edad, seguidos por los que viven en hogares monoparentales.
Cuando llegan a la adolescencia
Cuando los niños llegan a octavo curso, y están en plena adolescencia, sus problemas de comportamiento en el aula ya empiezan a ser motivo de acciones disciplinarias, pero una vez más se aprecia una importante diferencia según la estructura familiar. Los estudiantes que viven en hogares monoparentales tienen el doble de posibilidades de haber sido expulsados que los de matrimonios intactos; los de parejas rotas y rehechas, el triple. Los hijos de padres no divorciados son también los que menos experimentan conductas depresivas, impulsivas o de ansiedad.
En cambio, en cuanto a las notas, no hay una diferencia estadísticamente relevante entre los grupos de matrimonios casados y hogares monoparentales (a pesar de que la situación financiera del segundo suele ser peor que la del primero). En cambio, los niños que viven con un padrastro o madrastra obtienen peores calificaciones, lo que parece indicar que la renta familiar no es un factor tan determinante en el rendimiento académico de los estudiantes.
El hecho de que los hijos en hogares monoparentales puntúen mejor en todos los indicadores que los que viven con un padrastro o madrastra (salvo en cuanto a las tendencias impulsivas) apunta al efecto traumático, y acumulativo, de las distintas “transiciones familiares”. Por el contrario, la estabilidad parece proteger el desarrollo psicológico, emocional y académico de los niños y niñas.