Ha terminado el periodo de las Navidades.
El origen cristiano de nuestra civilización occidental ha hecho que la mayoría de las familias europeas y, por supuesto, las españolas, las hayan celebrado como lo que son desde su origen y la tradición nos ha dejado: el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios, es decir, el Niño Jesús. Y todo lo que rodea a lo trascendental, muy relacionado con ello: villancicos, regalos, reuniones familiares, perdones, deseos de mejorar en todo, alegría, ilusión y esperanza.
En España estas celebraciones acaban el día de la Epifanía, el despertar tempranero y nervioso de nuestros hogares, con regalos y las caras de sorpresa y alegría de nuestros pequeños.
La noche anterior, en las ciudades españolas se celebran las cabalgatas de los Reyes Magos, llenas de ilusión y con el mensaje de la manifestación del Niño Dios a los gentiles representados por unos magos de oriente.
Pero en algunos sitios han querido cambiar la magia por ignorancia y maldad.
En Madrid esta año se organizó una “parada” donde el mago Merlín actuó como rey Melchor, Baltasar acabó cantando y desfiló “el dj Señor Lobo”, un pincha discos.
No hubo estrella que iluminara el camino de los magos, no hubo villancicos y Merlín habló a los niños del cambio climático. Todo muy de acuerdo con la ilusión de nuestros más pequeños. En fin, una bufonada del equipo gobernante en Madrid que viene demostrando el poco respeto por una tradición que siguen la mayoría de los madrileños.
En Valencia montaron una comitiva republicana con sus tres gracias, Libertad, Igualdad y Fraternidad –tres condiciones del ser humano maltratadas en esa burla del ayuntamiento valenciano-.
Si querían montar un desfile republicano que lo hagan el 14 de abril o, mejor, el 14 de julio, intentando emular a la república francesa. Pero da la sensación de que, en el caso del alcalde valenciano, ha habido enconamiento y resentimiento hacia el catolicismo de la mayoría de las familias valencianas.
Si no quiere aceptar las creencias y tradiciones de los católicos, que no se mofe ni las desprecie, sino que, como han exigido para ellos, las respete, por lo menos, por preservar la ilusión de los más pequeños.