En más de una ocasión me he encontrado con alumnos brillantes que, para no sentirse marginados por sus compañeros, optan por no prepararse de forma adecuada un examen o prefieren, en segundo de secundaria, tener un rendimiento bajo para que así puedan encajar dentro del cupo de alumnos que van a los cursos de diversificación de los dos últimos años de la ESO. Estos últimos consiguen, sin apenas esfuerzo, el mismo título que el resto de compañeros.
La raíz de este problema se halla en el clima educativo y social que entre todos hemos labrado en las tres últimas décadas. Es cierto que siempre ha habido alumnos excelentes que se han esmerado por descubrir día a día cosas nuevas y esforzarse por alcanzar sus propias metas… Sin embargo, hoy más que nunca, el sistema los engulle y los menosprecia. La prueba es patente: para obtener una beca-trabajo en la universidad basta con obtener un cinco de media en el expediente. Me perdonan ustedes, pero eso no es apostar por la excelencia académica de aquellos pueden ser los futuros investigadores y grandes profesionales de nuestro país; eso pura y llanamente es mediocridad. Ahora parece ser que se elevará a un seis…
Por otro lado, la dispersión organizativa del currículum confunde a nuestros adolescentes ya sometidos, por su desarrollo evolutivo, a un embrollo de emociones contradictorias difíciles de regular. Un joven de 15 o 16 años ha de cursar trece o catorce asignaturas curriculares y preceptivas… Nosotros, los padres de estos adolescentes, teníamos como mucho ocho materias. Más aún, además de todo el temario, los chicos están avasallados por todo tipo de talleres que distorsionan el objetivo primario del sistema educativo. Se confunde educar con socializar. Un sector de técnicos de educación y de pedagogos considera que la persona que está socializada está educada. Vayan ustedes un día de diario a un Instituto de Secundaria o a un centro concertado y se sorprenderán.
Descubrirán aulas en las que se realizan todo tipo de actividades: talleres de igualdad, de cómo educar un perro, de drogodependencias, de alcoholismo, de sexualidad, de habilidades sociales y control de las emociones… Por un lado, se olvida lo esencial: matemáticas, lengua y literatura, historia, ciencias naturales e idiomas y, por otro, se marginan aquellas actividades que nos ayudan a descubrir quienes somos: el teatro, la música, la arquitectura, la escultura, pintura…
Cuando los padres enviamos a la escuela primaria a nuestros hijos lo que básicamente deseamos es que aprendan a leer, escribir, calcular y resolver problemas y manejen nuevos idiomas, todo ello en un clima que les permita crecer como personas según el ideario propio del centro elegido. Luego, cuando dan el paso a una enseñanza secundaria, esperamos que todas estas habilidades y actitudes hacia el estudio se sigan profundizando y, además, descubran, conozcan y asimilen el entorno que les rodea mediante el conocimiento de la historia, la geografía, la filosofía y las ciencias de la naturaleza.
Pero en las últimas décadas el planteamiento legal, desarrollado con una reglamentación detallista y minuciosa, ha generado en una parte de los profesionales del mundo de la educación confusión, dispersión e inhibición, en la familias ha suscitado la delegación de gran parte de su tarea educativa a la escuela (al ver invadidas sus competencias por la actividad “complementaria” desarrollada en los centros educativos) y en el alumnado desmotivación y falta de implicación en el estudio. Insisto una vez más, cuando una ley es cerrada y se empeña en dictar, mediante órdenes y reglamentos, el quehacer diario de la escuela se transmite una dependencia del Estado como “padre solución”, y las nuevas generaciones lo han interiorizado por ósmosis sin dificultad alguna.
No obstante, en una comunidad el 35% de diseño del currículo, que por ley es competencia autonómica, se ha dado libertad al claustro y al consejo escolar de cada centro educativo para que lo organice según criterio propio. ¿Por qué en el resto de regiones de España todo el currículo tiene que ser diñado, definido en horas, temas, objetivos, criterios de evaluación por el la Administración Educativa? ¿Por qué una organización legal tan cerrada y directiva? ¿Por qué tanta normativa, reglamento y directriz marcada por las comunidades autónomas y el estado? ¿Cuándo se tendrá en cuenta el artículo 27.5 en el que se establece que la programación de la enseñanza se realizará “con participación efectiva de todos los sectores afectados”? Participar no es sólo escuchar, aportar u opinar… es comprometerse, actuar y ser corresponsable.
Si bien, es cierto, que las circunstancias sociales actuales son distintas de las de hace años. Descubrimos muchas amenazas y oportunidades que nuestros hijos han de conocer y han de saber regularlas y afrontarlas con éxito. Aún así, considero que, en principio, que eso no forma parte del “currículo escolar”. Existe un “currículo del hogar” que la escuela ha de respetar. Por ello, todo ese “currículum complementario” de la escuela no solo no ayuda sino que confunde a los chicos, anticipa conductas o las fomenta de forma solapada.
El joven experimenta las nuevas informaciones recibidas en la escuela (sin el criterio y consejo paterno) en su entorno social, con sus amigos y conocidos, muchas veces sin saber regular bien las emociones ni medir las posibles consecuencias de sus actos. De ahí que, desde mi punto de vista, los talleres que se vienen impartiendo en horas de tutoría o, a veces, en clase de matemáticas, lengua u otras materias curriculares troncales, no habrían de ofrecerse a los alumnos. Sin embargo, sí considero oportuno que sean rediseñados y ofrecidos a los padres, mediante escuelas de familia ofertadas en el propio centro docente, en las que participen de forma conjunta tanto padres como profesores. Una tarea pendiente del sistema educativo.
De esta manera, los padres retomarían su responsabilidad. El hogar es el entorno distendido y el marco natural en el que a través de conversaciones, películas o series de televisión, viajes o problemas familiares cotidianos los hijos reciben aquellos motivos que luego han de guiarles en su socialización secundaria. La escuela no puede con todo y no ha sido diseñada para sustituir a los padres sino para apoyarles y facilitarles esa tarea.
Ese es el problema, la escuela ha querido suplantar a los padres y estos no solo lo han consentido, sino que han delegado toda la función educativa al colegio. Ante estas demandas nuestros políticos, “cortoplacistas” y condicionados por la inmediatez de la relección, se afanan por satisfacer las demandas sociales, mientras que otros aprovechan la oportunidad para educar a los hijos ajenos.
Así pues, las familias no hemos de eludir nuestra responsabilidad. Para ello, en las circunstancias actuales, no nos basta con el saber heredado a través de la tradición. Los padres necesitamos herramientas, conocimientos, habilidades y destrezas nuevas con el fin de educar la personalidad del hijo en libertad y verdad. En todo esto, la administración pública puede ser una facilitadora de recursos a los centros de enseñanza ofreciendo ponentes cualificados para que los padres descubramos aquellos avances de la pedagogía, de la psicología y de las ciencias humanas que pueden servir de apoyo. Al mismo tiempo, en este contexto, se facilita la reflexión conjunta y ayuda mutua de las familias para generar un clima educativo de colaboración en la escuela entre padres y profesores.
Si bien, es verdad que la escuela necesita reflexionar sobre cuál es la esencia de su misión, redescubrirse y aportar a la sociedad aquello que le es de su competencia. Tal vez la dispersión y desorientación de nuestros jóvenes se deba a la falta de claridad de objetivos de la escuela o a que estos sean múltiples, dispersos, ambiguos y sin una jerarquización adecuada. Tal vez la multitud de objetivos ajenos al ámbito escolar introducidos con calzador en el Sistema Educativo ha sido una obra de ingeniería social. Tal vez uno de los principales errores históricos cometidos por nuestros políticos ha sido destruir, desde dentro, la escuela construida desde el saber razonado, cimentada en conocimientos ciertos y verdaderos y levantada a base de trabajo, constancia y esfuerzo.
José Javier Rodríguez