Redacción – 27/01/2011
Cuando aún están resonando los ecos de la Misa por la familia en la Plaza de Colón celebrada el pasado 2 de enero, Ignacio García-Juliá, Director General del Foro Español de la Familia, ha comentado los problemas a los que se enfrenta la familia hoy en día y las nuevas situaciones que van surgiendo en el seno de las mismas. En declaraciones a la Delegación de Medios de Getafe, explica que la institución familiar es la peor tratada en España y denuncia las leyes «ideológicas» que se han promulgado durante los últimos años.
Ignacio García-Juliá, Director General del Foro Español de la Familia ha hablado de la importancia de la familia y de los retos a los que se enfrenta en la actualidad.
¿Cuál es la situación de la familia en España?
Con diferencia, la institución familiar es la peor tratada en España. Basta ver las leyes «ideológicas» que se han promulgado durante los últimos años para darse cuenta de este hecho: todas estas leyes se han encaminado a destruir a la familia, bien sea a través de la destrucción del verdadero matrimonio, o a través de la eliminación de los más pequeños en los vientres de sus madres, o imposibilitando la reconciliación de las parejas con problemas por medio del llamado «divorcio express»; ataques a los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus propias convicciones (art. 27.3 de la Constitución Española); imposición ideológica a través de la escuela de una sexualidad que destruye a la persona (expresada en los once primeros artículos de la Ley Orgánica 2/2010) o los todavía incipientes intentos de implantar la eutanasia en el ordenamiento jurídico español.
Si a esto añadimos una nula inversión en políticas familiares auténticas (en los presupuestos generales del Estado del 2011 no existe ni una sola partida de apoyo a la familia), tenemos realmente un panorama de sistemática destrucción de la institución familiar por medio de la imposición de una ideología, la Ideología de Género, que causará mucho dolor en las familias españolas si no ponemos los remedios para combatirla. Conviene resaltar aquí que la destrucción de la familia se quiere presentar en dos frentes: por un lado, atacando las raíces de la institución con las leyes mencionadas antes, y por otro, presentando como «alternativas familiares» o «modelos de familia», formas de convivencia que nada tienen que ver con ella. De este modo se da la errónea sensación de que «no se dice nada nuevo» y que «simplemente se están reconociendo realidades y derechos ya existentes».
¿Qué medidas se pueden adoptar para mejorar la situación?
La primera medida: la formación de las familias. Se percibe una clara falta de formación en muchas familias, y en la sociedad en general, que está propiciando que no se combatan las amenazas con los argumentos precisos. Sabemos que es muy difícil argumentar sobre algo que, hasta hace muy poco tiempo, se consideraba de sentido común. Por eso es más imperiosa la necesidad de «armarse» de argumentos para que en todo tiempo y lugar se pueda defender a la familia y todos sus valores. Cosas tan simples como hablar de la familia en singular, no en plural, como si se diera por hecho que existen «diversos modelos de familia», o bien el quitar el adjetivo «tradicional» cuando se habla de familia, dando a entender que la «familia tradicional» es uno más de los modelos posibles, son herramientas primordiales para no caer víctimas de un lenguaje que está cambiando la percepción de la sociedad.
La labor es ingente, eso es cierto, pero es más cierto todavía que si no empezamos a formarnos y a hablar «a tiempo y a destiempo» de estos valores, caeremos en lo que podíamos llamar una «rendición preventiva». Hay que desterrar la creencia de que en nuestro núcleo familiar se preservan los valores y tenemos a nuestros hijos a salvo; esto no es así. Las familias «burbuja» en una sociedad de la información no existen. Nuestros hijos son bombardeados continuamente por los medios de comunicación, las redes sociales, las estadísticas, etc., y los padres no podemos hacer frente a todas las amenazas. Sólo un movimiento familiar fuerte, con metas claras y con una estrategia definida es capaz de afrontar estas amenazas.
En definitiva, hay que empezar «a hablar bien de las cosas buenas», y los valores como el amor visto como entrega sin restricciones, la familia, la maternidad, la virginidad, la fidelidad, la infancia, el valor de la espera en el noviazgo, el espíritu de sacrificio, la honestidad, el perdón, la sana afectividad y sexualidad, el respeto mutuo, etc., deben ser recuperados y ensalzados, con valentía, mediante testimonios y coherencia de vida.
¿Cuál fue el objetivo de la Misa de las familias?
No fue otro que presentar a la sociedad una realidad en la que viven un 80% de los españoles. Digamos que forma parte, de una manera visible, de ese «hablar bien de las cosas buenas» que he citado antes. En este caso, sería el «mostrar a todos las cosas buenas», porque buena es la familia cristiana y tenemos el derecho y la obligación de mostrarla al mundo tal cual es, con su alegría y con su sacrificio.
Se está convirtiendo en todo un acontecimiento a nivel europeo…
La idea es precisamente esa: que esta congregación de familias sirva de ejemplo a toda una Europa descristianizada para que un día podamos ver el mismo acto celebrado en París, Berlín o Bruselas. Hay que transmitir a Europa que otra sociedad es posible si se funda en la verdadera familia, limpiando de raíz todo el pesimismo antropológico que hoy impregna el espacio europeo. ¿Costará años? No lo sé. Lo que sí sé es que tenemos la obligación de empezar; no podemos estar de brazos cruzados cuando poseemos la fórmula para la recuperación de Europa, que no es otra que la Familia Cristiana.
La Iglesia se enfrenta a nuevos problemas que van adquiriendo dimensiones considerables. Estamos hablando de separados y divorciados católicos ¿Qué papel desempeñan dentro de la Iglesia?
Con el drama actual de las rupturas familiares es evidente que tenemos la obligación de proponer soluciones. No podemos permanecer indiferentes ante tanto dolor familiar escudándonos en que «a nosotros no nos pasa»
La pastoral de separados y divorciados no está, a nuestro juicio, sufientemente desarrollada. A las personas que hayan sufrido este drama familiar hay que transmitirles con intensidad que la Iglesia es Madre, y una Madre acoge a sus hijos con sus virtudes y sus defectos, y mucho más si se encuentran en situación de desamparo. Pero esta acogida no puede ser a costa de una falsa doctrina o de una relajación de las normas morales que son, por definición, para todos y en todo tiempo, y que están encaminadas al bien. Flaco favor haríamos a los separados y divorciados si les dijéramos que «no pasa nada» y que «nada ha cambiado». Una Madre ama, pero también corrige. Una Madre ama, pero también endereza conductas. Si estas personas se ven acogidas y queridas, será el primer paso para que sientan el Amor de la Iglesia. El Sacramento del perdón sigue vigente y hay que transmitírselo, pero insisto, sin endulzar situaciones ni hacer dejación de Doctrina.
¿Sigue habiendo un puesto para ellos en la Iglesia?
Por supuesto que hay un puesto para ellos. Lo contrario sería tanto como decir que la Misericordia de Dios tiene límites. Ellos son los que podrán transmitir con más intensidad a otros en su misma situación que la alegría de sentirse hijos de Dios es superior a sus vicisitudes humanas. Si de verdad nos creemos que el Amor de Dios todo lo puede, tenemos que empezar a decirlo. Tienen que empezar a decirlo los mismos que lo han experimentado ante una desgracia como es la ruptura familiar.
Otro problema es el de los hijos de padres separados o divorciados. ¿Qué aconseja la Iglesia en estos casos?
La custodia compartida, aunque no está siendo bien comprendida por las muchas fuerzas sociales que están usando este concepto.
En el debate sobre custodia del menor en casos de rupturas matrimoniales, no se puede olvidar que el interés a defender es el del menor, el hijo. Y conviene aprovechar para recordar que esas rupturas siempre son dramáticas para los niños y ésta es una de las razones para que los cónyuges luchen por el matrimonio, pidiendo ayuda si la necesitan antes de llegar a la ruptura.
Producida la ruptura, es evidente que lo mejor para el niño es seguir contando con su papá y su mamá de forma armónica, es decir, la custodia compartida. Pero esto solo funciona bien si los padres separados son capaces de mantener un clima de diálogo, de compartir criterios sobre sus hijos, de no meterlos en sus peleas ni manipularlos para enfrentarlos al otro; si son capaces de verdad de poner el interés del menor por encima de cualquier otra cosa. Y esto a veces no es posible precisamente por la dinámica de enfrentamiento que genera el proceso de separación/divorcio.
En la práctica los jueces suelen dar la custodia de los menores a la madre y, por tanto, ésta se queda también con la vivienda familiar y recibe pensión compensatoria del otro cónyuge. Es decir, el marido se queda, sin hijos, sin casa y teniendo que pagar a la otra parte. Por eso, en general, hasta ahora la defensa de la custodia compartida la han hecho las asociaciones de padres separados y divorciados y quienes se han opuesto han sido las asociaciones de feministas. Nosotros no debemos entrar en esas peleas, sino apostar por el niño y lo que en cada caso sea mejor para él.
¿Cómo debe actuar un católico que se enfrenta a un divorcio impuesto, en el que le pueden dar la custodia al otro cónyuge, cuando él ha hecho todo lo posible por no divorciarse y además la otra parte está cerrada al diálogo?
Desafortunadamente el caso que citas es muy común. Las leyes y los jueces de familia tienen hoy un claro sesgo hacia el beneficio de la mujer en los casos de separación y divorcio. Con esto tenemos que convivir hasta que podamos cambiar las cosas. En eso estamos, en cambiar una justicia con minúsculas a una Justicia con mayúsculas.
Si el católico ha hecho todo lo que ha estado en su mano para llegar a una reconciliación y que los hijos sufran lo menos posible la separación de sus padres, ya ha hecho todo lo que cabía hacer. Sólo queda tener paz en el alma y rectitud de intención. Tener siempre presente que el bien de los hijos es la más alta meta de un padre responsable y a cuyo fin debe deponer toda mira personal. Intentar siempre evitar discusiones estériles y aislar a los hijos de toda rencilla y rencor hacia el otro cónyuge. Rezar mucho y cuando ya creamos que hemos rezado todo, seguir rezando.
La generosidad y la rectitud de intención siempre es recompensada.
Por último, si conocemos a una mujer que esté en este trance y que vea que tiene todo a favor, hay que hacerle ver que no debe aprovecharse de una situación a todas luces injusta. Precisamente la parte más beneficiada por estas leyes injustas debe ser la parte que más generosidad ofrezca. No hay felicidad si es a costa de la desgracia ajena. Puede ser que a corto plazo creamos que sí, pero no cabe duda que se llevará una vida desdichada, ya que nadie nunca ha alcanzado la felicidad a costa de la desgracia ajena.