La familia comprometida debe ser, en estos momentos de crispación y desesperanza colectiva, una fuente de paz y alegría. Tiene que notarse que quienes vivimos en familia tenemos una activa preocupación por nuestro entorno más inmediato y por las personas a las que queremos que nos lleva a ser promotores de serenidad y esperanza sin que el contexto político y macroeconómico nos arrastre a perder de vista que lo importante son las personas, cada persona.
Más allá de los grandes debates políticos e ideológicos, y de los conflictos sociales, debemos asumir la responsabilidad de que en nuestro entorno haya un clima verdaderamente familiar; es decir, un clima propio de personas que se ocupan de otras personas para facilitarles la vida, sean cuales sean las circunstancias económicas o laborales que nos afecten.
Cuando una parte relevante de las instituciones sociales y políticas entran en crisis, y no son capaces de generar bienestar y confianza, le corresponde a la familia asumir la responsabilidad de dar a la sociedad lo que la familia mejor sabe hacer: acogida amorosa a cada persona, apertura a los demás, capacidad de compartir lo mucho o lo poco que se tenga, y esperanza alegre que destruye todo miedo.
Frente a la crisis, más familia.