Día 1: “Cariño, ¡qué bien, por fin unas vacaciones juntos!”. Día 2: “Ay, cariño, déjame que no quiero irme de excursión”. Día 3: “Mira, cielo, tengamos las vacaciones en paz”. Día 15: “Se acabó. La próxima llamada que recibas será la de mi abogado”.
Las vacaciones de verano son para muchas parejas una nueva luna de miel, pero muchas veces esta se queda en los labios. No todas las relaciones sobreviven a pasar juntos las 24 horas del día. De hecho, en estas fechas se registran más separaciones –el 28% del total, según datos de septiembre de 2013, del Instituto Nacional de Estadística (INE)–, muy por encima de los divorcios producidos tras la Navidad y la Semana Santa.
El divorcio se legalizó en España en 1981 y ya es el tercer país con más separaciones legales de la Unión Europea; aunque hay que ser justos: también somos los que más tiempo permanecemos casados, más de 13 años de media, según el INE. Pero, ¿por qué ocurre?
Las vacaciones significan dejar de lado las obligaciones del día a día, la rutina se acaba, y nos obliga a pasar más tiempo en pareja y con los hijos. Tenemos que reaprender a vivir juntos y, a veces, el roce hace el desencanto.
“Durante el invierno las parejas llevan vidas rutinarias y generalmente por separado. Hacen actividades individuales descuidando cada vez más la vida en pareja”, advierte Raquel Martínez Gómez, psicóloga de la Unidad de Salud Mental del Hospital de Torrevieja. “Al llegar el verano y las vacaciones pasan más tiempo juntos por lo que las fricciones, las discusiones y los conflictos se disparan”.
Es más complicado cuando se tienen hijos y estos también están de vacaciones. “Todo esto aumenta la tensión en la pareja y los desencuentros, y las parejas se enfrentan a la ambivalencia [el papel de pareja y el de padre o madre]”, añade Martínez. No es difícil que “la balanza se incline hacia la decisión de separarse”.
Pautas para que el amor sobreviva al verano…
1. Planificación. Tener claro lo que vamos a hacer durante las vacaciones es una buena herramienta de control. Sobre todo para evitar discusiones tan comunes como a qué hora levantarse, qué comer o cuándo ir a la playa.
2. Reparto de tareas. Es la mejor forma de saber qué tiene que hacer quién y evitar el conflicto.
3. Generosidad. Comunicación positiva a la hora de ceder. Entender los gustos de cada uno e intentar complacerse mutuamente. Por ejemplo: “Un trato: hoy vamos a ver el fútbol al irlandés y mañana con los niños a la playa”.
4. Dedicarse tiempo. Aunque se viaje con hijos. Es importante sentir que aún se es parte de un todo. “Lo mejor es hacer actividades juntos y alternarlas con tiempos para cada uno”, propone Martínez. Por ejemplo, hacer una escapada juntos o reservarse un rato al día pueden ser buenos métodos. Propóngase hacer estas actividades vivas e intensas.
5. Diálogo. Crear entornos de afecto, de escucha activa y en los que se puede hablar sin prejuicios.
Y sobre todo, hay que recordar que el verano está para descansar y no para discutir.