En ella, recrea la vida del genial ingeniero aeronáutico nipón Jirô Horikoshi (1903-1982), célebre sobre todo por el diseño del tristemente famoso Mitsubishi A6M Zero, usado por los kamikazes durante la II Guerra Mundial. El filme se basa en un relato de Tatsuo Hori, que el propio Miyazaki ya había convertido en manga. Y toma su título de unos versos vitalistas del poeta francés Paul Valéry: “Le vent se lève! il faut tenter de vivre!”, es decir, “Se levanta el viento, hay que procurar vivir”.
Sorprende especialmente la capacidad de Miyazaki para adaptar a una trama realista y dramática —la infancia del miope Horikoshi, la Gran Depresión, la epidemia de tuberculosis, la entrada de Japón en la II Guerra Mundial…— su depurado estilo naturalista, lleno de imaginativos recursos y con una arrebatadora capacidad poética. En este sentido, son fundamentales los sabrosos insertos oníricos, la mayoría de ellos protagonizados por el ingeniero aeronáutico italiano Gianni Caproni (1886-1957), al que Horikoshi admiraba profundamente. En este juego entre lo real y lo imaginado se asientan los grandes mensajes de la película, que exalta el trabajo bien hecho —con un tono similar al de “Porco Rosso”—, subraya el carácter verdaderamente artístico de los ingenieros creativos, se conmueve ante el apasionado amor de Horikoshi hacia su enferma esposa y dibuja con trazos vigorosos el dilema moral del pacífico ingeniero ante el creciente uso belicista de sus diseños aeronáuticos. Un planteamiento este último, nítido en la película, pero que ha generado una encendida polémica entre los grupos pacifistas japoneses.
Como siempre, la animación es sensacional en diseños de personajes y fondos, gestualidad, planificación, iluminación, montaje, efectos especiales… De hecho, la película incluye unas cuantas secuencias memorables, como la impresionante recreación del terremoto de Kanto de 1923. También cabe elogiar —como siempre— la vibrante partitura de Joe Hisaishi, más cargada que nunca de nostalgia y dramatismo. En fin, que Miyazaki culmina a lo grande su antológica carrera, firmando un precioso melodrama de aventuras, quizás demasiado largo, pero en el que reafirma su pasión por el cine —sus maravillosas escenas románticas y familiares son comparables a las de Kenji Mizoguchi, Yasujirō Ozu o Akira Kurosawa—, su pasión por volar —presente en casi todas sus películas—, su pasión por la gran literatura —incluye citas de Esopo, Paul Valéry, Thomas Mann…— y, sobre todo, su pasión por el ser humano. Pues, más allá de su excelencia estética, “El viento se levanta” es una nueva demostración de la hondura antropológica de este genio de la animación que, se retire o no, ya forma parte de la gran historia del Séptimo Arte.