¿Cómo ven los jóvenes adultos de clase trabajadora el matrimonio? Si lo aprecian, ¿por qué lo aplazan? ¿Por qué en EE.UU. la cohabitación, el divorcio y los nacimientos extramatrimoniales crecen sobre todo entre los que no completaron la secundaria? El proyecto Love and Marriage in Middle America, auspiciado por el Institute for American Values, indaga la visión del amor y del matrimonio que predomina entre los estadounidenses sin estudios universitarios.
Una de las tendencias sociales más importantes que está remodelando hoy la institución del matrimonio en EE.UU. es el surgimiento de una “desigualdad matrimonial”. A descubrirla ha contribuido el sociólogo estadounidense W. Bradford Wilcox, director del National Marriage Project y profesor de la Universidad de Virginia.
El estudio que lanzó las tesis de Wilcox a los medios analiza los cambios familiares que están experimentando los estadounidenses que solo completaron la secundaria (working class, en inglés). Representan el 58% de la población adulta con estudios, frente al 30% de los que tienen estudios universitarios (1).
Entre esos estadounidenses sin estudios universitarios, los cambios familiares son notables. En los últimos treinta años, el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio pasó del 13% al 44%; la tasa de divorcio se mantuvo elevada (37%); y el porcentaje de mujeres de 25 a 44 años que habían vivido en parejas de hecho pasaron del 39% al 68%.
En ese mismo período de tiempo, se observa un panorama muy diferente entre los universitarios. El porcentaje de hijos extramatrimoniales también sube, pero sigue en unos niveles comparativamente muy bajos (del 2% al 6%). Lo mismo cabe decir de la cohabitación, aunque aquí el porcentaje es alto (del 35% al 50%). Pero, sin duda, lo más llamativo es el descenso de la tasa de divorcio del 15% al 11%.
El matrimonio que no llega
El estudio de W. Bradford Wilcox forma parte de un proyecto más amplio llamado Love and Marriage in Middle America. Otra parte
del trabajo reúne entrevistas en profundidad a un centenar de jóvenes adultos (están en la veintena o la superan por poco) de una localidad de Ohio, realizadas por los investigadores David y Amber Lapp.
Julia y Rob conviven juntos sin casarse desde hace 12 años. Ella cuida de los dos hijos pequeños de la pareja y, además, hace un curso on line sobre negocios. Él repara tejados en verano, y transporta mesas en invierno. A los dos les gustaría casarse, pero la indecisión termina por imponerse.
Lo curioso es que ambos tienen en alta estima el matrimonio. Cuando los Lapp les llamaban al teléfono durante el mes que duraron las entrevistas, siempre saltaba el contestador con la misma canción: Love Like Crazy. La letra cuenta la historia de una pareja que se casa con 17 años –mientras todos los de su entorno les llaman locos– y, al cabo de los años, acaban celebrando sus 58 años de casados.
Para los Lapp, este hecho muestra de forma gráfica las actitudes paradójicas hacia el matrimonio de los jóvenes como Julia y Rob. Por un lado, expresa el ideal de siempre de la clase trabajadora norteamericana: la aspiración a una vida familiar estable. Por otro, la creciente indecisión que lleva a posponer e incluso a rechazar en la práctica el matrimonio.
“La mayoría de las parejas con las que hablamos –explican los Lapp– aspiran al matrimonio, o al menos a lo que ellos tienen en mente que es el matrimonio, principalmente: amor, fidelidad, estabilidad y felicidad. Esto es coherente con las estadísticas nacionales que revelan que el 76% de los que tienen estudios de secundaria declaran que el matrimonio es ‘muy importante’ o ‘una de las cosas más importantes’ en su vida”.
El problema –añaden– es que aunque los jóvenes de clase trabajadora sueñen con el amor, el compromiso, la estabilidad y la familia, tienen una concepción del amor y del matrimonio que frustra esas aspiraciones. Y si bien es cierto que entran en juego otros factores como los económicos y sociales, esa inadecuada filosofía del amor y del matrimonio es lo que contribuye a forjar, según los Lapp, una “nueva normalidad” entre los jóvenes adultos que solo han completado la secundaria.
Compromiso sí, pero…
¿En qué consiste esta “nueva normalidad”? ¿Qué es lo que falla en la visión del matrimonio de la clase trabajadora? Para explicarlo, los Lapp recurren a los testimonios que les ofrecen las entrevistas realizadas en la localidad de Ohio.
Ricky, de 27 años, es un padre no casado. Nunca ha creído lo suficiente en el matrimonio, pero ahora tiene fecha de boda a la vista. “El matrimonio, dice, es estar al lado de otra persona cuando te necesita en momentos difíciles; alegrándole la vida cuando está triste. Mejorando juntos el uno al lado del otro”. En otras palabras: para Ricky, explican los Lapp, el matrimonio es prestarse ayuda mutua y compañía.
Ricky, que se ha embarcado en varias uniones de hecho, rechaza de plano el divorcio. “Cuando me case, el divorcio ni se me pasa por la cabeza”. Quizá a esta decisión contribuye la experiencia del divorcio de sus tías, de sus tíos y de sus primos.
De modo que Ricky también cree en el compromiso. Y, al igual que todos los que fueron entrevistados por los Lapp, Ricky considera que la fidelidad en el matrimonio es innegociable.
Aquí tenemos los tres rasgos que componen la visión del matrimonio de casi todos los entrevistados: ayuda mutua, compromiso y fidelidad. Pero a medida que profundizan en sus conversaciones, los Lapp descubren que estos rasgos están condicionados a una palabra mágica: felicidad.
Brandon, también de 27 años, aprecia el compromiso matrimonial… pero con posibilidad de devolución. “Si estás casado, pero crees que el matrimonio no funciona y no vas a luchar por él, no veo ningún problema en pedir el divorcio. ¿Qué sentido tiene amargarte la vida?”.
A la espera del partido 10
Los investigadores creen que la idea –bastante extendida entre los jóvenes de clase trabajadora– de que el compromiso matrimonial se puede romper cuando ya no se experimenta satisfacción va unida a una visión del amor centrada en el mito de la pareja perfecta. Un comentario habitual es el siguiente: “Si falta felicidad probablemente es porque te casaste con la persona equivocada o porque faltó amor al principio de la relación”.
John, de 21 años, convive con su pareja. Dice que uno no sabe que ha encontrado a la persona adecuada “hasta que tienes la certeza 100% de que la otra persona será la que te hará feliz”. También Maggie, de 20 años, anda buscando al Príncipe Azul con el que aspira ser feliz toda su vida. Quizá nunca se han planteado que la pareja ideal no es un punto de partida sino de llegada.
En esa búsqueda, las “emociones fuertes” ocupan un papel central y son identificadas como la esencia del amor. Si bien muchos de los jóvenes a los que entrevistaron los Lapp “reconocen los aspectos objetivos del amor –el cuidado atento de la otra persona, la fidelidad o la amistad–, tienden a ver los aspectos subjetivos como el indicador auténtico de que existe amor conyugal”.
A los investigadores del Institute for American Values les sorprende que, en el transcurso de sus conversaciones sobre el matrimonio con estos jóvenes, apenas salen mencionados los hijos. Cuando sacan el tema, a menudo reciben respuestas como las de Ricky: “Claro que un niño necesita un padre y una madre. Pero eso no tiene nada que ver con el matrimonio”.
Con este último rasgo queda perfilada la “nueva normalidad” de la que hablan David y Amber Lapp al definir la visión del matrimonio que caracteriza a los jóvenes estadounidenses de clase trabajadora.
El matrimonio se concibe como una fuente de felicidad individual, que no está vinculada necesariamente a los hijos. Paradójicamente, la búsqueda de una pareja ideal con la que realizar este proyecto de felicidad acaba dando lugar a un período indefinido de cohabitación; un período de prueba donde, normalmente, terminan por llegar los hijos, las rupturas, las nuevas relaciones, pero no la boda.
________________________
NOTAS
(1) W. Bradford Wilcox y Elizabeth Marquardt. The State of Our Unions 2010. When Marriage Disappears. The Retreat from Marriage in Middle America. University of Virginia-Institute for American Values. Diciembre 2010.
Juan Messeguer