Aunque muchas personas que se toman en serio el matrimonio en España lo hacen por ser católicos y con la intención de acomodarse a los principios al respecto de la Iglesia, ni siquiera esas personas debieran mostrarse indiferentes ante el declive del matrimonio en nuestra sociedad; la existencia de un matrimonio civil que desconoce o niega expresamente los rasgos básicos del matrimonio, esto es, heterosexualidad, apertura a la vida y estabilidad irrevocable.
Toda persona que ame el matrimonio debe preocuparse también por los matrimonios de los demás, incluso por los de aquellos que se dejan influir por lo que dicen las leyes y por la mentalidad común, pues toda persona buena no sólo se ocupa de hacer ella el bien sino que se ocupa de ayudar a los demás a que también hagan el bien. Por otra parte, como se sabe en una sociedad, los valores que transmiten las leyes nos influyen a todos, a nosotros mismos por firmes que sean nuestras convicciones, y a nuestros hijos con mayor razón aún. Y por ello no podemos ser indiferentes a la deriva del matrimonio en nuestra sociedad ni a la preocupación por poner los medios para recuperar en la conciencia colectiva la identificación de los rasgos esenciales del matrimonio y su aprecio.
Al igual que no nos basta con decir “yo no aborto” sino que nos preocupamos de que la Ley proteja la vida, y de que no haya abortos, por el mismo motivo no nos basta con decir “yo no me divorcio” sino que nos ocupamos de lograr que la Ley proteja la estabilidad del matrimonio y de que no haya divorcios.
Esta labor es responsabilidad de todos.