En el homenaje que el Dr. Herranz ha recibido por parte de la corporación médica española, y que se ha plasmado en el libro, publicado por la Organización Médica Colegial, y que se titula Desde el corazón de la Medicina, nos dice en la página 171: “La investigación pura, una expresión encantadora, va camino de extinguirse. La gran mayoría de los proyectos de investigación están hoy condicionados en su aprobación y continuidad por la búsqueda de fines prácticos, inmediatos, que sirvan a la obtención de patentes, que puedan autofinanciarse. La ciencia se ha vuelto duramente pragmática. La investigación científica es una carrera en la que hay que llegar antes que otros para llevarse la parte del león en fama, prestigio, dinero y poder. Es una carrera de triunfos y, a la vez, de mera supervivencia”.
Al reflexionar sobre estas certezas, a mi parecer, pueden nublarse los ideales nobles que deberían impulsar el progreso científico, o quizás también aumentar la sagacidad para hacer un hueco en ese serpenteado ambiente. Pero en realidad, aparecen dificultades para la investigación creativa y exigente. En ese sentido, es una oportunidad tener al alcance de la mano orientaciones adecuadas.
Y unas de ellas, es contar con luz para seguir rastreando la verdad y servirla en el trabajo. Eso es lo que nos facilita Don Gonzalo, tan buen investigador, tan entrañable profesor, tan ejemplar, en el libro que ahora comentamos. El resumen es así de claro, hay que andar con cuidado: de una biología débil se llega a una biología engañosa.
El autor va exponiendo las diversas y sofisticadas argumentaciones que se han empleado desde los comienzos de la fecundación in vitro para debilitar y deformar el estatuto del embrión. “interesaba”, pongámoslo entre comillas, inocular distintos tipos de venenos: irrelevancia de la fecundación; inexistencia del embrión en las primeras fases: planteamientos endebles ante la gemelación monozigótica y las quimeras tetragaméticas; la masiva eliminación de embriones jóvenes, etcétera.
Don Gonzalo desmonta, con su finura científica las explicaciones falsas que ha conducido a muchos maremágnum, en los que la ni la ciencia ha estado a la altura de la ética, ni la ética ha acompañado al desarrollo científico.
Algún científico se preguntó en estos años con cierta y valiosa ironía ¿el embrión es uno de los nuestros?, otros han señalado si estamos en una era procreática en la que los matrimonios -o incluso parejas del mismo sexo, mujeres solas- se convierten en usuarios de la tecnología al uso para posibilitar la reproducción humana, devaluando el concepto mucho más profundo de procreación.
Y no menos doloroso y peligroso han sido todos los intentos de clonación, pues al tratarse de una reproducción asexual, en donde interviene solamente una persona, se modifican radicalmente las relaciones más humanas: paternidad, maternidad, filiación.
El Dr. Herranz desempolva errores, y muestra con la claridad y el rigor que le caracteriza como se ha investigado, y como puede y debe hacerse. Él, sabe a lo que se refiere, propia experiencia, cuando defiende el valor de la independencia personal y de la lealtad a las personas, también a las se inician -embriones-, y a la ciencia.
Señala en el libro ya citado del homenaje “la lealtad nos empuja a mantener las promesas, a odiar el fingimiento, a rechazar las traiciones”, “la independencia, en un contexto profesional, es la capacidad de juzgar y actuar sin violencias externas, guiándose a la vez por los principios éticos y los compromisos científicos de la profesional, tal como uno los ha asumido responsablemente”.
Es cierto, que nuestra época, tan global y planetaria, hace que las noticias científicas interesen a un público muy amplio, con una especie de avidez, que, dificulta la capacidad reflexiva para juzgar esa noticia y sus aplicaciones.
Por ello, “El embrión ficticio” es una lectura de interés para saber por donde hemos ido, mejor, por donde nos han querido llevar encubriendo el estatuto del embrión –biológico, ontológico, jurídico-, y por donde se debe ir.
Me venía al recuerdo una afirmación no de un científico, sino de un santo del siglo IV, Gregorio de Nisa que señalaba: “Siendo único y uno el hombre que consta de alma y cuerpo afirmamos que se le debe atribuir un principio único y común de existencia, de tal modo que no deba ser una parte antes que él, y otra después” (De hominis opificio, 29).
Si, el embrión es de los nuestros… sigamos ampliando nuestro conocimiento fundamentándonos en lo que de verdad merece la pena hacerlo, con esa búsqueda de la verdad para el mejor servicio de cada persona, también del embrión.
Una vez más, gracias, Dr. Gonzalo Herranz.