Duncan es un chaval de 14 años profundamente traumatizado por el divorcio de sus padres. Ahora le toca pasar el verano en Duxbury —una ciudad costera de Massachusetts— acompañando a su madre Pam, su nuevo novio, el cuadriculado Trent, y la pija hija de éste, Steph. Además, en la casa colindante vive Betty, una agobiante mujer divorciada, madre de la distante adolescente Susanna y del preadolescente Peter, que tiene un ojo estrábico. Duncan se encierra en sí mismo nada más llegar, y avanza en su soledad cuando comprueba la frivolidad de los adultos que le rodean, aficionados a las juergas, el alcohol, las drogas, el sexo y las chácharas superficiales. Le irrita especialmente la guapa Joan, que lanza los tejos a su padrastro con sorprendente descaro. La penosa situación de Duncan da un giro inesperado cuando se hace amigo de Owen, cutre pero cariñoso empleado cuarentón en el cercano parque acuático Water Wizz, donde Duncan comienza a trabajar en secreto. Además, Susanna también muestra interés por él…
Dos años después de ganar el Oscar con su guión de Los descendientes, los actores cómicos Nat Faxon y Jim Rash debutan brillantemente como directores en El camino de vuelta, notable tragicomedia coral, que también han coescrito y en la que interpretan dos divertidos personajes secundarios. En ella imitan el fresco estilo indie de películas como Pequeña Miss Sunshine, con la que comparte la presencia en el reparto de Steve Carell y Toni Colette.
Sin duda lo mejor del filme son precisamente las interpretaciones, todas ellas excelentes tanto en los pasajes cómicos —algunos muy divertidos— como en los dramáticos, la mayoría de enorme intensidad emocional. Destaca, por su dificultad, la caracterización del joven Liam James, que refleja con nitidez y matices el desconcierto adolescente de Duncan, su dolor ante la separación de sus padres, su natural sentido moral y su necesidad de una figura paterna que le ayude a encontrar su propio camino. Algunas de sus chispeantes diálogos con un inmenso Sam Rockwell resultan memorables.
A veces el guion cede un poco a cierta frivolidad en torno al sexo y al alcohol, que enturbia sus luminosas reflexiones, muy críticas con la inmadurez de toda una generación de adultos —peterpanes de entre 40 y 50 años—, cuyo descontrolado hedonismo —carente de referentes morales claros— tiene efectos muy nocivos en ellos mismos y en sus hijos, a menudo más maduros. “Hacemos cosas para protegernos de nosotros mismos porque tenemos miedo”, le reconoce su madre a Duncan en un momento del filme. En todo caso, la película nunca pierde su certera perspectiva moral, y el dúo Faxon-Rash la reflejan muy bien en su fresca puesta en escena, reforzada por la brillante fotografía de John Baileyy la preciosa banda sonora de Rob Simonsen, que se completa con una excelente selección de canciones, sobre todo de los años 80 del siglo pasado.