Esta realidad puede resultar muy beneficiosa, porque permite al matrimonio abordar las cuestiones más complejas en materia educativa desde ángulos diversos, con perspectivas que no se habían planteado en un principio. Sin embargo, también se corren algunos riesgos que hay que evitar.
No significa que los padres tengan que estar necesariamente de acuerdo en todo en la educación de sus hijos, sino que tienen que mostrar ese acuerdo ante los hijos, incluso aunque haya sido cosechado en una discusión y una de las partes no tenga pleno convencimiento sobre la decisión adoptada. Las discusiones en materia educativa se deben mantener siempre a espaldas de los hijos. De lo contrario, podemos provocar efectos no deseados.
Problemas derivados de la falta de acuerdo entre los padres
El mayor de los problemas radica en que los niños, y más aún los adolescentes, saben aprovechar bien las situaciones de desunión de los padres para tomar una posición ventajosa y optar por la posibilidad más favorable a sus intereses. A partir de ese momento, irán intentado que la desunión les favorezca en otras circunstancias.
Derivado de este problema, está el de pérdida de autoridad. Si los hijos comprueban que los padres discuten entre sí, ellos hacen una lectura posterior por la que interpretan que la autoridad puede ser puesta en entredicho. Esta circunstancia es muy peligrosa porque se extrapola al resto de los ámbitos.
Indudablemente, se estará generando en los hijos una falta de normas claras a seguir. Lo más frecuente en aquellas casas en las que las normas no están definidas con claridad es que los hijos acaben por crear las suyas propias a expensas de los padres.
Estos elementos a tener en cuenta no solo son válidos para los matrimonios sino también para los padres que viven separados. Es fundamental que los hijos sigan percibiendo que, aunque en determinados aspectos sus padres no se entienden bien, en materia educativa siguen actuando al unísono.
Artículo de Alicia Gadea en Hacer familia