Desde ciertos sindicatos y partidos políticos se han producido reacciones airadas, incluso casi histéricas, con sobreactuación e hiperventilando, cada vez que alguien aludía o denunciaba la existencia de adoctrinamiento por algunos profesores en algunas aulas. Muchos, para esconder el hecho de que no tenían argumentos rigurosos y de fondo, utilizaban la falacia de que se acusaba a TODOS los profesores de adoctrinar. Muchos otros negaban las evidencias al respecto –por ejemplo, denuncias o quejas de los padres. Todos estos, tendrán ahora que aplicarse la receta de Churchill, recientemente popularizada por Rajoy en su conversación con González: tendrán que tragarse sus palabras. Ya no son denuncias o rumores: algunos docentes, en algunas aulas, adoctrinan, y además se ufanan de ello. Sí, hasta ahí llegan –al menos uno, aunque en un artículo reciente reconoce tácitamente que no está solo-.
Todo lo anterior viene a cuento de un artículo de opinión publicado en algunos diarios por un profesor, de cuyo nombre ni quiero ni debo acordarme, para no convertirlo en “héroe”. De mera y simple opinión, aunque parecía querer sentar cátedra y situarse en un plano superior. El autor se reconocía como “adoctrinador de bandera”, ¡de bandera y de bandería!, dejando sin cobertura ni coartada a los que se afanan, contumazmente, en negar que exista adoctrinamiento ideológico, de género, político o lingüístico en algunas aulas. El autor evidencia su talante dogmático y sectario, dedicando un extenso catálogo de insultos –parecían las retahílas del Capitán Haddock, compañero de Tintín- a cualquiera que no pensara como él, que no compartiera tópicos y prejuicios.
Pero vayamos al fondo de la cuestión. Claro que es necesaria la educación afectivo-sexual, y más que la simplemente “sexual” (genital). Sí, educación afectivo-sexual en los colegios, pero la que decidamos los padres, no la que quieran imponer la Administración y algunos colectivos de supuestos expertos. Y como complemento a la que se debe recibir en casa, que no necesariamente, sino al contrario, debe pasar por largas peroratas desde el pedestal ni por charlas entre pseudocoleguillas iguales.
De conformidad con lo establecido en la Constitución Española, la Declaración Universal de Derechos Humanos y otras normas nacionales e internacionales de diverso rango, a los padres nos asiste el derecho fundamental a que nuestros hijos reciban una formación filosófica, pedagógica, religiosa y/o moral que esté de acuerdo con nuestras propias convicciones. La jurisprudencia de diversos tribunales así lo reconoce también. Este derecho debe ser garantizado por los poderes públicos. La existencia de libertad de educación es la condición necesaria para el ejercicio real de este derecho fundamental, que se basa en que los padres somos los primeros responsables de la educación de nuestros hijos. Este principio se halla expresamente recogido tanto en la Ley Orgánica 8/1985, de 3 de julio, reguladora del Derecho a la Educación (LODE) como en la actual redacción de la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (LOE). Nuestro ordenamiento jurídico reconoce expresamente, además, el deber de neutralidad ideológica de las Administraciones Públicas, especialmente en el ámbito educativo.
Queda claro, a la vista de lo expuesto, que estamos hablando de “derechos”, vinculados a convicciones. Convicciones y no “prejuicios”, como dijo hace poco más de un año Fernando Savater, tan admirable en muchas cosas como equivocado totalmente en esto. Convicciones que los padres queremos transmitir a nuestros hijos, en su proceso educativo. Convicciones que, con el tiempo –mejor, a su debido tiempo-, podrán ser asumidas o rechazadas por los hijos, en función de su propio crecimiento, maduración y experiencias, pero no porque algún adoctrinador “de bandera” pretenda inculcarlas a mazazos ideológicos en sus mentes. Se considera el autor con derecho a adoctrinar a los alumnos, pero condena el «adoctrinamiento fascista». Y, sobre todo, condena lo que llama «adoctrinamiento» de algunos progenitores. ¿Ignora ese docente, entre las muchas cosas que demuestra desconocer, el significado de la palabra “convicciones” y el contenido del artículo 27.3 de nuestra Constitución?
Son llamativas algunas cuestiones, que se integran armónica y coherentemente en la serie de opiniones faltas de rigor y basadas en prejuicios y mantras con las que hilvana su discurso. Por ejemplo, el uso abusivo del llamado “lenguaje no sexista”. Ignora la normativa de la Real Academia Española o, peor aún, sitúa su ideología por encima de la gramática. Tampoco parece entender la diferencia entre enseñar que 2+2=4, que H2O es la fórmula del agua o que Colón descubrió América, y pretender imponer su particular visión ideológica sobre la sexualidad humana o sus bases antropológicas, cuestiones morales controvertidas. Con esas carencias, asombra que alguien se sienta imbuido de autoridad para adoctrinar.
Un ejercicio de humildad debería permitir ver que llevamos millones de euros y decenas de años con campañas de supuesta educación sexual, desde el ya arcaico “póntelo, pónselo” hasta los graves programas que se pretenden imponer ahora en algunas comunidades autónomas. Y a pesar de esto, o por esto, proliferan las manadas, la violencia y el consumo de pornografía y prostitución. Algo estan haciendo muy mal. Y siempre ignorando y descalificando a los padres, como si fuéramos enemigos de nuestros hijos, frente a quienes piensan en su liberación y felicidad. No. Es al revés, somos los padres los que queremos el bien de nuestros hijos, porque los amamos, y nos importan más que cualquier bandera, campaña o programa.
Vicente Morro López
Portavoz de FCAPA Valencia.