Conchita López Frías
Mirada profunda y retadora. Desafío. Incomprensión. Soledad y frustración. Sueño y dejadez. Son algunos síntomas que nos advierten de que nuestro niño se está convirtiendo en un adolescente. Pero también: grandes ideales, sueños, planes, independencia, conversaciones profundas… son parte del camino hacia la madurez a la que va encaminado.
Desde que nacemos el cerebro se prepara para sufrir el cambio más radical por el que atraviesa nuestro cuerpo: la adolescencia. Y, aunque parezca increíble, puede que a los adultos se nos haya olvidado nuestro paso por esa etapa tan emocionante de la vida. Y quizá por eso nos cuesta entender las reacciones y el comportamiento de este hijo, nieto, sobrino, vecino, alumno… que parece ser otro, que nos lo han cambiado.
Para saber lo que el adolescente necesita no hace falta estudiar o hacer un máster en educación. Solo hay que recordar lo que todos anhelamos: sentirnos queridos. Aparentemente, a menudo rehúyen del cariño que intentamos manifestarles, pero cada manifestación de amor va calando en ellos como gotas que poco a poco riegan la tierra. No vemos el fruto de inmediato, pero está creciendo en ellos una semilla que echa raíces en tierra fértil.
Paciencia. ¡Qué importante es la paciencia! Y junto a ese cariño, como parte indispensable del crecimiento, nunca puede faltar la exigencia. Exigencia manifestada en límites bien explicados, concretos y que van en progreso según va creciendo. La tierra sin maceta no da soporte, se desperdiga y pierde su función.
El adolescente se rebela contra esos límites porque es natural que quiera sacar los pies del tiesto. Esa rebeldía es buena, necesaria. No debemos escandalizarnos, sino ayudarle a comprender que sólo buscamos su bien. A veces nos parecerá difícil acertar en ese acompañamiento, que conviene que sea cercano, pero no invasivo. Es importante que el adulto sea consciente de que el camino a la madurez siempre va acompañado de un uso de la libertad cada vez más amplio. Aunque a veces cuesta verlo, el objetivo de los padres y educadores es que llegue el día en que ya no hagamos falta.