Esta semana hemos conocido que 300 asociaciones feministas (debe resultar muy rentable ser feminista de género, si no no habría tantas), han remitido una carta al Gobierno Español, para quejarse de que determinadas agencias de la ONU (Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU (OHCHR) en Asia, están presionando a los gobiernos de los países en vías de desarrollo para que se acepte la maternidad subrogada como un derecho de la mujer, o de la familia o de no se sabe bien de quién es el supuesto derecho.
El feminismo de género denuncia expresamente que dicha práctica es realmente un negocio y no tiene que ver con ningún «derecho» ni ninguna «protección». No podemos estar más de acuerdo, aunque sólo sea en esto.
Lo que llama poderosamente la atención es que dicho feminismo de género ha sido y es impulsado por la misma ONU a la que ahora le sale una hija respondona; el lobby anti-vida se enfrenta al lobby anti-familia. Esto tenía que pasar antes o después. Cuando se da la espalda a la realidad de las cosas y se juega a ser pequeños dioses que quieren cambiarla, inevitablemente la realidad acaba manifestándose como es.
El objetivo del feminismo de género no ha sido nunca ayudar a la mujer y «empoderarla» como afirman, sino destruir la condición femenina, hacerlas «como los hombres», y en el camino, destruir la familia, que es su verdadero interés y meta última.
Para los unos, la maternidad subrogada es un paso necesario en su lógica destructora de la esencia de la familia basada en el amor humano. Para las otras, solo hablar de maternidad, venga de donde venga, ya les produce sarpullidos. Y en camino se han encontrado.
El 27 de septiembre el presidente del gobierno va a tener que mojarse en la ONU sobre este debate. Tiene al partido dividido y a la oposición también, que no sabe por dónde le da el aire en este asunto y esperan a ver qué dice el uno para decir lo contrario, sin rumbo, sin ideas claras, con un ojo en el gobierno y otro en las encuestas.
Y mientras, la mujer (pobre, claro está) y el niño por nacer, utilizados como moneda de cambio en un debate ideológico que nadie necesita, que está sujeto a sensiblerías y del que nadie dice la verdad pura y simple: con la vida no se mercadea y merece mucho más respeto que todos estos agentes juntos, que no merecen ninguno.