La psicología positiva impulsada por el profesor Martin Seligman en la década de los noventa dinamizó la investigación iniciada por los psicólogos personalistas Rogers y Maslow.
Desde el humanismo personalista, la educación se concibe como un proyecto positivo de desarrollo de la personalidad y es un objetivo de las sociedades que forjan el bien común como una responsabilidad compartida por todos.
Poco se aprende sin el afán previo de conocer algo que nos haya llamado la atención, ni sin el esfuerzo personal por encontrar la solución. (Ignacio Sotelo)
El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío. (Horace Mann)
El aprendizaje ocurre cuando alguien quiere aprender, no cuando alguien quiere enseñar. (Robert Schank)
El deseo, como indicaba Aristóteles, se constituye con una sabia mezcla de razón, emoción y fantasía. Las emociones mueven a la acción. Ahora bien, los sentidos captan en cada instante de la vida un sinfín de estímulos que impulsan a la persona hacia lo que le atrae. El ser humano, al decantarse por uno u otro de esos impulsos, transforma la emoción en sentimiento. Posteriormente estos últimos, consciente o inconscientemente, generarán los estados de ánimo [1].
De ahí que la capacidad para seleccionar los impulsos sea crucial a la hora de concretar el deseo. Cuando el adolescente se sienta ante su mesa de estudio, multitud de emociones le invaden. Conseguir que una de ellas prevalezca es fundamental para centrarse en el logro del objetivo académico. Por ello, la elección de las metas de forma personal, consciente y razonada, hace que las emociones, sentimientos y fantasías se vayan integrando de forma gradual en el día a día de nuestros hijos.
Si bien, nadie puede desear por otro, las aspiraciones son algo propio a cada persona. Educarlas, encauzarlas e integrarlas en la vida personal y familiar constituye el eje central del crecimiento personal de los hijos.
¿Qué es pues el deseo? Es un sentimiento prolongado en el tiempo, un recuerdo de un sentimiento positivo y alcanzable, un movimiento en busca del placer, un esfuerzo continuo y razonado por lograr una meta creíble, un misterio que persigue la felicidad, un valor anhelado…
La gran tragedia del deseo es quedarse atrapado en el instante. El deseo alcanzado muere, se extingue, se apaga… Es un mero sentimiento pasajero que colapsa el crecimiento personal. Por el contrario, el deseo se proyecta, se planifica, se construye, se vive en cada instante de la vida, se va alcanzando día a día, sin “aprehenderlo” en su totalidad.
El deseo, proyectado en un ideal personal de vida, permite vislumbrar dos tipologías: los deseos integrados, aquellos que perduran en el tiempo y se establecen medios para conseguirlos y conllevan esfuerzo personal por alcanzarlos, y los deseos des-estructurados, aquellos que quedan atrapados en la inmediatez, no se proyectan ni producen satisfacción plena, generan por el contrario amargura, desazón.
La educación del deseo se trabaja desde la capacidad de dar razones razonadas de lo anhelado, desde la vivencia personal de la emoción que lo alimenta, y desde la visión proyectada que nos ofrece la consecución del fin apetecido.
¿Cómo lograrlo?
Es una tarea difícil y que se desarrolla en primer lugar en el hogar y en familia. Luego, en la escuela, los maestros, como primeros colaboradores en la responsabilidad originaria que adquieren los padres al traer un hijo al mundo, abren el mundo a los ojos del escolar para que descubra nuevos horizontes.
Este es el planteamiento teórico. En los próximos post ofreceré algunas pautas que nos puedan servir de guía.
Notas: [1] Los psicólogos de la Inteligencia Emocional o de la Inteligencias Múltiples, hablaría de regular las emociones, creo que hay una forma mejor de configurar la personalidad humana, la integración en el deseo.
Artículo de José Javier Rodríguez en Salamanca RTV al día.