El voto de una madre
Ignacio García-Juliá
Director General del Foro Español de la Familia
Tras la resaca de las elecciones municipales y autonómicas, es hora de balances y reflexiones. Los primeros se los dejo a las formaciones políticas, pero a las segundas estamos llamados todos los que de una manera u otra tenemos una responsabilidad en la convivencia o en la promoción de leyes más justas para la familia.
Y el hilo de mi reflexión viene de la mano de la reciente, y poco conocida, aprobación de la nueva Constitución de Hungría. Además de la explícita defensa del matrimonio entre hombre y mujer y de la defensa de la vida desde la fecundación hasta su fin natural, dicha Constitución, en su artículo XXI deja abierta la puerta a una idea que, además de novedosa, puede cambiar el panorama de las democracias occidentales.
Y es una idea que arranca del sentido común pero que va a encontrar enconados detractores aunque suponga un acto de justicia, y del que se podría hablar y debatir con serenidad si no fuera por lo exacerbadas de las posiciones del feminismo radical y por el sectarismo de género que hoy en día impregna casi toda la política europea.
Dicho artículo XXI dice textualmente lo siguiente: “No podrá considerarse una infracción a los derechos de igualdad de voto si una ley orgánica crea un voto adicional para madres de familia con niños menores o, cuando la ley lo prevea, que otra persona pueda disfrutar de un voto adicional”. Nada más y nada menos.
Lo que viene a reconocer es que el trabajo y sacrificio de una madre, entregada al cuidado de unos hijos que suponen un bien objetivo para una sociedad cada vez más envejecida, tiene que ser de alguna manera recompensado por aquella sociedad que se beneficia de dichas atenciones y cuidados.
Podría argumentarse que ya existen, o que deberían existir, ayudas para esas familias o para esas madres. Pero la experiencia diaria nos dice que las políticas son irregulares y que las ayudas lo son más, estando directamente al arbitrio de los gobiernos que las utilizan en la mayoría de los casos como arma electoral. Y también podría contra argumentarse que el verdadero reconocimiento de una sociedad no se mide por la mayor o menor aportación económica que se haga a la familia, si no por el reconocimiento explícito del valor de la maternidad y su enorme trascendencia en la demografía del país.
En unos tiempos en los que la crisis demográfica sacude a todo occidente, fruto del egoísmo personal y de un mal entendido estado del bienestar, que sólo ha buscado dicho bienestar “aquí y ahora” olvidando a las generaciones futuras, la única solución, y no a corto plazo, es poner en su justo valor la familia y la maternidad. La solución a la despoblación es la familia.
Mucho se habla actualmente de la conciliación de la vida familiar y laboral, pero se olvida que la mejor conciliación es la que proporciona a la mujer el poder ser madre sin que las presiones económicas y laborales asfixien a su familia. En Europa tres de cada cuatro mujeres querrían cuidar a sus hijos en el hogar, pero sólo una de cada cuatro lo consigue.
Medidas como la que propone el artículo XXI de la Constitución húngara, ayudan a que se valore la maternidad y a que la sociedad se plantee seriamente el apoyo real a la mujer embarazada. Lo demás son sólo palabras y buenas intenciones, pero como vemos día a día, no conducen a nada.
Cuando unos padres cuidan, educan y aman a sus hijos, no lo hacen para sí mismos. Los educan para que sean personas responsables, trabajadoras, sensatas y, en definitiva, buenas. Y esa educación redunda directamente en beneficio de la sociedad que las acoge. Si esto es así ¿no sería de justicia que las madres tuvieran más peso en las decisiones que tomarán los políticos y que influirán en el futuro de sus hijos?
Hace no más de cien años el sufragio femenino era tomado a broma en muchos países llamados civilizados, cuando no tomado directamente como una ofensa. Las cosas cambiaron, y cambiaron rápidamente. Hoy podemos pensar que el “voto familiar” es una utopía pero ¿no podrían cambiar las cosas también rápidamente? ¿No estamos llamados nosotros a ser agentes de ese cambio?
Puede ser que haya llegado el momento de replantearse el supuestamente inamovible principio de “un hombre, un voto”. Puede que haya que dejarlo así, pero añadir a continuación “… y una madre, dos votos”