Discurso Benigno Blanco entrega del premio San Benedetto

por | Abr 29, 2011 | Artículos, Noticias | 6 Comentarios

Discurso Benigno Blanco en Subiaco el 29 de abril de 2011 Premio San Benedetto

HABLAR BIEN DE LAS COSAS BUENAS, UNA MISIÓN PARA LA FAMILIA

Es de justicia que comience esta conferencia agradeciendo a la Fondazione Sublacense Vita e Famiglia la distinción con que me honra al concederme el Premio San Benedetto por la promoción de la vida y la familia en el año 2011.

Al recibir la noticia de esta concesión me sentí azorado, pues tengo muy claro que no estoy a la altura de quienes me han precedido en esta distinción, dado que no soy más que un padre de familia que intenta, con sus escasas fuerzas, mejorar la sociedad en que vive por amor a la verdad y a mis coetáneos, empezando por mis hijos. Pero inmediatamente se me impuso la evidencia de que el premio San Benedetto se concede -en el fondo- a las familias españolas que en estos últimos años han sabido convertirse en agentes activos de cambio social, organizándose para hacerse presentes en la vida pública para defender la bondad de la familia y su insustituible papel en la transmisión de la vida, la educación de las nuevas generaciones y la generación de la solidaridad básica que hace humana a nuestra sociedad.

Dado que este premio va dirigido, a través de mí, a las familias españolas movilizadas para dar razón de sí mismas en momentos difíciles, van a permitirme que dedique esta intervención a narrar la historia de esta movilización y sus claves intelectuales, morales y organizativas.

El origen del Foro de la Familia en España.

La entidad  que me honro en presidir, el Foro Español de la Familia, es un instrumento que las familias españolas han creado en 2002 para asumir la responsabilidad de que la sociedad española redescubra la familia, la valore y la respete. En estos momentos el Foro engloba a algo más de 5.000 asociaciones familiares que representan a más de cuatro millones de familias y opera a través de una red de unos 20.000 voluntarios activos y coordinados a través de internet . Esta red, nacida espontáneamente, es hoy una “marca” reconocida en España como interlocutor  en materia de familia, educación y vida pues ha demostrado su  fuerza social con manifestaciones que han sacado a la calle a millones de personas en defensa del matrimonio el 18-J de 2005, de la libertad de educación el 12-N del mismo año y de la vida el 17-O de 2009. La fuerza de la marca “Foro” en España es la de los millones de padres y madres anónimos que secundan nuestras iniciativas, las promueven y las apoyan con su presencia.

Al mismo tiempo, esta red pudo presentar una ley de defensa del matrimonio al Parlamento español avalada por un millón y medio de firmas y ha promovido iniciativas legislativas populares en defensa de la maternidad en los parlamentos autonómicos de España, consiguiendo hasta hoy que siete CCAA hayan aprobado ya leyes de protección a la maternidad y creando en toda España lo que denominamos RedMadre, una red de voluntariado a disposición de las embarazadas en situaciones problemáticas para ayudarlas a afrontar sus problemas y encontrar soluciones compatibles con la continuación del embarazo. Esta red está demostrando una gran eficacia: 8 de cada 10 mujeres que conectan con la red renuncian al aborto y se libran de ese inmenso drama abriéndose -con el apoyo solidario de nuestro voluntariado- a la vida y la maternidad. El trabajo de RedMadre demuestra que se puede acabar con el aborto, digan lo que digan las leyes al respecto.

El Foro de la Familia es una entidad no confesional y ajena a los partidos políticos que actúa como lugar de encuentro, formación y movilización de los ciudadanos ordinarios sea cual sea su orientación política o su fe religiosa, aunque es evidente que los católicos son la base social más fuerte y determinante del Foro. Es más, me atrevería a decir que el Foro es una expresión genuina de la asunción por el laicado español de su responsabilidad de evangelizar e impregnar las estructuras sociales de sentido humano y cristiano en uso de su libertad y responsabilidad como ciudadanos.

Los voluntarios del Foro de la Familia son ciudadanos, en su mayoría católicos, que saben que los grandes temas que afectan a la familia y la vida hoy en las sociedades occidentales son temas de fondo de nuestra época, expresión de toda una crisis de civilización; y que a todos nos toca afrontar el reto de recristianizar nuestra sociedad desde abajo, desde los lugares ordinarios donde convivimos con el resto de nuestros conciudadanos, sin limitarnos a pedir a los gobernantes y políticos que nos arreglen ellos los problemas pues éstos, en gran medida, ya están más allá de la eventual eficacia de la mera política pues son problemas que hunden sus raíces en una cosmovisión equivocada que ha renunciado a las claves humanistas de occidente y el cristianismo.

Por tanto estos problemas solo se arreglarán si somos capaces de ayudar a nuestros contemporáneos a volver a anclarse en el humus cultural del humanismo cristiano, algo que no se puede conseguir sin más desde el poder político. El núcleo central de los voluntarios del Foro son cristianos responsables que quieren mejorar su sociedad y se ponen manos a la obra sin esperar a que otros -no se sabe quienes- se encarguen de ese trabajo.

El comienzo operativo de las actividades del Foro se produce en 2004 cuando, ante la propuesta gubernamental de suprimir el matrimonio equiparándolo a las uniones de personas del mismo sexo, lanzamos la propuesta de presentar en el Parlamento una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para recuperar el matrimonio como institución específica para la unión entre hombre y mujer y reservar el derecho a la adopción conjunta a los matrimonios. Según la Constitución española una ILP así exige el aval de, al menos, 500.000 personas. Era un gran reto, pero pensamos que merecía la pena el esfuerzo pues recoger esas 500.000 firmas nos obligaba a hablar de este tema con ese número de personas y eso significaba una labor pedagógica en el seno de la sociedad de una gran fuerza. En menos de seis meses se recogieron 1,5 millones de firmas de apoyo a la ILP y ese trabajo lo habían hecho unos 8.000 voluntarios recolectados sobre la marcha. En apoyo a esa ILP organizamos nuestra primera manifestación: para nuestra sorpresa (¡carecíamos de toda experiencia en la organización de manifestaciones!) un millón de personas salieron a la calle en Madrid para defender el matrimonio entre hombre y mujer y el derecho de los adoptados a tener un padre y una madre.

En pocos meses tuvimos que repetir el intento pues una nueva ley de educación pretendía cercenar seriamente la libertad de educación en España. No sabíamos si la gente volvería a salir a la calle o si, cansados de un esfuerzo aparentemente inútil –la ley del llamado “matrimonio homosexual” se había aprobado a pesar de nuestra ILP y la manifestación del 18-J-, se retraerían. Una vez más comprobamos que la generosidad y sentido de la responsabilidad de las familias españolas era inasequible al desaliento: superamos esta vez la cifra del millón de manifestantes en defensa del derecho de la familia a educar en libertad.

Comprobamos que en poco menos de dos años había surgido sobre la marcha un movimiento social en España de amplísima resonancia e incidencia que había desbordado las previsiones más optimistas de quienes lo impulsábamos. Era la hora de la reflexión para entender este fenómeno y poder así orientarlo y consolidarlo. El dato de hecho era evidente: la red de voluntarios del Foro, personas anónimas, padres y madres de familia corrientes, gente teóricamente sin poder alguno ni relevancia pública de ningún tipo, eran capaces de generar opinión y movilizar a la sociedad incidiendo en la agenda política y sin desalentarse por no tener éxito en el corto plazo de las leyes que se aprobaban a pesar del clamor social en contra.

Eran –siguen siendo- años en que España vivía una fuerte revolución cultural a impulsos de una mayoría política de fuerte y radical compromiso con la ideología de género y los postulados laicistas, empeñada en descristianizar España imponiendo en las leyes y la escuela una antropología ajena, cuando no contraria, al humanismo cristiano. Para dar forma al movimiento de las familias españolas y orientar en el futuro a la red de voluntarios del Foro necesitábamos pararnos a hacer el diagnóstico preciso de qué nos pasaba y cual era nuestro poder.

El diagnóstico.

La pegunta a responder era ésta: ¿Cómo es posible que cosas evidentes como que no se puede matar a un niño, que la dualidad hombre-mujer es constitutiva de la especie humana, que el matrimonio es bueno para la sociedad, que el estado no puede manipular las conciencias de los escolares, no se entendiesen por una parte importante de los españoles, de nuestros gobernantes y de los creadores de opinión? ¿Cómo es posible que cosas intrínsecamente buenas como la vida, la sexualidad abierta a la procreación o la familia puedan ser tratadas como algo negativo en las leyes y opiniones mayoritarias?

La respuesta se mostró clara: estamos viviendo una crisis de civilización caracterizada por la renuncia de parte de nuestros contemporáneos a razonar, por el desprecio a la realidad de las cosas. El problema a que nos enfrentamos para defender la vida y la familia no es meramente político o circunstancial, no es algo específicamente español, sino que se trata de algo más de fondo que nos obliga a actuar, no principalmente en el terreno de la política y las leyes, sino sobre todo  en el terreno de la formación de las conciencias.

Nuestro análisis fue el siguiente que me alegra reproducir aquí, en Subiaco, a la sombra de San Benito pues su vida y obra son faro que nos ilumina hoy en momentos de crisis de civilización como él inspiró en sus dias profundas fuerzas creativas de proyección secular.

Somos hijos de la civilización occidental, una cultura construida sobre la confianza en la razón. Esta historia comenzó –pongámosle un nombre concreto- con Sócrates,  que creyó en la razón, en su capacidad de aclararse razonando; que confió en que hablando, dialogando, uno se puede aclarar y compartir sus certezas con los demás; que intuyó que el aclararse, el formarse criterio sobre la realidad de las cosas, no es una función solipsista que agota su eficacia en la intimidad del yo, sino que es compartible con los demás a través del diálogo. Esta actitud socrática funda nuestra civilización, la civilización de la razón.

La razón socrática, trasladada a la Roma del sentido jurídico de las cosas, alumbró la célebre definición de justicia que el genio romano nos legó a través del jurisconsulto Ulpiano: justicia es dar a cada uno lo suyo. Es decir, hay un “suyo de cada cual” que podemos conocer con certeza y que nos hace justos si lo respetamos e injustos si lo violamos. O dicho de otra forma: hay una regla objetiva de justicia y de bondad que no está en la arbitraria apreciación o el sentimiento subjetivo de cada cual, sino en el objetivo respeto a lo bueno existente que podemos conocer e identificar como tal razonando, mirando, estudiando; y que podemos compartir con los demás a través del diálogo para hacer entre todos una sociedad más veraz y justa.

La eficacia humanista de estas semillas de nuestra civilización adquieren todo su potencial cuando el cristianismo fecundó la cultura greco-romana. Fue el cristianismo el que asentó sobre bases seguras tanto la fe socrática en la razón como la intuición romana sobre lo justo natural, pues el cristianismo aportó la razón por la que nos podemos fiar de la razón (algo que Sócrates desconocía). Podemos fiarnos de la razón porque el mundo es razonable pues no es fruto del azar, del acaso, sino del acto razonable y pensado de alguien muy razonable e inteligente: Dios creador que piensa al mundo y al hombre y los hace conforme a ese pensamiento, razón por la que tanto el mundo como el hombre son inteligibles, tienen naturaleza y ésta  es cognoscible objetivamente para un ser racional como es el hombre. Los hombres tenemos una naturaleza, somos algo; no nos autocreamos  a nosotros mismos. ¡Gran descubrimiento de una fecundidad histórica impresionante!.

El cristianismo dio razón de la veracidad de la definición romana de justicia pues aportó la razón de que exista algo bueno en nosotros y en todo: hemos sido creados por amor; en nosotros está la huella del acto amoroso de Dios al crearnos; en nosotros, en cada uno de nosotros, hay algo no sólo bueno sino excelso pues fuimos amados al ser creados. En el origen no está el caos de la ciega evolución bioquímica, sino el pensamiento amoroso de todo un Dios.

La fe griega en la razón y el sentido romano de la justicia fecundados por el cristianismo impulsaron el despliegue de la civilización occidental, la más humanista que ha existido. Sólo aquí, en Occidente, hemos descubierto e interiorizado la radical igualdad entre los seres humanos, hombres y mujeres; sólo aquí hemos construido el concepto de dignidad humana y teorizado los derechos humanos; sólo aquí hemos creado todo un entramado institucional para defender la libertad: el Estado de Derecho; sólo aquí hemos sometido a criterios éticos los más radicales poderes del Estado como la pena de muerte y la guerra; sólo aquí hemos erradicado la tortura y la esclavitud;… Sólo en Occidente ha surgido la ciencia como esfuerzo colectivo por conocer las regularidades internas de la naturaleza pues hacer el esfuerzo de hacer ciencia exige creer que el mundo es razonable. Sólo en Occidente se ha planteado la laicidad, pues ésta exige como requisito previo la afirmación de la distinción entre lo creado y el Creador, entre la religión y la política.

Es obvio que todos estos avances no son lineales y continuos, que ha habido avances y retrocesos parciales, que en ocasiones ha costado mucho extraer las conclusiones lógicas de los principios en que se cree, que en ocasiones hemos cometido errores de análisis radicalmente incompatibles con los postulados de nuestra civilización. Así es la naturaleza humana: una razón limitada que no permite contemplar todas las variantes de lo que se analiza, una fe a veces limitada en su comprensión y coherencia, unas conductas atadas a lo inmediato, una libertad que se puede dejar seducir por lo peor,… Pero globalmente se puede afirmar que la cultura occidental ha sido la única construida en clave humanista en la historia de la humanidad con muy positivos resultados aún a pesar de las sombras que nuestra libertad y nuestras limitaciones han cernido sobre su despliegue.

Pero a partir del siglo XIV algo empieza a cambiar. El nominalismo y el voluntarismo quiebran una línea persistente y madura de comprensión de lo real y, bajo su influencia, la llamada filosofía moderna empieza a desconfiar de la razón para después negarla. Descartes nos hizo dudar de que con la razón pudiésemos conocer con certeza la realidad de las cosas; Kant nos convenció de que con la razón no podemos conocer con certeza esa realidad y desde él la deriva irracional del pensamiento contemporáneo no ha hecho más que radicalizarse …aunque lo hiciese en nombre de la propia razón, pero de una razón que ya no es la de Sócrates, la de la apertura a lo real sin prejuicios, sino la pequeña razón de cada cual buscando en sí misma la consistencia de la propia verdad en vez de buscarla en la confluencia del pensamiento con lo realmente existente.

Como fruto de estas influencias, el mundo moderno ha perdido la fe en la razón, ha roto con sus raíces, se ha desarraigado; y así flota en el aire, inseguro y triste, sin esperanza, sin comprender ni sus raíces ni la razón de lo mejor de su herencia cultural. Somos herederos de una estupenda herencia cultural humanista, pero –como nos recordó McIntyre- ya no la entendemos; nos beneficiamos de lo que hemos heredado –el concepto de la dignidad humana, la comprensión de los derechos humanos, la institución del matrimonio, la fuerza de una moral objetiva, etc-; pero como no conocemos sus claves morales e intelectuales no somos capaces de reparar sus fallos cuando se producen…y cada vez más esa herencia va perdiendo, separada de sus raíces, consistencia, vigencia y coherencia. Este es el drama de nuestra época que debíamos afrontar para defender la familia y la vida en nuestra sociedad.

Hablamos de derechos humanos pero no sabemos cómo defender el más primario de ellos, el derecho a la vida, y nos acostumbramos al aborto y a destruir embriones y a la eutanasia. Hablamos bien de la familia, pero ya no sabemos  qué es y la confundimos con cosas distintas como la unión de personas del mismo sexo. Por eso ya no sabemos educar porque para educar es imprescindible tener un proyecto de persona, una idea clara de en qué consiste ser buena persona. Por eso reivindicamos la libertad y el Estado de Derecho como garante de aquella, pero no sabemos cómo recrear el sustrato moral que permite vivir en una sociedad libre. Estos son nuestros problemas como hombres del siglo XXI, desarraigados, sin consistencia, sin capacidad de aclararnos sobre lo mejor de nosotros mismos y nuestra civilización y, por tanto, desconcertados por sus cada vez más claros fallos y quiebras. Este es el problema de nuestra época que debíamos afrontar desde el Foro para ayudar a recuperar una cultura comprometida con la vida y la familia.

Si bajamos del nivel de las civilizaciones al de la persona, constatamos el mismo drama. Cuando Occidente creía en la razón, sabíamos que el ser humano tenía una naturaleza que podíamos conocer con razonable certeza y, por tanto, sabíamos qué hacer para ser mejores: en libertad realizar las mejores posibilidades de nuestra naturaleza, hacer el bien de que somos capaces y que nos perfecciona. Ahora que no conocemos nuestra naturaleza ni su existencia porque no nos fiamos de la razón que nos permitiría conocerla, nos hemos convertido en seres condenados a la libertad como Sartre diagnóstico con triste lucidez, a crearnos prometéicamente cada uno a nosotros mismos al actuar; es decir, nos hemos condenado a una responsabilidad divina: crearnos a nosotros mismos, una responsabilidad literalmente insoportable porque no somos dioses… Y por eso nuestro mundo está triste y desesperanzado. Creímos que liberándonos de Dios seríamos libres y felices sin creador ni amo; y hemos descubierto que eso echa sobre nuestros pequeños hombros una responsabilidad con la que no podemos: la de suplir al creador. El mundo se entiende muy bien con un Dios creador y providente: así todo tiene sentido y es razonable y coherente. Pero el mundo es potencialmente violento y conflictivo con muchos “diosecillos” que chocan entre ellos intentando cada uno dar sentido a su ser y al mundo. Este es el reto de nuestra época que debíamos afrontar para ayudar a construir personalidades capaces de comprometerse con la vida y la familia.

No se les escapa a Ustedes la deuda intelectual que este análisis tiene con el magisterio del Premio San Benedetto de 2005, Cardenal Joseph Ratzinger, que tantas veces ha explicado cómo el encuentro entre la razón griega y el cristianismo no es algo casual sino providencial y esencial para la civilización cristiana. Sin razón, sin pensamiento, el cristianismo no se entiende ni se puede difundir. No en vano la gran reivindicación de la razón en el siglo XX se hace en una encíclica, la “Fides et ratio” del próximo Beato Juan Pablo II.

¿Cómo salir del círculo vicioso en que nuestra civilización ha caído al perder sus raíces? Volviendo a la razón humilde del ser que se sabe creatura en un mundo comprensible; volviendo a mirarnos a nosotros mismos no como “diosecillos” que se autocrean al actuar en libertad sino como seres con una naturaleza que pueden conocer para realizarse en libertad.

Quienes tienen la suerte de vivir anclados en lo mejor de la civilización occidental, la suerte de no haber sido desarraigados por la crisis intelectual de la modernidad enloquecida –por ejemplo, los católicos que reciben en la Iglesia esa herencia estupenda que se les recuerda continuamente- tienen una especial obligación en nuestro momento cultural pues ellos pueden ser testigos y garantes con su vida y su palabra de que es posible otro modo de vida que libra de la angustia, genera esperanza, da sentido a la propia vida, permite entender y amar el mundo y da paz. Quienes tienen esa suerte deben dar testimonio con su vida de que así se puede ser muy feliz y deben con su palabra poner de manifiesto ante sus contemporáneos la consistencia de su fe en la razón y la objetividad de su comprensión de la naturaleza humana y del bien de que somos capaces. Este es nuestro reto y esto es lo que habían empezado a hacer espontáneamente los voluntarios del Foro de la Familia al participar capilarmente en los recientes debates sobre el matrimonio, la educación y la vida.

Algunos de los consagrados con el premio San Benedetto en años anteriores, como Francesco D’Agostino, Pierpaolo Donatti o Janne Haaland Matlary, han hecho análisis consistentes en este sentido en sus obras al acercarse intelectualmente a la familia, la sexualidad o los derechos humanos.

La propuesta operativa.

La conclusión de nuestro diagnóstico era evidente: debíamos seguir animando a las familias españolas a, como Sócrates, salir a las calles de nuestras ciudades a hablar con nuestros conciudadanos del bien y del mal, de la virtud, de la justicia, de la libertad, para –dialogando, hablando bien de las cosas buenas- ayudar a nuestros contemporáneos a aclarase, a enamorarse de lo valioso. Por ello, la misión del Foro debía ser:

a)       proponer instrumentos, iniciativas, campañas, para dar pie a las familias a hacerse presentes, visibles, en el debate público.

b)       Formarlas para ser eficaces a la hora de “hablar bien de las cosas buenas” en todas las encrucijadas de la vida social.

c)       Animarlas a exhibirse públicamente dando testimonio de lo que llevamos en el corazón.

Nuestro mensaje a las familias españolas es el siguiente:

a) vivimos en el momento histórico y la sociedad que nos ha tocado: es algo que no podemos elegir. Convivimos con leyes injustas, como ha pasado en otros momentos de la historia de la humanidad; salimos a la calle, nos asomamos a los medios de comunicación, acudimos a hospitales, nuestros hijos y nietos van a las escuelas y a la universidad y en todos esos sitios podemos encontrarnos mucho mal. Pero son nuestros sitios, donde debemos estar para hacer el bien, mejorar el ambiente y ayudar a cambiar a las personas para que algún día sean ambientes estupendos y sanos.

b) nuestra presencia en la sociedad que nos ha tocado vivir no es una condena; es nuestra responsabilidad. Debemos sentirnos responsables de mejorar esta sociedad desde dentro; para ello debemos hacer todo el bien que está a nuestro alcance en todos los ambientes en que estamos insertos. Nosotros no nos vamos de nuestra sociedad y de nuestros ámbitos de socialización, abandonando al mal nuestro entorno. Nosotros no nos limitamos a denunciar lo que está mal o es injusto. No nos declaramos derrotados cuando se aprueban leyes injustas, sino que trabajamos para crear la conciencia mayoritaria que permita algún día derogarlas. Pero tampoco nos vamos de los ambientes donde esas leyes se aplican si son los nuestros. Utilizamos la palabra, hablando bien de las cosas buenas,  aportando ideas y buscando la formación de nuestros conciudadanos para algún día acabar con esas leyes. Pero también utilizamos todos los recursos que nos permite el Estado de Derecho y que las leyes nos ofrecen para defender lo que creemos y lo que amamos cuando surgen leyes injustas: manifestaciones, presencia en los medos de comunicación, iniciativas legislativas, etc.

Dos ejemplos concretos: Educación para la ciudadanía y aborto.

Cuando el Estado se arrogó competencias inaceptables buscando la configuración de la conciencia moral de nuestros hijos y nietos conforme a unos principios  que no respetan el derecho de los padres a educar en libertad y  de forma acorde con sus convicciones y valores a sus hijos, el Foro –junto con otras muchas entidades- aconsejó la objeción de conciencia  como instrumento procesal idóneo para oponerse a ese atentado y pusimos en marcha recursos ante los tribunales españoles y europeos.

Y mientras tanto, ni nos vamos de las escuelas, ni renunciamos a educar a nuestros hijos conforme a nuestras convicciones, ni renunciamos a la defensa de nuestros derechos, ni dejamos estas cosas solo en manos de los políticos. Mientras tanto continuamos hablando a todas las personas para que se reafirmen en sus convicciones y las defiendan.

Lo nuestro es cambiar las mentes y los corazones apelando a la libertad responsable de todos y ayudándoles en su formación moral para recrear una mayoría social humanamente responsable  y comprometida con la dignidad humana y la justicia. Y para ello no huimos de nuestra sociedad ni de nuestros ambientes particulares , sino que trabajamos en ellos para mejorarlos. Y esto está en nuestras manos, en las manos de gente corriente, no relevante socialmente, pero con capacidad de estar en todos los sitios donde se produce el roce existencial cotidiano que permite influir en los demás.

Respecto al aborto sucede los mismo: intentamos parar la aprobación de una nueva ley del aborto que empeora gravemente la ya injusta situación precedente y no lo conseguimos a pesar de que salimos a la calle millones de personas para gritar “Sí a la vida”. Aprobada la nueva ley no nos retiramos a nuestras casas a esperar tiempos mejores sino que nos lanzamos a recrear la cultura de la vida  en las entrañas de la sociedad con el siguiente plan de trabajo que tuve el honor de enunciar ante más de un millón de personas en la Puerta de Alcalá de Madrid el 17-O de 2009 como compromiso colectivo:

“Esta manifestación no acaba ahora, cuando dentro de unos minutos se cierre este acto, sino que:

— continuará en un compromiso de todos y cada uno de nosotros de enseñar y mostrar una y otra vez al niño no nacido como el ser humano que es, hasta que se incorpore a la visión de la vida de todos nuestros conciudadanos esta evidencia científica.

–continuará con el compromiso personal de todos nosotros de hablar bien de la vida, de la maternidad y de la mujer embarazada en todas las ocasiones que se nos presenten en la vida social.

–continuará con la asunción por cada uno de nosotros de  la responsabilidad de preocuparnos y ocuparnos de cualquier mujer embarazada que en nuestro entorno pase por situaciones problemáticas o conflictivas para que ninguna se sienta sola, para que ninguna esté abandonada y para que ninguna se va abocada al aborto.

En esas palabras que nos unieron a millones de personas hay todo un programa para recuperar la cultura de la vida. A los políticos se les pide responsabilidad y compromiso, pero  a nosotros mismos, a los que no somos importantes, se nos plantean también responsabilidades específicas: formarnos para “hablar bien de la vida”, para ser capaces de dar razón de nuestro compromiso provida frente a los tópicos abortistas que se repiten una vez y otra; mostrar al no nacido como el niño humano que es, para que entre por los ojos que es uno de los nuestros, uno como nosotros; y comprometernos a no dejar sola a ninguna embarazada siendo todos y cada uno parte de esa “RedMadre” de la que antes les hablé.

Esta es la forma de actuar del Foro de la Familia.

Cómo actúa el Foro.

El Foro de la Familia forma a su red de voluntarios con breves notas de criterio sobre toda cuestión de relevancia para la familia que se suscita en España, notas que además de enviar a nuestra red de voluntarios-portavoces se convierten en notas de prensa para hacer oir nuestra voz en los medios de comunicación social en tiempo real. Logramos en los últimos años una media de tres impactos diarios en prensa.

Y damos todos los años cientos de conferencias por toda España organizadas por nuestros voluntarios sobre un tema elegido por su relevancia cultural o moral. Parroquias, comunidades de vecinos, colegios, clubs de todo tipo, casas particulares, …son lugares idóneos para ello: cualquier sitio donde se pueden reunir varias personas. Por ejemplo, actualmente estamos desarrollando una campaña que lleva por nombre “La sexualidad sí importa, sin ningún género de duda” que pretende despertar en los padres de familia la responsabilidad irrenunciable sobre la formación de sus hijos en materia afectivo-sexual, dándoles los instrumentos intelectuales para hacer esa labor con eficacia. En los últimos cuatro meses hemos dado unas trescientas conferencias a más de 35.000 personas sobre esta materia.

Nos ocupamos de este tema porque la sexualidad es una dimensión esencial de la personalidad humana. Los humanos no nos limitamos a tener sexo como los animales sino que la sexualidad nos constituye; solo se puede ser humano como hombre o como mujer, por tanto la feminidad o masculinidad nos constituye. Dada esta esencialidad de la sexualidad, la educación de nuestros hijos no sería completa si no se extiende a esta faceta de su personalidad. Los padres tenemos, por tanto, la obligación de hablar de sexualidad con nuestros hijos y desde muy pequeñitos porque hoy día la perversión sexual de los menores es algo que flota en el ambiente: ciertas modas, cierta educación sexual en la escuela, ciertas series de moda en la televisión, etc. Debemos ayudarles a dar sentido a todo aquello que les muestra  el ambiente y que es precisamente lo que ese ambiente no les proporciona: el sentido de la sexualidad, la integración de la misma en una personalidad seria, equilibrada.

Hoy día la responsabilidad y obligación de educar a nuestros hijos en familia en materia de sexualidad se vuelve especialmente exigente por la fuerza social de la ideología de género, un inmenso error antropológico en materia de sexualidad que hoy está omnipresente en nuestra sociedad. La ideología de género es una visión de la persona que consiste en afirmar que en materia de sexualidad no hay nada que sea natural y que, por tanto, todo lo que tiene que ver con la sexualidad es una construcción cultural; subjetivamente, nos dice esta ideología, uno no es ni hombre ni mujer, es la orientación afectivo-sexual que autónomamente decida; el único criterio moral es la libertad; todo lo que hacemos es bueno y, por tanto, para la ideología de género las conductas homosexuales, heterosexuales, transexuales o bisexuales son igual de valiosas, porque son el fruto de la autonomía operativa de cada persona que es el único criterio en esta materia. Por ello, en esa perspectiva todo lo que restrinja la posibilidad de experimentar en materia de sexualidad es ilícito, y todo lo que ate en materia de sexualidad es nocivo; por eso la maternidad es nociva y el aborto  un derecho.

Para hacer frente a esta eventual deformación axiológica de nuestros hijos, los padres debemos formarnos para educar en materia de sexualidad; hay que prepararse  para hablar bien de sexualidad. Como padres, como madres, como abuelos, como profesores, tenemos obligación de saber hablar de sexo con nuestros hijos, con nuestros nietos, con nuestros amigos; del sentido humano de la sexualidad, de cómo se integra una sexualidad responsable en un proyecto personal serio y maduro, del valor de la vida y la maternidad. Y si no sabemos cómo hacerlo, hay que preguntar, les decimos a las familias españolas.

Como en todos los campos educar en materia de sexualidad en familia es una suma de ejemplo y palabras, vida y conversación. Desde pequeñitos debemos enseñar a los chicos que el cuerpo es muy importante y digno de respeto y por eso lo cuidamos y lo tapamos; les enseñaremos el sentido del pudor dando ejemplo de pudor; y les explicaremos con naturalidad porqué hay niños y niñas para en su día ser papás y mamás; y según van preguntando les iremos dando explicaciones cada vez más completas sobre la sexualidad y la afectividad, sobre la complementariedad hombre-mujer y les enseñaremos a prepararse para el enamoramiento y para distinguirlo del amor, etc. Y cuando se acerquen la pubertad y adolescencia se les explicará con todo cariño –uno  a uno; papá a los chicos y mamá a las chicas preferentemente- el sentido de los cambios que van a apreciar en su cuerpo y la maravilla que se abre para ellos con la maduración sexual… Y les hablaremos del valor de la castidad y de lo felices que serán si no frivolizan y banalizan su sexualidad y les animaremos a no tener miedo a quienes no les comprendan ni a los ambientes hostiles.

Nuestros hijos desde muy pequeñitos deben percibir con naturalidad que en materia de sexualidad quienes saben y tienen criterio, quienes mejor les pueden informar y formar son sus padres.

Estos son los mensajes que en estos momentos la red de voluntarios del Foro está difundiendo por toda España sobre esta materia. Como se puede apreciar, la nota distintiva y singular del Foro es la formación y la apelación a la responsabilidad ersonal. Nuestro trabajo consiste en formar a las familias para que sean capaces de dar una razón razonada de sus convicciones en las conversaciones del día a día y asumir activamente sus responsabilidades, por ejemplo, en materia de educación. Lo demás –las manifestaciones, las recogidas de firmas, etc- son instrumentos para llegar a más gente en esta inmensa cadena de conversaciones “hablando bien de las cosas buenas”.

Conclusión.

Los problemas específicos de la familia hoy, las dificultades singulares de nuestro tiempo para hacer familia,  son manifestación de la crisis antropológica de nuestra época. Por eso, si en nuestra época queremos defender la familia, tenemos que ir más allá de los debates sobre  las leyes, más allá de la política; debemos trabajar en un plano más profundo. Leyes y políticas son  muy importantes, pero lo que afecta negativamente a la familia hoy está mucho más allá de las leyes y de la política, es el tema nuclear de nuestra época: la crisis antropológica, el no aclararnos sobre en qué consiste ser un ser humano.  Las leyes desastrosas por las que en España se suprimió el matrimonio para equipararlo a los uniones de personas del mismo sexo o se banalizó el contrato matrimonial a través  del divorcio exprés o se desprotegió totalmente la vida del no nacido durante prácticamente las 24 primeras semanas de su vida, son  consecuencia de este no entender de qué estamos hablando cuando nos referimos al matrimonio y la familia, de la ceguera de n mirar la realidad de la vida.  Se pueden hacer leyes tan absurdas porque no se sabe  de qué se está hablando. Esto es así de triste y no se arreglará ya solo con leyes; se arregla transformando la percepción de la realidad, empezando por la percepción de la propia realidad humana de los que intentan hacer familia. Y ahí sí que somos muy importantes las gentes normales, porque donde está la cabeza y el corazón de la gente que intenta hacer familia no están los políticos; estamos los amigos, los familiares, los vecinos. Y, por tanto, es una responsabilidad nuestra, de todos, recrear en nuestra sociedad el ambiente intelectual y moral que permita de nuevo estar en condiciones razonables de hacer familia con eficacia porque volvamos a aclararnos sobre en qué consiste ser un ser humano y qué es la familia.

Este es “el poder de los sin poder” por utilizar la expresión de Vaclav Havel. La caida del comunismo a finales del siglo XX no fue el fruto de la lucha política superestructural, sino de la pública manifestación de sus convicciones por parte de la gente normal –sindicalistas polacos, intelectuales checos, hombres y mujeres religiosos- que fueron capaces de develar la gran mentira oficial y mostrar con sus vidas la fuerza de la verdad y la libertad. Me parece que la revolución que necesita este occidente decadente de hoy vendrá de la misma fuente: la acción coherente de hombres y mujeres bien formados que con su vida y palabra muestren a sus contemporáneos cómo se puede ser feliz de verdad poniendo de manifiesto las falsedades de las ideologías antihumanistas al uso. Y a esto las familias podemos contribuir con gran eficacia porque estamos en todos los rincones de la sociedad.

Chesterton escribió que quienes atacan a la familia no saben lo que hacen porque no conocen lo que deshacen. Podemos darle la vuelta a esa reflexión: para defender la familia hay que saber qué es la familia. ¿Y esto, cómo lo podemos hacer las personas normales, los que no somos importantes por nuestro papel en la sociedad o nuestro liderazgo público? Al menos hay tres cosas que todos podemos hacer y en hacerlas consiste la propuesta del Foro a las familias españolas:

a)   Poner al servicio de la defensa de la familia el mayor poder que todos tenemos: el poder de la palabra; hablando bien de la familia, la maternidad, el compromiso; usando nuestra capacidad de hablar para hablar siempre bien de las cosas buenas que la familia trae consigo y eso con ocasión y sin ella, en todas las oportunidades que la convivencia nos ofrece que son muchas porque de estos temas hoy se habla mucho y sin pudor alguno. Y para usar bien este poder, hay que formarse para ser capaces de dar razón razonada de nuestras convicciones en la materia con un lenguaje positivo y convincente.

b)    Dar testimonio con nuestras vidas de que hacer familia es una gozada y fuente de felicidad sólida en nuestras vidas. A todos atraen las vidas sólidas, alegres; las familias unidas donde todo el mundo se quiere y unos se ocupan de los otros; los ambientes donde se da vida y suenan las risas de los niños y se cuida y quiere a los mayores. Debemos exhibirnos en familia con naturalidad para mostrar que hacer familia es algo estupendo y posible.

c)  Asociarse con quienes comparten nuestros ideales familiares para ser más eficaces en la labor de hacer visible y atractiva la familia a todos nuestros contemporáneos.

Son tres ámbitos de responsabilidad personal, asequibles a todo el mundo y de gran trascendencia práctica para remover corazones y conciencias, es decir, para transformar  una sociedad haciendo una verdadera revolución cultural, que es lo que nuestra época necesita en esta materia.

Que esto es posible lo están demostrando las familias españolas en una época difícil por la fuerza política que el seudoprogresismo laicista  de género tiene hoy en nuestro país. Y por ello yo, en nombre de las familias españolas, les agradezco que con el premio San Benedetto 2011 ustedes reconozcan su esfuerzo y responsabilidad. Y aprovecho esta tribuna que me proporcionan para sugerir que lo que están haciendo las familias españoles lo pueden hacer el resto de las familias europeas y del resto del mundo.

Muchas gracias por su atención.

Benigno Blanco,

Presidente del Foro de la Familia

Subiaco (Roma) 29 de Abril de 2011

Foro Familia