Están de moda, es así. Palabras clave como igualdad, no discriminación, derechos, inclusión… Son los nuevos valores, cuya pronunciación llena las bocas de políticos y activistas, pero que en la práctica sólo son aplicados con medidas concretas a las causas que les convienen. Es la incoherencia que vemos reflejada a diario: defensores de la libertad de expresión que censuran a quienes tengan opiniones distintas, defensoras del feminismo que no tienen en cuenta a las madres que deciden quedarse en el hogar, defensores de la neutralidad del Estado que intentan imponer ideologías en los colegios públicos, defensores de la inclusión que están a favor de aumentar el aborto libre si el bebé es discapacitado, etc.
Este es el paradigma de los nuevos valores de nuestra sociedad, conceptos vacíos de contenido a los que, cada cual y de manera interesada, les inyecta el significado que le convenga en un momento determinado.
El miércoles 21 de marzo es el Día Mundial del Síndrome de Down y, más allá de la extraordinaria iniciativa de #auténticos consistente en subir a las redes fotos con calcetines dispares o pegarse una pegatina con este hashtag y hacerte un selfie para apoyar la causa, debemos reflexionar sobre la realidad que nos rodea.
Los datos están disponibles: hasta 1980, en España nacían cada año un promedio de más de mil bebés con Síndrome de Down. La despenalización del aborto para los supuestos eugenésicos tiene lugar en 1985. Desde entonces y de manera progresiva, año a año, hemos llegado hasta la cifra actual: por debajo de los 250 nacimientos. Hay otros países que sacan pecho de tener menos niños aún con Síndrome de Down.
La ley actual del aborto (L.O. 2/2010), bajo el pretexto de “garantizar la salud reproductiva”, permite el aborto libre hasta la semana catorce del embarazo, plazo que se amplía otras ocho semanas más (hasta la veintidós) si el bebé tiene -o puede tener, porque los resultados de las pruebas no son definitivos- Síndrome de Down, entre otros supuestos.
Es decir, dentro de la discriminación entre humanos nacidos y no nacidos, tiene lugar otro subnivel de discriminación entre no nacidos con o sin posibilidades de ser Síndrome de Down.
El año pasado se publicó un estudio sobre la comunicación del diagnóstico de Síndrome de Down de los profesionales sanitarios, realizado por Teresa Vargas Aldecoa y avalado por Down España, Down Madrid y Fundación Talita. El resultado del mismo muestra la penosa realidad: la mitad de los profesionales sanitarios presionó a las madres para que abortaran.
Señoras y señores que salen con banderas de tolerancia y de justicia a la esfera pública reclamando igualdad, inclusión y protección de los derechos de los colectivos desfavorecidos: ahórrense sus discursos.
El próximo 15 de abril saldremos por las calles de Madrid, en la celebración de la Marcha Sí A La Vida, a hablar por aquellos que no pueden, a poner esta realidad de manifiesto y que así, por lo menos, exista un debate público acerca de la moralidad de seleccionar genéticamente a los seres humanos, de discriminarlos en función de si son considerados “aptos” o no, de si nos complicarán la vida o no… de si merecen vivir o no.