Todo amor es libertad, pero acaso valga la pena repensar el valioso fondo del texto de Julio Cortázar en «Rayuela», escrito con su pizca de ironía: «Lo que mucha gente llama amor consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto».
Y si aún necesitáramos ahondar, me decantaría por las consideraciones del maestro español Julián Marías , en su «Antropología filosófica»: «En algunas lenguas, como el inglés, se dice para enamorarse to fall in love (caer en el amor), y es interesante que la preposición es with (con), y no de, como dicen el español y otras lenguas; se cae en el amor con una persona (…), se encuentra uno en una situación en principio irreversible, de la que no es fácil salir».
Para asombro de muchos, el amor consiste no tanto en el abordaje de una primera etapa de enamoramiento como en aprender a cuidarlo para que no se agoste. Porque «el gran problema no es elegir el primer amor, sino permanecer en él», como afirma José Antonio Murcia . Y para esta tarea -tomo la cita de su blog reflexionesvirtuales.com– conviene meditar la jugosa reflexión de José Antonio Marina : «No sé por dónde va a ir la humanidad, pero creo que la convivencia amorosa sería más fácil, cálida y acogedora si implantáramos una cultura del cuidado. Cuidar es la actitud debida ante todo lo valioso (…). Cuidar es atender, proteger, ayudar al desarrollo, cultivar, curar, fortalecer, animar».
¿Cómo avanzar en esa atención para que el amor, como árbol fecundo, vaya engrosando con el paso de la vida? Tal vez convenga insistir en esto: el amor se cuida si nace fuerte, si se alimenta diariamente y si se renueva.
El amor necesita un buen terreno firme para desarrollarse. Y esa solidez depende mucho de la propia idea con la que cada persona lo comprenda. José Antonio Murcia afirma que «el amor solo se hace eterno para el que se arriesga a amar sin trincheras». Es decir, sin construir un nido por si fracasa: hay muchos que desean un amor eterno pero, ante la frecuencia de decepciones, guardan un refugio por si acaso. Y eso es un certificado de defunción para las lógicas dificultades de una pareja: en lugar de luchar y crecer, se huye al abrigo de unafalsa tranquilidad.
Para robustecer el amor de pareja, cuando pasan los años, hay que alimentarlo de cosas pequeñas compartidas, que eliminan la rutina. Afirma José Pedro Manglano que con «palabras, compras, necesidades, tele, médico, paseos, malentendidos, discusiones, aburrimiento, fallos propios… Con todo este material se puede hacer el amor».
Por último, no perder la ilusión de enamorado. En gran medida, esa ilusión depende del esfuerzo propio, de proyectar en la imaginación a la persona querida y soñar con ella, como genialmente explica Julián Marías en su «Breve tratado de la ilusión». Enamorarse otra vez es posible, pero, según Javier Vidal-Quadras , «hay que saber provocarlo. ¿Qué nos hacía reír?, ¿qué cosas nos unían más?, ¿qué hacíamos en las mejores épocas…?».
«¿Cómo te quiero -dices-? Voy a contarte cómo / Te quiero en lo más hondo, lo más alto y extenso / a donde mi alma llega cuando, a tientas, / roza su propio ser, roza la eternidad. / Con todas las sonrisas, con la fuerza del llanto, / y con todo mi aliento. Y si Dios existe, / te amaré aún mejor después de la muerte». Así, Rilke .