Ante la complejidad del mundo moderno es frecuente encontrar familias que, urgidas por las imperiosas necesidades vitales que se les plantean, acaben delegando la parte más importante de su tarea, la educación de sus hijos, en manos de instituciones profesionales. El hecho es que, por necesidad o por convicción, son muchos los niños que crecen desarrollando sus más profundas experiencias en entornos extraños a su hogar.
Parece que la ciencia pedagógica demuestra que el ambiente que deja una huella más profunda, para bien o para mal, en la educación de los niños y jóvenes es el ambiente y el estilo familiar en el que se hayan criado.
Por todo ello, entendemos que una importante tarea de las familias es la ayuda mutua para recuperar, o adquirir, la autoestima de reconocer el importantísimo e insustituible papel que tenemos en cuanto al desarrollo y a la felicidad de nuestros hijos.
También es importante considerar que, para asumir ese importante y gozoso derecho-deber, no hay que esperar a que se produzcan algunas circunstancias sociales, políticas o económicas que podríamos considerar más favorables. Aquí, hoy, ahora, son las mejores coordenadas para empuñar las riendas y empezar, o retomar, el protagonismo educativo que nos corresponde y que la sociedad necesita.