Durante la segunda semana del pasado marzo se hacía más que evidente que España estaba contagiada por un nuevo virus que campaba a sus anchas sin ser visto y que amenazaba con dejar un panorama desolador a su paso. Como médico, fueron varios días en los que del Hospital llegaba directamente a encerrarme en mi habitación por miedo a contagiar a mis padres y a mis hermanos con los con los que vivo en Madrid. Era el único que salía de casa y lo hacía para ir a un lugar con alto riesgo de contagio, por lo que decidí que era el momento de irme.
Estuve buscando habitación y pisos de alquiler sin mucho éxito. Hablé con un compañero del trabajo, también médico, que se encontraba en una situación muy parecida, para buscar juntos. Finalmente, fue una amiga que cumplía ese día el último de las dos semanas de aislamiento domiciliario preventivo, al ser la médica que había atendido sin la protección adecuada al primer paciente diagnosticado de Covid19 en nuestro Hospital, la que, al enterarse de nuestra situación, nos ofreció quedarnos en su casa, donde tenía dos habitaciones libres. Éramos tres médicos residentes y amigos a los que una pandemia había unido para no contagiar a nuestras familias. Pensamos que vivir esta situación juntos podría ser una ayuda para animarnos unos a otros en los momentos difíciles.
Los sanitarios nos encontramos con una situación nunca vista, una Urgencia desbordada a la que no dejaban de llegar pacientes con posibles síntomas de infección, sin equipos de protección, decenas de ingresos diarios que iban llenando plantas enteras de un Hospital en el que el número de pacientes diagnosticados se contaba por cientos. Fueron muchos los servicios médicos y de gestión que se vieron desbordados y que pidieron ayuda de compañeros de otras especialidades para poder hacer frente a esta situación. Personalmente, decidí que quería estar con los pacientes con coronavirus y ayudar donde más ayuda se necesitara, por lo que estuve en el servicio de Medicina Interna, al ser este el que más pacientes tenía a su cargo.
Lo que viví esas semanas fue algo único. Nos distribuimos en equipos formados por médicos de distintas especialidades y nunca, hasta ese momento, había visto un grado de compañerismo, dedicación y humanidad como el que viví allí. Sinceramente, mi mayor miedo era que, por el temor de contagio a ellos mismos y a sus familiares, el trato de los sanitarios con los pacientes Covid positivos no fuera el más empático o cercano posible, y que los pacientes no se encontraran acompañados en un momento de tanta necesidad como el que estaban viviendo.
El COVID reafirmó la vocación de los médicos
Sin embargo, ocurría justo lo contrario: a pesar de tratarse de una enfermedad seria y en gran medida desconocida, de ver diariamente sus nefastas consecuencias hasta en los más jóvenes, pude ver más que nunca un trato humano y cercano exquisito por parte del personal sanitario. Esta situación nos hizo conscientes de que los pacientes eran lo más importante. Reafirmó nuestra vocación y nos recordó que estábamos allí para ellos. Además, considero que hemos desarrollado una empatía especial con estos pacientes; probablemente porque sabíamos que nosotros mismos o nuestros familiares podríamos estar perfectamente en esa misma situación. La sonrisa era una de nuestras armas para hacerles sentir especiales, para que supieran que no estaban solos, y que en esta lucha estábamos juntos. A veces no era fácil, pero nunca faltaron pacientes que también sacaban lo mejor de nosotros, y nos mostraban una fortaleza admirable que nos empujaba a seguir adelante. Este era el caso de una de mis pacientes, una mujer de cincuenta años, con hijos, que estaba tumbada boca abajo porque esta postura le permitía una mayor ventilación pulmonar; de hecho, permaneció en esa postura cuando le hicimos el TAC. Tenía, como tantos pacientes, una neumonía bilateral severa. Cada vez que pasábamos visita nos animaba: “¡Ya falta un día menos!”. Fue una gran alegría cuando, tras el fin de semana, nos la encontramos con muy buen aspecto y sonriente sentada en el sillón. Y lo fue más todavía días después, cuando pudimos darle el alta que tanto deseaba para reunirse con su familia.
Otras muchas historias no han acabado tan bien, pero hemos intentado que el final de la vida de tantas personas fuera lo más humana posible a pesar de la soledad y el aislamiento que sufrían los pacientes enfermos por coronavirus. Recuerdo el día en el que, saliente de una guardia desayunando, una compañera nos enseñaba el mensaje conmovedor de un familiar que le hacía presente su eterno agradecimiento por haber hecho posible una última videollamada con su padre poco antes de fallecer. Yo también me he despedido de muchas personas para siempre en esta pandemia, y han sido muchos los momentos de oración tanto por ellos como por los pacientes que tenía a mi cargo con una situación complicada y por sus familiares. Tengo la esperanza de que gracias a la oración, también estas personas han estado especialmente acompañadas.
Soledad y aislamiento
Con mis compañeros de piso la relación fue un regalo. Pasábamos mucho tiempo juntos, siempre nos esperábamos para comer aunque saliéramos a distintas horas, y teníamos como regla que dedicaríamos pocos minutos durante la comida a hablar de los temas del Hospital. Necesitábamos desconectar un poco. Es cierto que muchas veces esta norma no escrita se incumplía porque, como es normal, ver tanto sufrimiento y vivir momentos tan complicados pasaban factura y teníamos que verbalizar lo que llevábamos dentro y apoyarnos mutuamente. Conseguimos mantener un ambiente relajado e hicimos muchos planes juntos: cine, deporte, cocina, juegos de mesa, series… Pero lo más importante es que continuamente surgía de forma espontánea un ambiente de servicio en el que hacíamos cosas por los demás, tanto a la hora de recoger la mesa como a la de cocinar, limpiar la casa, comprar… y eso hacía todo muy fácil. A las semanas de vivir juntos tuve síntomas leves; en el trabajo me hicieron la prueba y dio positiva. Por eso, durante los días, hasta que negativicé, estuvieron pendientes de mí en todo momento para lo que necesitara. La última noche, tras un mes viviendo juntos, propuse que cada uno de los tres diéramos nuestra experiencia de lo que había supuesto ese tiempo para nosotros, tanto a nivel de trabajo como de convivencia, y la verdad es que fue un momento muy bonito en el que nos abrimos y nos dimos la gracias por haber estado todo ese tiempo ahí. Todo esto forjó una relación especial que nos ha unido de una manera que nunca hubiéramos imaginado.
Esta es solo una más de las miles de experiencias que los sanitarios hemos vivido este tiempo de pandemia. Personalmente, este ha sido un tiempo difícil en el que tenía la sensación de que el virus iba siempre por delante. No me podía quitar de la cabeza tanto el número de víctimas como el dolor de sus familias y las secuelas de los supervivientes. Sin embargo, he visto también que esta situación de tanto sufrimiento y dolor puede sacar lo mejor de muchas personas y que, cuando ayudas, das la vida, y no vives para ti sino para los demás, como he tenido la suerte de experimentar durante este tiempo, es cuando más contento estás.