Se acerca ya el momento de dar un gran salto adelante en nuestra relación familiar y conyugal: las vacaciones de verano. Son, generalmente, el período de descanso más amplio para todos y, por tanto, aquel en el que vamos a proyectar los deseos y planes de ocio más planificados, anhelados durante todo un año. Pero descansar exige, paradójicamente, esfuerzo, ya que debemos poner empeño en mil detalles, hacer tareas preparatorias y trazar planes, más o menos precisos, para que nuestro descanso sea realmente placentero, venturoso y reparador.
Como salta a la vista, la vida en familia cambia en este período de un modo importante, porque la convivencia es mucho más intensa y prolongada, a lo largo de cada día. Por eso, van a aflorar, queramos o no, los problemas de convivencia no resueltos, que han estado larvados durante el período de actividad laboral, cuando los miembros de la familia apenas pasaban ratos sueltos juntos, y la convivencia era menos exigente. Por ello, las posibilidades de que salte la chispa que encienda el enfado y los malos modos son más altas.
Los beneficios de unas vacaciones bien planificadas son muchos. Bofarull, en su Ocio y tiempo libre: un reto para la familia, recuerda algunos de ellos: beneficios personales psicológicos y psicofisiológicos (mejor salud mental y mantenimiento de la misma, desarrollo y crecimiento personal, satisfacción y apreciación personal), beneficios sociales y culturales (vinculación social, cohesión y cooperación, beneficios para el desarrollo de los niños), beneficios para la propia familia (incremento de la unidad -cohesiva y adaptativa- y vinculación intrafamiliar, fuente de felicidad familiar), beneficios económicos (reducción de costos de salud, incremento de la productividad y menor absentismo laboral).
Todo lo dicho es aplicable, y con más intensidad, a la relación conyugal. Si ya de por sí la convivencia matrimonial es todo un arte, puede convertirse en encaje de bolillos, en camino lleno de trampas durante las vacaciones. Pero, para un matrimonio bien construido, se convierte en una gran oportunidad de mejorar la calidad de la relación. La desaparición del estrés laboral, o su importante disminución, el cambio de residencia temporal, con el placer de un viaje deseado, podrá incentivar nuestro deseo del otro. Volveremos a darnos cuenta del placer de pasar tiempo juntos, de aburrirnos juntos, de preguntarnos uno a otro, con una sonrisa en los labios… ¿Y esta tarde qué hacemos?, de mirarnos, de reír, de tocarnos. Volveremos a reencontrar los motivos que nos llevaron a enamorarnos. Y nuestra relación matrimonial volverá fortalecida y tonificada de las vacaciones de verano. Cuenta Curzio Malaparte en La Peste que su perro Febo, criado entre soldados “miraba a la señora Croce con una intensidad casi dolorosa. Aquella era la primera vez que veía el rostro de la bondad humana, de la piedad y de la cortesía femeninas.” Las vacaciones nos permitirán descubrir, de nuevo, el verdadero rostro del amor a nuestro cónyuge.
Joaquín Polo
Máster en Familia