Simplemente mujeres…sin adjetivos, de toda raza y condición, que vivimos en el siglo XXI y que peleamos cada día por ser quienes somos, con nuestras circunstancias. Mujeres con ilusiones e ideales, con ganas de aportar nuestro granito de arena allí donde estamos. Que miramos al futuro y queremos mejorar nuestro presente. Mujeres responsables y libres, con nuestras virtudes y nuestros defectos, pero que sabemos quienes somos y hasta donde queremos llegar. Mujeres que, destacan unas y otras son anónimas, pero ahí estamos aportando lo que somos y tenemos para hacer de este mundo un lugar mejor. Mujeres que demuestran la igualdad de condición y de obrar que tienen por su calidad de ser humano, ni más ni menos. Mujeres que vemos la colaboración activa entre el hombre y la mujer, precisamente en el reconocimiento de la diferencia misma que nos enriquece a todos.
En los últimos años han surgido nuevas tendencias para afrontar la cuestión femenina. Una de ellas subraya la condición de subordinación de la mujer a fin de suscitar una actitud de contestación: la mujer, para ser ella misma, se constituye en antagonista del hombre. A los abusos de poder responde con una estrategia de búsqueda del poder. Este proceso lleva a una rivalidad entre los sexos, en el que la identidad y el papel de uno son asumidos en desventaja del otro, teniendo como consecuencia la introducción en la antropología de perjuicios confusos, que tiene su implicación más inmediata y nefasta en la estructura de la familia.
Otra tendencia emerge como consecuencia de la anterior: para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tienden a cancelar las diferencias, considerándolas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. La diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria. Al obscurecerse la diferencia, o dualidad, de los sexos se producen consecuencias diversas. La antropología que pretendía favorecer perspectivas igualitarias para la mujer, liberándola de todo determinismo biológico, ha inspirado de hecho ideologías que promueven el cuestionamiento de la familia a causa de su composición natural de padre y madre, la exaltación de la homosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa.
Ambos sexos se complementan, no compiten
Aunque la raíz inmediata de dicha tendencia se coloca en el contexto de la cuestión femenina, su más profunda motivación debemos buscarla en la tentativa de la persona humana de liberarse de sus condicionamientos biológicos. Según esta perspectiva antropológica, la naturaleza humana no lleva en sí misma características que se impondrían de manera absoluta, de manera que toda persona podría o debería configurarse según sus propios deseos, puesto que sería libre de toda predeterminación vinculada a su constitución esencial. Este enfoque nos lleva a la confusión que existe actualmente y a un cambio radical de la vivencia como seres humanos.
¿Dónde queda el papel de la mujer? Como cualquier ser humano es capaz de pensar y discernir: hacer el bien, ayudar a otros y ser un gran aporte para la sociedad, compartiendo los roles con el hombre. Cada uno de los sexos tiene algo particular que aportar en la vida social, ya que en la vida se complementan, no compiten. Olvidar esto es lo que nos frena a valorar a tantas mujeres de hoy. Lo que no puede ser compartido con el hombre es el ser madre, ya que las mujeres asumen esta hermosa responsabilidad. La conexión entre ellas con el hijo es algo extraordinario y mucho más fuerte de lo que puede llegar a ser la relación paterno filial. En este sentido, el papel principal de la mujer es esencial, primordial y vital para la sociedad actual.
Además de la maternidad como punto distintivo, hay que reconocer las cualidades enormes que tienen las mujeres como son su capacidad de enfrentar y solucionar los problemas. Las mujeres han conseguido muchas libertades a precio de una libertad, la libertad de poder hacer todo teniendo familias y teniendo en familia los hijos que ellas mismas quieran. Las mujeres quieren tener el derecho de estar presente en todos los campos y también en los de la familia. Pero para esto hace falta ir más allá de la igualdad de oportunidades y desarrollar más el pensamiento de la diferencia. Ser diferentes no quiere decir ser más o menos, mejor o peor. Quiere decir reconocer la necesidad de complementariedad, la necesidad de integrar lo que somos -cada uno con su especificidad- pero poniendo siempre de manifiesto la complejidad de la vocación femenina. No sirve que las mujeres hagan todas las cosas como los hombres; necesitamos que las hagan como mujeres: un servicio más calificado, más profundo, más humano, también dirigido a los hombres.
Hacer las cosas como mujeres, no como hombres
Históricamente la mujer ha estado excluida de la vida pública y, a pesar de que durante las últimas décadas su incorporación se ha promovido desde muchos frentes y de que se han creado mecanismos para acelerarla, esta incorporación aún es insuficiente. Es difícil subrayar tanto como merece la importancia que tiene la incorporación de la mujer a todas las esferas sociales para avanzar hacia una sociedad donde las relaciones humanas estén caracterizadas por la cooperación, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
La esfera de la gobernanza es quizá uno de los ámbitos más importantes donde este fenómeno habría de darse para lograr un progreso significativo. En la política y la economía, por ejemplo, el domino masculino ha hecho que la competición, la fuerza, el individualismo, la agresividad del carácter e incluso la insensibilidad caractericen el desempeño de funciones políticas y económicas. Ya sea por diferencias biológicas o por un larguísimo proceso de socialización desde los primeros grupos humanos hasta nuestros días, parece que las mujeres han desarrollado más la empatía, la capacidad de llegar a consensos, de trabajar en equipo y de utilizar el poder de maneras cooperativas. También han logrado desarrollar otras formas de racionalidad y de inteligencia que van más allá de la simple búsqueda instrumental de beneficios y de minimización de pérdidas, teniendo en cuenta otros aspectos más sutiles pero fundamentales y percatándose de otras sensibilidades, aspectos sumamente necesarios para lograr el bien común. La mujer tiene un papel singular en el establecimiento de la paz, tanto por sus capacidades de llegar a consensos, de cooperar, de trabajar en equipo, de mirar la realidad, como por la mayor sensibilidad que ha podido suscitar el hecho de ser madre.
Inés Llorente
Máster en Familia