En la Fundación Aprender a Mirar, a lo largo de todo el año y en toda España, hacemos cientos de Encuestas a las alumnas y alumnos de los Centros educativos donde impartimos sesiones sobre el aprovechamiento del tiempo de ocio, sobre los contenidos de las series de TV y el cine, y sobre los beneficios y los riesgos de las nuevas pantallas móviles, que casi todos ya tienen en sus manos.
Siempre les preguntamos, en encuestas anónimas, sobre sus objetivos en la vida, sobre lo que quieren ser de mayores. Las respuestas con mayor éxito son las que se refieren a su futuro trabajo, a hacer cosas por los demás, a ganar dinero… Entre los adolescentes lo que más quieren es “caerle bien a todo el mundo”. Pero nuestra sorpresa ha sido grande cuando hemos visto que una elección también muy frecuente, más del 55% de los encuestados, es la que titula este artículo: “Quiero ser una madre simpática y muy preparada” “Quiero ser un padre simpático y muy preparado”. Nuestros jóvenes quieren ser madres y padres simpáticos y muy preparados. Es esperanzador.
Seguramente, si has decidido leer un artículo en este Foro, es que tú también quieres ser o llegar a ser un/a padre o madre preparado/a. Cuando yo pensaba en “estar preparado” para ser padre, recuerdo que tendía a pensar en las preguntas difíciles que me iban a hacer mis hijos cuando crecieran, e intentaba pensar qué respuestas les daría. Hasta asistí a algunos Cursos de Formación para que me fueran “enseñando” a ser padre y a ir preparando mis mejores respuestas…
- Papá: ¿Tú sacabas buenas notas?
- Papá: ¿Para qué sirve el páncreas?
- Papá: ¿Tú rezas tanto como el abuelo y la abuela?
- Papá: ¿Vamos a tener más hermanitos?
- Papá: ¿Cómo se sabe cuándo uno está enamorado?
- Papá: ¿Tú hiciste el amor con mamá antes de casarte?
- Papá: ¿Me vas a pagar el carnet de conducir?
En fin. Tantas y tantas preguntas… Sé que, a la mayoría de ellas, supe responder. Las hubo más difíciles, más atrevidas, más divertidas, de todos los colores y con diferentes tonos, porque mis tres hijos eran muy distintos. Recuerdo haber pasado algunos momentos de cierta indecisión, dudas sobre la corrección de mis respuestas, pero nada grave o vergonzante, hasta que llegó el día fatídico: mi hija mayor llevaba unos meses en Australia y su madre, mi esposa, estaba tristona, a pesar de que cada semana nos llegaban sus correos electrónicos. Un día, cuando mi mujer le pidió que nos escribiera con más frecuencia, nuestra hija nos dijo:
- Uff, es que no tengo mucho tiempo… Si queréis, alguna noche podemos hablar por Skype… ¡Enteraros cómo funciona!
La madre me miró, con un punto de ansiedad, y me dijo:
- ¿Tú sabes cómo funciona Skype?
¡Ah, qué momento! Durante años había temido que llegara un momento así. Día tras día, parecía que había conseguido ir salvando las preguntas más difíciles, las trampas, los aprietos, las cuestiones más complicadas…
Pero, hasta aquí habíamos llegado. ¿Cómo le reconocía a mi mujer que no tenía ni idea de cómo funcionaba Skype? ¿Cómo reconocer, así, de pronto, que no era un padre preparado? ¿Y, además, sabiendo que mi inutilidad iba a ser la causa del mantenimiento delmalestar y la añoranza de mi mujer? Uff… ¡Peligrosísimo! ¡Eso sí que no!
Tardé unos días. Al parecer el ordenador de nuestro hijo de 17 años tenía Internet, pero él no sabía usar Skype ni sabía dónde preguntar, porque él era “autodidacta”. Tuve que acudir al informático de la empresa. A los cinco días, tras un buen rato dándome de bofetadas con el ordenador y gracias a la ayuda de mis hijos, pues también la pequeña se unió a la aventura, de pronto, como si fuera magia, la preciosa imagen de nuestra hija, la australiana, apareció en pantalla.
- Hola. ¿Me oís? Yo os veo bien ¿Y vosotros a mí?
Mi hija, la pequeña, pegó un grito. Mi esposa se había tapado la boca, intentando no exagerar su emoción. Acababa de cambiar nuestra vida. Así.
- ¡Ey! ¡Loca! – dijo mi hijo – te vemos dabuti. Guay, tía…
Pasados unos días, mi hija pequeña se me acercó y me dijo que si podía ayudarle a sacar unos billetes de tren por Internet… Evidentemente, yo ya había descubierto que si quería seguir siendo un padre simpático y preparado, tenía que saber usar Internet y todo lo que viniera. Pronto llegaron las tablets, Youtube y Google, los WhatsApp’s, los smartphones, y los Netflix… Y creo que, juntos, mi mujer, mis tres hijos y yo, entre discusiones e investigaciones conjuntas o separadas, hemos superado el miedo a los videojuegos, la adicción a las series de TV, el poder de enganche de los móviles, y las inseguridades de Internet. Al menos, por el momento. Mis dos hijos mayores ya están casados y yo diría que son simpáticos y están bien preparados… bueno, por el momento.
Hoy puedo confirmar, con cierta seguridad, que la tecnología nos ha unido más de lo que nos ha separado. Que las pantallas nos han hecho pasar buenos ratos y nos han dado servicios inimaginables. Porque, en mi opinión, se puede aprender a convivir con las pantallas, se puede hablar de cine y de las series de televisión con los hijos, y se puede conseguir que no sean unos “empantallados”, como si se tratara de una moderna e irrefrenable maldición. Se puede evitar la adicción a los videojuegos, se puede saber con antelación si una serie es adecuada o inadecuada, se pueden tomar medidas para que nadie suplante tu identidad, se puede conseguir que tus hijas cuiden su intimidad en las redes sociales, se puede saber cómo conseguir que el cerebro descanse, se puede conseguir que las pantallas móviles no sean la principal causa de nuestro estrés diario. Y se pueden encontrar soluciones al acoso con la ayuda de herramientas tecnológicas. Porque el Creador del mundo parece que lo creó para que él hombre viva en él, superando riesgos y dificultades, y disfrutando de los beneficios. Parece que el Creador también es un padre simpático y preparado.
Domingo Malmierca
Director Adjunto Fundación Aprender a Mirar