Toda época de cambios, aunque sean éstos para empeorar, genera nuevas oportunidades de hacer el bien. Eso sucede hoy en España: las perspectivas preocupantes que genera la actual composición del Congreso de los Diputados con las dificultades consiguientes para formar un Gobierno sensato o, incluso, el riesgo de un Gobierno radicalmente insensato, son también oportunidades para que la buena gente de este país haga cosas necesarias que hasta ahora ha dejado más o menos en manos de los políticos.
Empecemos por la formación del Gobierno. Con los esquemas clásicos del bipartidismo no es posible formar un Gobierno razonable y estable; por ello habría que abrirse a nuevos esquemas. En concreto, dada la aritmética parlamentaria, solo veo una salida razonable: un Gobierno presidido por Ciudadanos con el apoyo y la participación de PP y PSOE. Con esta fórmula se resolvería el sudoku actual marcado por la imposibilidad ideológica y vital de que el PSOE facilite un Gobierno del PP y lo contrario. Es la única salida que cabe para evitar la entrega del Gobierno a populistas de raíz leninista y a separatistas. Sería un Gobierno fuerte que gozaría de una amplísima mayoría parlamentaria y con vocación regeneracionista, pues sería presidido e impulsado por alguien nuevo; y a la vez no sería un Gobierno rupturista y aventurero pues se basaría en partidos con amplia experiencia de gobierno y homologables con los que gobiernan en la UE.
Un Gobierno de estas características daría, por otra parte, tiempo a los dos viejos partidos nacionales, PP y PSOE, para afrontar su inevitable e imprescindible regeneración interna y renovación de liderazgos sin el lastre de estar atados a la presidencia del Gobierno. Además, con un Gobierno así habría fuerza e ideas claras para parar el golpe de Estado secesionista, se podría hacer una política económica acorde con Europa pero con mayor responsabilidad y sensibilidad social de la que se hizo en el reciente pasado y se podría demostrar que se pueden hacer los cambios que la sociedad reclama con toda razón para rejuvenecer un régimen político que da síntomas de asfixia, sin necesidad de lanzarse a aventuras revolucionarias y empobrecedoras.
Pero las actuales circunstancias no solo suponen un reto para los políticos; nos lo plantean a todos, especialmente a quienes no compartimos el laicismo de género que casi monopoliza a la clase política actual, bien por adhesión bien por rendición intelectual ante la carencia de convicciones propias. Es la hora de la sociedad civil; no todo es política; es más, lo más importante está más allá de la política.
Más allá de las circunstancias políticas de este o aquel país, más allá de gobiernos y mayorías parlamentarias circunstanciales, estamos viviendo uno de esos momentos históricos de crisis profunda de toda una civilización que se desmorona por haber abandonado sus raíces. La construcción del futuro se realizará allí donde los hombres formamos nuestras convicciones profundas y adquirimos nuestras seguridades básicas: en la familia, en las comunidades donde nos integramos por compartir una misma visión de la vida, donde los corazones se encuentran sin prejuicios y las experiencias se comparten fuera de la dinámica de la confrontación, donde se produce el roce existencial entre quienes se quieren y se preocupan unos de otros.
Ahora que ya sabemos que los partidos políticos con capacidad de decidir no van a defender ni la vida ni el matrimonio verdadero, ni la familia ni la libertad de educación y la religiosa, ni una solidaridad real con los más menesterosos, sino más bien todo lo contrario; no nos queda otro remedio que asumir la responsabilidad de defender estas cosas a nosotros, a las gentes normales que carecemos de todo poder político institucional. Esta es la faceta positiva de la situación actual en España: o lo hacemos nosotros, los “sin poder”, o no se hará. Ya no cabe la coartada para la comodidad personal de pensar que si gana este partido o gobierna este tipo majete, se harán cosas buenas. Eso no sucederá y por tanto ya la única opción es que esas cosas buenas las hagamos tú y yo.
Es la hora de la responsabilidad: a cada uno nos toca defender y hacer presentes nuestras convicciones más íntimas en la vida social y en nuestro entorno para así recrear una sociedad humanista generando una urdimbre de redes de compromiso con la dignidad humana que sirvan de ejemplo atractivo e imitable para otros por ósmosis. La defensa de la familia empieza por tu cuidado de la tuya y tu preocupación por las familias de los que te rodean; la defensa de la vida empieza por tu ejemplo de no tener miedo a dar vida y por tu preocupación por todas las embarazadas de tu entorno en circunstancias problemáticas para evitar que sientan la tentación del aborto como única salida a sus problemas; la defensa de la libertad de educación empieza por tu perseverante implicación en la educación de tus hijos y en la promoción y participación en los centros escolares; la defensa de la justicia empieza por tu compromiso personal con los menesterosos de tu entorno y tu apoyo a las ONG que hacen realidad la misericordia en tu ambiente; la defensa de la libertad religiosa empieza porque tú te tomes en serio tu fe y sus implicaciones; la lucha contra la eutanasia que viene empieza por tu preocupación por los que sufren en tu entorno para que se sientan queridos y que su vida doliente tiene sentido; la superación de la amenaza para las libertades que supone la ideología de género comienza por que tú y yo vivamos una sexualidad responsable y mostremos con nuestras vidas que así se puede ser muy feliz, etc.
He escrito una vez y otra los pronombres “tú” y “yo”, porque es la hora de la responsabilidad personal. Porque es la hora de que tú y yo hagamos eso que siempre hemos pedido y deseado que hagan los políticos. Esa petición y confianza en los políticos ya no puede seguir sirviéndonos de coartada para no asumir nosotros en directo y en primera persona la responsabilidad de construir la sociedad que anhelamos.
Artículo de Benigno Blanco en Páginas Digital.