Monstruos S.A
Vicente Morro López
Secretario de Concapa-Valencia / Foro de la Familia en Valencia
No voy a hablar en este artículo de la estupenda y entrañable película de animación dirigida por Peter Docter, realizada por el tándem Disney-Pixar y distribuida por Buena Vista Internacional. En ella dos “monstruos”, Sully y Mike, acaban arriesgando su brillante carrera e incluso su vida por salvar a Boo, una niña humana.
Lamentablemente, voy a hablar de otra clase de monstruos y de sus “monstruosas” acciones: monstruosidades que han sumido a nuestra sociedad en un horrendo abismo de inhumanidad. Voy a referirme a la cuestión del aborto, la contracepción y la imposición violenta de políticas de control de la natalidad y reducción de la población, dirigidas, justificadas y financiadas todas ellas, con cifras multimillonarias, por empresas, fundaciones, asociaciones y agencias internacionales.
Estas cuestiones las podemos abordar desde una doble perspectiva, personal y social. Que se está consolidando, desgraciadamente, la aceptación social del aborto es algo que ya constató hace años Julián Marías. Que el aborto se ha convertido de hecho, a pesar de su profunda inhumanidad, en un comportamiento social y un método anticonceptivo más –erróneamente pues sólo hay aborto cuando ya existe concepción-, es algo fuera de toda duda. Que muchos justifican el supuesto “derecho” de la madre a decidir sobre la vida de su hijo sólo porque aún está en su seno, es algo cotidiano y obvio. Que muchas madres creen que abortar es la mejor forma de “solucionar” un problema que se les ha presentado inesperadamente –sin pensar en las consecuencias y problemas futuros- es indudable. Que a esa errónea y trágica conclusión llegan la mayoría de las veces por sentirse abandonadas, por miedo o presiones, por falta de información sobre las ayudas que pueden permitirles llevar su embarazo a término, es algo evidente que conocen muy bien las personas y asociaciones que trabajan todos los días para ayudar a las madres que se encuentran frente a esos problemas y les salvan de caer en situaciones más graves aún.
Todo lo dicho es ya inhumano y horrible, pero lo que es verdaderamente monstruoso es que, además, mientras se le niegan al embrión o feto todos sus derechos, y algunos hasta su misma humanidad, se pretenda difundir que se les debe reconocer un, único, “nuevo” derecho -¿les suena la terminología?-, a saber: el derecho a no nacer, el derecho a ser abortado. ¿Cabe mayor injusticia e inhumanidad que considerar que hay vidas que no merecen nacer? ¿Tiene alguien derecho a decidir qué vidas son dignas de ser vividas y cuáles no? ¿No es terriblemente inmoral disfrazar estas posturas con un supuesto sentimiento de “compasión” hacia el nasciturus discapacitado o enfermo? ¡Qué enorme retroceso social para una sociedad que dice estar concienciada con los derechos de las personas que tienen una discapacidad!
A finales del año pasado se desarrolló en Gran Bretaña una agria polémica en relación con el supuesto “derecho” a no nacer o a ser abortado, coincidiendo en el tiempo con la publicación en Bélgica de una sentencia que reconocía que las mujeres –las madres, obviamente- deberían poder evitar dar a luz a niños gravemente discapacitados, “teniendo en cuenta no sólo los intereses de la madre, sino también los del niño no nacido mismo”. La escritora Virginia Ironside llegó a decir que abortar a un bebe no querido o discapacitado era “el acto de una madre amorosa”. En el Sunday Times del 10 de octubre, Ironside sostenía que las muertes “misericordiosas” de gente anciana y enferma ocurren y que los jueces se suelen mostrar clementes con ellas, añadiendo que extender esa práctica a los no nacidos o a los recién nacidos es simplemente lo que haría una “buena madre”. Así de brutal, así de inhumano, así de monstruoso. Y lo más triste es que no estaba sola.
En el plano social o colectivo también asistimos a graves monstruosidades. El aborto selectivo de niñas en países asiáticos, singularmente India y China, es uno de los ejemplos más aterradores. El sangriento y suculento negocio del aborto y la contracepción, siempre unidos y retroalimentándose, del que tuvimos hace poco en Sevilla una muestra infame, es otro ejemplo. Como también lo es la imposición de políticas antinatalistas a los países más pobres por parte de agencias de la ONU y otros organismos y fundaciones internacionales, con el corolario de que los pobres no tienen derecho a decidir por sí mismos: los ricos, disfrazados de filántropos, sabemos lo que les conviene y lo imponemos, por si no se han dado cuenta y para que no nos quiten parte de nuestro pastel. Y, además, les engañamos porque calificamos estas políticas como “objetivos de desarrollo” y “lucha contra la pobreza”.
¿No es monstruoso que en muchos países se aborte a millones de seres humanos por el mero hecho de ser mujeres? ¿No es terrible que el multimillonario Ted Turner desee extender obligatoriamente a todo el mundo la “política del hijo único” de los comunistas chinos? ¿No es dramático que algunos de los mayores millonarios del mundo, unidos a los poderosos de la tierra, dediquen cantidades ingentes de dinero a imponer el aborto y el control de la natalidad a través de fundaciones como la Rockefeller, la Ford, la Federación Internacional de Planificación Familiar y otras, en lugar de destinar esos fondos al verdadero desarrollo humano, social, cultural y económico de los países más pobres para que puedan ser dueños de su destino y no se impongamos nosotros?