Malos tiempos para la libertad, aciagos para la vida

por | Ene 21, 2022 | Artículos, Demografía, Destacadas, Educación, Noticias

Vivimos malos tiempos. Tiempos recios, de tribulación, que dirían dos de nuestros más grandes santos. Tiempos difíciles y duros; no haría falta extenderse en explicaciones o justificaciones para confirmar esto. Una mirada a nuestro alrededor nos lo confirmaría: la pandemia de la Covid-19 lo ha trastocado todo, generando decenas y decenas de miles de muertos (muchísimos más de los que oficialmente se reconocen) y arrastrando nuestra economía hasta el borde del precipicio, y con un gobierno dispuesto a dar un paso al frente si piensa que le va a reportar algún beneficio particular. La peor coyuntura política, en una grave encrucijada social. Tiempos difíciles también para la verdad, porque la posverdad -nuevo nombre de la mentira- campa a sus anchas hoy en día en casi todos los ámbitos de la vida, especialmente en el político. Mentiras para justificar los errores, para tapar maniobras, para distraer y calmar al pueblo. Mentiras y manipulación de las palabras para satisfacer, y proteger, al amo de turno. 

 

Lewis Carroll, en su obra Alicia a través del espejo, nos muestra este esclarecedor diálogo: «Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty en un tono bastante despectivo- significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. La cuestión es -dijo Alicia- si puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión es -dijo Humpty Dumpty- quién es el amo. Eso es todo.» El amo, el poderoso, el que manda fija las reglas, las mantiene, obliga a su cumplimiento a la masa y, cuando le interesa, se considera exonerado del deber de cumplirlas, pues él -recordando a Orwell- es menos igual que otros. 

 

Y si la verdad sufre, sufre la libertad. La libertad no puede construirse sobre la mentira. Por eso, para los totalitarios la mentira es un arma revolucionaria. La libertad es recortada en nuestra sociedad, con impunidad, porque la verdad es maltratada. Asistimos a múltiples muestras del recorte y limitación de la libertad, de las libertades de pensamiento, expresión, reunión, educación, conciencia, religión, Presidentes que no responden preguntas, que castigan la disidencia, que excluyen al crítico, que censuran las opiniones que no les gustan, que impiden la expresión de críticas. Políticos de pensamiento único que imponen sus ideas como ortodoxia irrefutable, no porque lo sea sino porque no se tolera la refutación. Ideología dominante impuesta a golpe de adoctrinamiento, chantaje o sumisión forzada. 

 

Si vivimos malos tiempos para la libertad, para la defensa de la vida y para la protección de su dignidad y valor son tiempos aciagos. La mentira ha contribuido a la banalización del valor de cada vida, de toda vida. Nos han engañado, y nos hemos dejado engañar porque el camino que se nos mostraba era más fácil, menos exigente. Esclavos felices, que teníamos la posibilidad -o eso pensábamos- de elegir nuestra porción de “felicidad”, nuestra ración de ‘soma’ diaria (vid. Huxley) para vivir felices en un mundo feliz. 

 

Dos graves noticias han coincidido, con pocas horas de diferencia, para hacernos ver la cruda y terrible realidad. Empecemos por lo que tenemos más cerca, en la parada del autobús incluso. Ahora resulta que no se nos puede invitar a abrir los ojos, porque los amos, los censores, los inquisidores, no quieren que podamos conocer la verdad. Y si hay que mentir, mienten. Si hay que manipular, manipulan. Alguien ha osado alzar la voz para decir la verdad, y rápidamente han aparecido voluntarios expertos en extender mantos de silencio, en acallar conciencias, en limitar derechos. Alguien nos estaba recordando que todos los días se cancelan, se eliminan, se descartan cientos y cientos de vidas humanas en España, y han venido los del Granma y el Pravda -¡qué ironía!- locales para decirnos lo que podemos ver o no, lo que podemos pensar o no. El amo ha decidido lo que es acoso y lo que no, lo que es odio y lo que no, lo que es progreso y lo que no, y nos exige sumisión. En este caso, las políticas sectarias del Ayuntamiento de Valencia han censurado opiniones de la sociedad civil que no se ajustaban a sus dogmas ideológicos, que se salían del redil, del confortable remanso del pensamiento políticamente correcto. El Consistorio valenciano ha retirado de las marquesinas de la Empresa Municipal de Transportes los carteles de una campaña de la Asociación Católica de Propagandistas, entidad cívica, porque abrían los ojos a los ciudadanos sobre la reforma ideológica ad hoc del Código Penal que pretende recortar las libertades de expresión y reunión de aquellos que se ubican pacíficamente frente a centros abortistas para rezar y ofrecer ayuda a las madres que lo deseen sin acoso ni imposiciones, y contra la próxima modificación de la actual Ley del Aborto, pendiente de sentencia del Tribunal Constitucional desde hace ya más de 11 años. 

 

Por lo visto, para los censores municipales de Compromís y PSPV los ciudadanos con opiniones diferentes a las de la corrección política dominante no tienen derecho a expresarlas. Y, para justificarse, dicen que incitan al acoso contra la mujer, aunque sea exactamente lo contrario lo que se pretende: informar y ayudar a las mujeres que lo necesiten y que lo acepten. ¿Por qué tanto miedo a que se informe y ayude a la mujer? ¿Por qué tanto miedo a la libertad? Poner voz a los más inocentes e indefensos, recordar a la ciudadanía que en España se practican más de 99.000 abortos cada año, y señalar que «el delito de los que rezan frente a los abortorios es querer salvar alguna de estas vidas», es intolerable para el intolerante equipo de gobierno del Ayuntamiento de Valencia. Se les ha ido la mano a los Torquemadas valencianos, que incumplen su deber de neutralidad ideológica cada vez que promocionan o imponen visiones ideológicas particulares al conjunto de los ciudadanos. 

 

La segunda noticia grave es que el presidente francés Macron ha lanzado la idea de incluir el falso “derecho” al aborto nada menos que en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Hasta ahora en ningún ordenamiento jurídico del mundo se ha reconocido de iure el aborto como un derecho -que no existe-, aunque de facto y en fraude de ley se actúe en muchos lugares como si lo fuera. ¿Puede ser un “derecho fundamental” acabar con la vida de otro ser humano? Las ciencias nos enseñan que el hijo albergado en el seno materno ni es un montón de células ni es parte del cuerpo de la madre -ergo cuando aborta ésta no decide sobre su cuerpo sino sobre la vida de su hijo-. Hasta nuestro timorato y remolón Tribunal Constitucional llegó a reconocer, en 1985, que «la gestación ha generado un tertium existencialmente distinto de la madre, aunque alojado en el seno de esta.» Parece que al amo Macron no le preocupan estas minucias de la ciencia, la antropología y la razón. Él decide lo que es y lo que no. Él ordena y manda. Si Europa decide dejar de ser un baluarte de humanidad frente a la barbarie de otras civilizaciones, costumbres y territorios, traicionando su historia milenaria y los orígenes del actual proyecto político que la encarna, desaparecerán nuestro futuro, nuestras libertades y derechos, nuestra seguridad. Recordemos el principio “quien puede lo más, puede lo menos”. ¿Hay algo que sea “más” que arrebatar la vida a un inocente? Después de esa monstruosidad, cualquier cosa es posible, porque ya no hay límites. 

 

Parece que Macron quiere que el hombre vuelva a ser lobo para el hombre. «Homo homini lupus» es una locución latina. Significa «el hombre es un lobo para el hombre». Fue popularizada por Thomas Hobbes, filósofo inglés del s. XVII. La cita original es del comediógrafo Tito Macio Plauto (254 a.C.- 84 a.C.) en su obra Asinaria. El texto exacto dice “lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro.” Esta es, precisamente, la clave: saber quién es el otro (que no es un qué, un algo). Tanto Macron como los munícipes valencianos quieren que volvamos a ser lobos, que no sepamos ni veamos quién es el otro. Ciertamente, tiempos aciagos para la vida humana. 

 

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