En materia educativa, es evidente la corriente que pretende que sea el Estado, y no los padres, el primer responsable de la educación de los menores. Existe esa corriente que señala a la familia como culpable de la transmisión de una cultura supuestamente anticuada y desacorde con los nuevos valores que ‘superan’ los fallos de generaciones anteriores. Esa es la razón que motiva a quienes defienden que sea el gobierno de turno quien enseñe a los niños lo que está bien y lo que está mal, lo cual no tiene por qué coincidir con lo que le digan sus padres. A la reforma que plantea la ministra Celáa me remito.
Esa misma corriente de presentar a los padres y familias, de forma generalizada, como agentes potencialmente peligrosos para los propios hijos, también la podemos observar en varios puntos del borrador para un nuevo proyecto de ley contra la violencia hacia la infancia (violencia que denunciamos rotundamente por atentar contra la dignidad del menor). Vaya por delante que en dicho borrador hay medidas muy buenas, pero generaliza una visión que criminaliza a padres y familias, que siembra sospecha hacia ellos.
Hay muchos más aspectos donde esta tendencia se va reflejando de forma silenciosa, como de puntillas. El último ejemplo lo tenemos en la Cumbre del Tercer Sector organizada por el Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. El titular fue que “un 28,3% de los menores en España está en riesgo de pobreza”, y el concepto que se maneja, hasta en el propio nombre del Alto Comisionado, es el de “pobreza infantil”. La realidad que se está reflejando aquí es otra distinta, pero no casa con la corriente de presentar a los hijos como personas aisladas de sus padres y familias. La realidad que refleja es que hay un 28,3% de padres en España en riesgo de pobreza. Son los padres quienes tienen dificultades para llegar a fin de mes, quienes viven en condiciones absolutamente mejorables. Y sus familias, hijos menores incluidos, son las principales afectadas de esa situación.
Pobreza familiar, no pobreza infantil
No es un detalle baladí, puesto que de la forma en que se presente el problema dependerán las soluciones que se propongan. Si se presenta como un problema de pobreza infantil, quizá pueda proponerse la separación de esos niños de sus familias, dado que en sus familias no se dan las condiciones adecuadas para su desarrollo. Pero si se presenta como realmente es, es decir, como pobreza familiar, será lógico proponer medidas que fortalezcan la institución familiar, que ayuden a salir adelante a familias con necesidades, que apuesten por la natalidad, por la maternidad, por salarios dignos, por más conciliación, por reconocer con medios reales la importancia de la función social que desempeña la familia.
En el primer caso, el de las soluciones propuestas para la mal llamada pobreza infantil, tendremos niños separados de sus familias y padres que seguirán en las mismas pésimas condiciones, agravadas ahora por el arrebatamiento de sus hijos. En el segundo caso, el de las soluciones para la bien llamada pobreza familiar, tendremos familias más fuertes y unidas, niños mejor atendidos y padres en mejores condiciones. Como ven, no es simplemente un detalle terminológico. Bien lo saben quienes impulsan esta corriente de la que estamos hablando.
Los padres no somos el enemigo. Que quede bien claro desde ya. Recordaremos una y otra vez que no estamos, ni estaremos jamás, dispuestos a que nos recuerden nuestras obligaciones mientras se quieren adueñar de nuestros derechos.
Poderes públicos, gobiernos, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, comunidad educativa, sociedad civil en general, os volvemos a decir: abandonad las ideologías y trabajad por el fortalecimiento, promoción, reconocimiento y defensa de la institución más valorada por toda la sociedad española, o lo que es lo mismo, de la familia.