Artículo de Féliz Loizaga en ABC.
Un padre y una madre (y cualquier persona que ejerce tareas de educación) debe emplear como método educativo el buen trato. Se trata de un estilo positivo de acercarse a los otros basado en el respeto y el cuidado afectivo/emocional. Es como una suave y continúa lluvia (en el País Vasco lo llaman xirimiri) que ayuda a crecer, a desarrollarse y finalmente florecer, producir buenos frutos… Cada adulto tiene un modelo de referencia que ha sido con el que le han educado. Ese modelo empleado por sus familias no tiene por qué ser el definitivo, pero no cabe la menor duda que aquello que hicieron con nosotros es un referente (para bien o para mal) en la educación de nuestros hijos.
Los estilos de educar para ser positivos y adecuados (que es lo esperado por cualquier menor a lo largo de su infancia) deben cumplir una serie de requisitos. Entre ellos está la permanencia en el tiempo de la figura que educa (un padre o madre debe ser lo más permanente en la vida de un menor). Además los comportamientos de quienes educan deben ser predecibles (es decir, el niño intuye precisamente por la permanencia a lo largo de años de sus cuidadores, cómo se comportará su mamá si por ejemplo no quiere comer, si le pide a su papá que le lleve a dormir o si solicita jugar un rato con ambos). Educar es por tanto una tarea compleja, que requiere madurez de quién lo hace y que durará muchos años. No vale hoy sí y mañana no. Los cambios bruscos de familias no ayudan a comprenderse a uno mismo. Los mamíferos sociales y por supuesto los humanos -en todas las culturas– reciben de sus familias fuertes dosis de tiempo donde se producen cuidados y buenos tratos (en algunos casos desgraciadamente malos). El objetivo final es favorecer la sensación de bienestar y ayudar a encontrar la felicidad a ese hijo, a esa persona. Objetivos a los que todos tenemos derecho, incluidos los niños.
El buen trato no es nada más y nada menos que cuidar adecuadamente a otra persona para que desarrolle plenamente su salud. En este caso se trataría de cuidar a una persona menor (indefensa, inmadura, sin posibilidades de cuidarse a sí misma y necesitada al menos de cuidados básicos físicos y emocionales). El desarrollo debe tener como meta que ese niño, niña o adolescente pueda vivir de manera autónoma y tenga una buena salud (la Organización Mundial de la Salud OMS la define como el bienestar físico, psicológico y social). Por eso toda persona que ejerce parentalidad debe garantizar la salud de quienes trae a este mundo (me refiero ahora a su madre y padre biológico). Pero también tienen obligaciones con esa salud sus respectivas familias extensas (abuelos, tíos…) que deben integrar a los menores nacidos en sus familias como parte de su clan, de sus vidas y de sus actividades…
Para que puedan llegar a desarrollarse emocionalmente los niños necesitan sentirse integrados dentro de sus clanes extensos familiares. El buen trato debería ejercerse en la práctica con cuidados básicos, con cuidados emocionales y con límites. El buen trato tiene por tanto un nivel básico que todo adulto que ejerce paternidad (o maternidad) tiene que desarrollar. Es obligatorio que lo ejerza para evitar la negligencia. Entre las cuestiones más básicas que las familias deben hacer con los hijos estarían: a) preparar una alimentación adecuada que permita un crecimiento físico saludable en la infancia y adolescencia b) marcar las pautas – tiempos del sueño que aseguran un descanso profundo c) guiar el aprendizaje del control de esfínteres hacia los dos o tres años d) cuidar ante la enfermedad y/o accidentes que en ocasiones llegan a ser hasta imprevistos e)tener presencia en la vida cotidiana acompañando un buen número de horas a sus hijos, especialmente cuando los niños son aún pequeños f) favorecer una ética que potencie el bien hacia los demás y hacia uno mismo.
¿Qué ocurre? Que algunas personas que se llaman madres o padres no pueden ejercer estos cuidados básicos. En ocasiones tampoco sus familias extensas. Estas familias deberían entender que cuando no pueden desarrollar estos cuidados básicos por su propia situación personal (por ejemplo la enfermedad, la propia inmadurez emocional, su incapacidad para educar o sencillamente su rechazo hacia ese menor nacido), deberían delegar o ceder a sus menores en primer lugar a sus propias familias extensas (que pueden aceptar o rechazar el cuidado) o bien y en segundo lugar a otras personas que verdaderamente pueden ocuparse adecuadamente de ese menor.
En un Estado de Derecho, como no puede ser de otra manera, las leyes regulan el movimiento de niños (por ejemplo los acogimientos, la pre-adopción o la adopción) con la búsqueda de personas que puedan responsabilizarse de la manera más permanente posible y que puedan ofrecer una parentalidad positiva, con la mayores garantías.
Obsérvese que en el nivel anterior no se habla de cuidados emocionales. Pero quien está leyendo este artículo debe saber que las investigaciones actuales en neuropsicología ya han demostrado que los buenos cuidados emocionales en la infancia y adolescencia (hablar, acompañar, calmar, jugar, pensar, querer, acariciar o abrazar) son las acciones que favorecen el desarrollo adecuado de estructuras físicas importantes como por ejemplo el cerebro del niño (es decir los cuidados emocionales afectan al menos a la biología cerebral, especialmente durante el embarazo y los primeros años de vida). Muchas personas creen que el desarrollo de los hijos e hijas comienza cuando ven la luz en este mundo (cuando se da a luz una criatura). Esto es erróneo.
La capacidad de un adulto para limitar es indispensable para el buen desarrollo de un menor. Limitarse a uno mismo/a es parte del aprendizaje humano. Puesto que todos los mamíferos, incluidas las personas, tienden a actuar-conseguir-vivir aquello que les apetece, desean o gustan, un padre y una madre (y cualquier educador o educadora) deben desarrollar buenas prácticas para limitar, acotar, contener (reprimir) y organizar la conducta (o la mente) de sus menores sin dejar de potenciar su personalidad, sus valores y su creatividad.
Vivimos en una cultura donde las familias son muy diversas. Actualmente muchas personas transitan de unas familias a otras. Cambian de hogar, de cama, de mesa para comer o cenar… o de personas de referencia. Por ejemplo los hijos de personas separadas y/o divorciadas suelen vivir todo esto. También las personas que han sido adoptadas (muchas de estas personas han transitado entre las familias biológicas, educadoras de centros de menores y familias acogedoras o preadoptivas, para ser finalmente adoptados). Pero todas estas familias que se han ido nombrando – biológicas, separadas, divorciadas, reconstituídas, preadoptivas, acogedoras, de urgencia, educadoras en centros de acogida y prácticamente todas sus respectivas familias extensas – tienen la obligación de proporcionar buen trato a los niños y niñas que pertenecen a su grupo, a su clan. Todos estos menores son parte de sus vidas y merecen ser bien tratados para conseguir un buen desarrollo físico y psicoafectivo.