Dentro de poco tiempo comenzarán las elecciones en nuestro país, a diversos niveles y todos de gran trascendencia. ¿Qué es lo que muchos ciudadanos desearían encontrar en las personas que se presenten como candidatos a ser elegidos? Me parece que lo que una gran mayoría espera encontrar en ellos es lo siguiente.
En primer lugar es muy conveniente –por no decir necesario- que los candidatos hayan dado ya pruebas de madurez humana y de competencia en su vida profesional, al margen de la actividad política. A un buen político, como a cualquier otro buen profesional, se le pide competencia, buen conocimiento de la materia que se lleva entre manos, dedicación seria, prestigio en una palabra. No parece que pueda ser un buen profesional de la política el que no ha sido antes un buen profesional de cualquier área del saber. La palabra ingeniosa, el “talante” y un cierto desparpajo no son bagaje suficiente, sería una burla pensar lo contrario. Por tanto, “el salto” a la vida política, si no viene avalado por el prestigio personal puede ser un salto “en el vacío”: se puede “estrellar”, y lo que es peor, “estrellar” a mucha gente, que ha confiado en él o en ella, con su mala gestión política.
En segundo lugar se le pide ser una persona íntegra, honrada a carta cabal. En este sentido es muy conveniente –aunque desgraciadamente parezca casi idílico decirlo- que el candidato vaya a la política a servirla –a servir al bien común, bien entendido-, no “a servirse” de ella para su provecho personal. Si a alguno o alguna le interesara la política porque es un modo bastante seguro de “ganarse la vida”, e incluso más lucrativo que el que ahora tenga, se le debería descartar de estos menesteres.
En tercer lugar es de todo punto necesario que sean personas creíbles, es decir sinceras, que no digan una cosa y hagan otra, que no mientan por cobardía o poca convicción en sus ideas. Ganarse la confianza de la gente no es sencillo, se necesita tiempo y decisiones coherentes llevadas a la práctica una y otra vez. Pero recuperar la confianza si se ha perdido por no cumplir lo que se había prometido –cuando no se debe a imponderables ajenos a la propia voluntad-, y más si se trata de temas importantes, solo es posible si se rectifica y se cumple lo prometido. La falta de confianza se puede deber también a un comportamiento general un tanto demagógico, con declaraciones hechas “para la galería” pero que luego se olvidan o se “reinterpretan” según convenga en ese momento. No suele inspirar confianza la persona que habla demasiado, como para “ser noticia”, porque una cosa es “hablar” y otra “hacer”, tomar decisiones sensatas. Tampoco inspira demasiada confianza la persona que no distingue entre las ideas del contrario –distintas a las propias- y al contrario en sí, y en vez de defender las ideas propias, recurre a descalificar al oponente con frases tópicas peyorativas.
Y en cuarto lugar, y lo deseable es que esto fuera también un requisito exigible por una gran mayoría, que sean personas que sepan el valor inviolable de toda vida humana, desde su concepción, y la defiendan. Defender y proteger la vida es un valor imprescindible de toda sociedad civilizada. Es el primer derecho humano. No puede ser negociable, como no es negociable el terrorismo, robar, violar, etc. No es un tema “confesional”, como no lo son tampoco esos otros. Es un deber de todos, como personas. No puede existir el derecho a matar a un niño en el vientre de su madre. Los derechos de la mujer, como los del hombre, y los del niño, y los de los ancianos…, los deseamos todos, pero ninguna mujer puede pretender tener derecho a matar a su hijo. Una sociedad estará gravemente enferma, moralmente, mientras consienta en ese falso derecho. Los organismos internacionales actuarán perversamente si impulsan políticas que favorezcan el aborto, en vez de dedicar medios a ayudar a las embarazadas, impartir una buena educación sexual que sirva para vivir responsablemente la sexualidad, para respetar a las personas tratándolas con la dignidad que les corresponde, etc. Hay que ver sin sombra de duda que lo “progresista” es ayudar a nacer; lo contrario es injusto, inhumano, cruel y por tanto indeseable.
No quiero terminar sin anotar otro requisito. Sería una tremenda ingenuidad, después de casi un siglo de comunismo –una de las ideologías más perversas de toda la historia de la humanidad, junto con el nazismo, causa de millones y millones de muertes, y una siembre sistemática de mentiras, odios y falta de libertad-, que algunos llegaran a creer que un grupo político que se inspire en esa ideología destructora puede inspirar alguna confianza, aunque se “adorne” con algunos eslóganes para disimular su origen.
Si los requisitos enunciados resultaran difíciles de encontrar en los próximos candidatos…, sería señal de que se necesita una buena renovación.
Artículo escrito por Juan Moya, colaborador del Foro de la Familia